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Los congresos de los partidos políticos se dedican a contradecir siempre la misma idea: el único paraíso nunca es el paraíso perdido, sino el paraíso que está por venir. Naturalmente, son ellos los encargados de proyectarlo en el futuro inmediato. Y sin interrogantes, sin dudas: sólo el partido en cuestión, salido del congreso en cuestión, es capaz de lograr las mas altas cimas de bienestar para la sociedad en cuestión, o de mejorarlas. Toda política que no hagas tú, se hará contra ti, dice la sentencia. El resto es condenable, un abismo, la nada, un territorio adverso al que, a poco que se abone, llevará al ciudadano a la catástrofe, o le recortará las cotas de plenitud. El congreso socialista de Sevilla, sin embargo, modifica varios de estos preceptos. Y quizás personalice la percepción existente según la cual hay una mudanza de la formas políticas, percibida sobre todo en los partidos de izquierda, más tradicionalmente aplicados a las cualidades de la controversia. La asomatognosia es la enfermedad que consiste en ignorar el puesto que el cuerpo propio ocupa en el orden del cosmos. Los fenómenos políticos siempre rebaten esa individualidad porque, lo quieran o no, sus movimientos reflejan la pulsión social, y son signo de las tensiones del momento. Ya puede ir el congreso de un partido en contra de la historia, despistado hasta la locura, con anteojos del medioevo para observar el siglo XXI, que esa misma condición -la de no darse cuenta de nada- es la que se extraerá para entender la coyuntura de la época. No hay escapatoria posible. El congreso de un partido define el tiempo político, para bien o para mal.
Dado el ambiente social hostil y los crujidos de las transformaciones profundas -mudanza escorada a la derecha en la dirección europea, dos guerras en las orillas de Europa, la victoria de Trump, el auge de los populismos y los fascismos, las debilidades democráticas, las inseguridades que proporcionan los flujos migratorios, las nuevas clases urbanas insolidarias y neoliberales, la rebeldía juvenil que idealiza a la extrema derecha, etc-, el PSOE lo que ha hecho en Sevilla es encerrarse en sí mismo. Es una respuesta biológica natural que se origina en el universo de las inseguridades. Nada que objetar. El PSOE parece haber ventilado sus embrollos cotidianos y la complejidad general recogiéndose en su mundo, pero hay que decir enseguida que ese mismo ambiente externo amenazante y complejo se resolvía anteriormente a partir de otras epifanías: debates dialécticos y enfrentamientos entre dirigentes, corrientes que portaban y aportaban cargas de ideas, nuevos bocetos políticos. Lógico, puesto que las interpretaciones de la circunstancia social no son uniformes y existen variadas soluciones para encarar esas incertidumbres desde distintos análisis. Ahora, no. Un nuevo paradigma sujeta los episodios de cambio. Se observa en distintos escenarios del mundo, y ahora ha iluminado también el congreso de Sevilla. Las nuevas formas políticas -tal vez reproduciendo inconscientemente un ecosistema hostil- otorgan un protagonismo esencial a las jerarquías, fortifican el papel indiscutible del lider como medida de todas las cosas y ejercen un planteamiento, nudo y desenlace de cualquier problema desde la verticalidad, en una especie de fatalismo casi nihilista. A partir de esa cima, las pendientes que la surcan descienden hacia los territorios -en este caso los centros de poder autonómicos- al igual que el poder se desparrama según su propia lógica interna totalizadora. El partido de Iglesias, Podemos, pasó del poder legitimamente asambleario a la 'leninización' en medio de una época de esplendor de la fuerza política, que casi rebasa a los socialistas, lo cual ha de generar estudio y estupefacción al mismo tiempo: una mudanza de modelo desde la gloria. El PSOE, ahora, se encierra en sí mismo por el procedimiento de otorgarle toda la autoridad al secretario general, entre ovaciones y alabanzas, para así surcar unos tiempos que son los de la perplejidad, cuando mayor inestabilidad existe en las afueras del partido, cuando gobierna en el espíritu de frontera con una serie de partidos de cartografías muy distintas, incluso escoradas a la derecha, cuando la polarización rebasa los límites de lo insólito y cuando el PP ha entrado en una ofensiva demoledora. Las hostilidades las va a administrar el PSOE salido de Sevilla agigantando la omnipotencia del liderazgo y concentrando los debates pendientes, que no son pocos, alrededor de su élite, empezando por la cuestión catalana. Esta sacralización de la cúspide, como defensa ante las 'agresiones' externas, mengua la deliberación, consustancial a la tradición socialdemócrata, y enfatiza los tiempos cargados de averías en lo que habitamos, empezando por la categorización desafiantedel trumpismo y lo que te rondaré. Quizás una abstinencia en cuanto a la escenografía pomposa y como muy USA -con 'speaker' incluido- mejoraría el lenguaje tan inequívoco extraído de Sevilla. En cualquier caso, el enaltecimiento de Pilar Bernabé, la actual delegada del Gobierno, que se ha incorporado a la cúspide del PSOE por la puerta grande, no hace sino respetar, subrayada, la sentencia del paraíso de la que hablábamos al inicio: el paraíso, para el político, es el que está por venir, nunca el perdido. El mundo en sus manos, como la película de Raul Walsh. En las manos de Bernabé, quiero decir.
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