

Secciones
Servicios
Destacamos
Un día, en EE UU, la coincidencia de un atasco en la carretera y de una parálisis del tráfico ferroviario impide que el personal de relevo llegue a un gran aeropuerto. Los controladores, sin relevar, vencidos por la tensión mental, provocan la colisión entre dos aviones a reacción, que se precipitan sobre una línea eléctrica de alta tensión, cuya carga, repartida por otras líneas ya sobrecargadas, provoca un apagón como el que ya conoció Nueva York hace años. Sólo que esta vez es más grave y dura varios días. Como nieva y las calles permanecen bloqueadas, los automóviles crean desórdenes monstruosos; los empleados de oficinas encienden fuegos para calentarse y se declaran incendios que los bomberos no pueden sofocar por no poder llegar hasta ellos. La red telefónica queda bloqueada a consecuencia del impacto de cincuenta millones de aislados que intentan comunicarse telefónicamente. Se inician marchas por las calles nevadas y llenas de muertos. Los viandantes, privados de toda clase de suministros, intentan apoderarse de refugios y artículos y entran en acción las decenas de millones de armas de fuego, las fuerzas armadas se hacen cargo de todos los poderes pero ellas también son víctimas de la parálisis general. Se producen saqueos en los supermercados, se acaban las reservas de velas, aumenta el número de muertos de frío, de hambre e inanición en los hospitales. Cuando se restablece la normalidad semanas después, los millones de cadáveres dispersos por la ciudad y el campo comenzarán a difundir epidemias y a producir nuevos azotes de proporciones semejantes a las de la peste negra. La vida política, presa de una crisis total, se subdividirá en una serie de subsistemas autónomos e independientes del poder central, con milicias mercenarias y administración autónoma de la justicia. Las zonas subdesarrolladas saldrán mejor libradas por subsistir en condiciones de vida más elementales. Al declinar la fuerza de las leyes y haber quedado destruidos los catastros, la propiedad se apoyará exclusivamente en el derecho de usurpación; la rápida decadencia habrá degradado las ciudades hasta convertirlas en ruinas, las pequeñas autoridades locales podrán conservar cierto poder constituyendo recintos y fortificaciones. En ese momento la estructura será ya feudal, las alianzas entre los poderes se apoyarán en el compromiso y no en la ley, las relaciones individuales se basarán en la agresión. Etc.
Roberto Vacca publicó 'Una Edad Media en un futuro próximo' en 1973, e iniciaba la concatenación de hechos que concluían en un escenario medieval a partir de la caída de la electricidad. ¿Se trata de un futuro apocalíptico o de algo que ya existe?, se preguntaba en su respuesta Umberto Eco en 'La nueva Edad Media', un ensayo posterior al del sociólogo, y el debate, que sintonizaba con las incertidumbres de la crisis económica de principios de los setenta, llenó páginas y páginas, preocupados los intelectuales europeos con el regreso a las formas arcaicas de civilización. Un medioevo donde «la bestia que hay en el hombre», que diría Chabrol, se impone, y no hay pacto social original entre humanos que funcione. La tesis del sociólogo Vacca se basaba en que «la degradación de los grandes sistemas típicos de la era tecnológica son demasiado vastos y complejos para ser coordinados por una autoridad central y también para ser controlados individualmente por un aparato directivo eficiente, y están condenados al colapso y, por interacción recíprocas, a producir un retroceso de toda la actividad industrial». Umberto Eco no es que discutiera mucho la involución civilizatoria, de cuyos síntomas advertía, pero le parecía que todo derrumbe de un sistema lleva aparejado la entrada de «bárbaros» por las fronteras, que presionan continuamente, como en el Imperio Romano.
Hay que decir enseguida, cogiendo al vuelo a Eco, que si se trata de bárbaros, lo que se dice bárbaros, por aquí hay bastantes, no sé si en la frontera o ya dentro de las teles y las redes sociales, basta ver quiénes mandan en el tablero internacional y cómo mandan. Y que las hipótesis de Vacca y de Eco -y las de Alberoni o Sacco-, que reflejan en parte el pulso depresivo de la crisis del 73, ni se cumplieron ni parece que se vayan a cumplir: ya veremos si esos cantos desalentadores y decadentes, con vistas al ocaso, emergen de nuevo, y con fuerza, en el actual mundo de hoy. Probablemente, sí. Las transformaciones del ecosistema tecnológico y sus consecuencias estructurales arrastran siempre credos apocalípticos y melancolías chispeantes. Ahora bien, una cosa es cierta: la distopía de Vacca comienza por el comienzo: la crisis energética, el colapso accidental, mismamente como el otro día. Regresar al medievo, no. Pero, oiga, ¿a estas alturas del siglo cómo es que tiene tanta fuerza el azar en los centros críticos o neurálgicos, tecnológicos, de la sociedad? ¿Y no se estarán equivocando los mandamases y las distintas autoridades con las apuestas energéticas, o es que también van a saber de energía como si fueran ingenieros del MIT o de la Politécnica, a los que al parecer y si se tercia no hacen ni caso? Y, por otra parte, si de toda componente más o menos accidental eliminamos el azar -el progreso es una lucha constante para reducir el azar- a fin de evitar el desorden y el caos, ¿por qué la gestión energética y las fuentes de energía han de estar al albur de las ideologías o de las apuestas políticas? ¿No es esto último, en sí, un regreso a la Edad Media? Algo de razón llevaba Roberto Vacca. Y Umberto Eco.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Hallan muerta a la mujer que se cayó ebria estando con un bebé de 1 año a su cargo
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Destacados
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.