Los libros de la dana
Se cumple un año desde octubre y aquí hay mucho griterío político y mucha normalidad inaudita, cuando deberíamos estar enmudecidos aún por el espanto
A la dana de tantos muertos, a la dana de la muerte, había que ponerle historia, y sobre todo memoria inmediata, y eso es lo que ha hecho Victor Maceda en 'Les cicatrius de València'. Meses de octubre crueles, despiadados. Las analogías que traza el relato entre la riada del 57, la pantanada del 82 y la dana del 2024, las envuelve Maceda con un antes y un después en el que se cuela la política, la sociedad, el valencianismo y sobre todo entran en la historia tres héroes reivindicativos de aquellos años franquistas previos al Plan de Estabilización, que fue el oxígeno americano que salvó a España (y a la larga derrotaría al franquismo). Los tres héroes son Martín Domínguez, director de LAS PROVINCIAS, Joaquín Maldonado, entonces en el Ateneo, y Tomás Trenor, alcalde de Valencia. Del castigo sólo se salvó Maldonado. La noche del 18 de junio de 1958, mientras Maldonado y Domínguez maquinaban en la redacción de LP la portada del día siguiente, nueve meses después de que la riada se hubiera cobrado 81 vidas, el alcalde Trenor pespunteaba el discurso del día siguiente. No había llegado un céntimo de los 300 millones prometidos. «Te echarán», le dice el hijo. «Supondrá tu destitución», le advierte la secretaria. Así fue. En el discurso evidenció, entre otras cosas, el malestar por el alcantarillado, saturado de barro en las zonas marítimas. O sea, como ahora, como si se hubiera detenido el tiempo, y todas las riadas y todas las barrancadas y todas las gotas frías fueran la misma, aunque no con tantos muertos. En la pantanada del 82, con la Guardia Civil megáfono en mano y Paco Blasco y demás alcaldes de la Ribera pidiendo a la población que subiera a los pisos altos, hubo siete muertos. En la riada de 1949, con el cauce del Turia lleno de chabolas, ni sabemos cuánta gente desapareció. Centenares. Hace un año, 229 fallecidos. Y aún se preguntan las autoridades si habrá presupuestos, si ampliaremos en aeropuerto, si vendrán más turistas o menos, si hay que eliminar la AVL o popularizar el valenciano, si en la CEV ganará uno u otro y otras muchas y variadas cosas cuando lo que hay es un duelo denso y lo que debería haber es un silencio mineral sólo roto por las ayudas a los damnificados y por los planes para salvar al personal de futuras riadas. En marzo de 1958, Martín Domínguez, de chaqué, en la exaltación de la fallera mayor -porque la tragedia era inmensa pero las fallas no se cancelaron-, pedía «jamón para la Valencia anémica» en una de sus numerosas metáforas que iban encadenando el discurso famoso de «cuando callan los hombres, hablan las piedras». Hablaba Domínguez pero también hablaban sin hablar Trenor y Maldonado, a los que Maceda homenajea.
Claro que hay cicatrices en Valencia, y se prolongarán en el tiempo. Pero, eso sí, la fiesta no decae. Música y ritmo y castillos y tracas y lo que haga falta. Ha de existir un mecanismo animal para olvidar las tragedias, aunque los estudiosos se ocupen de ellas después y quede siempre colgado algún rastro en las neuronas de los humanos. ¿O cómo es posible que ochenta años después los sesenta millones de muertos de la II Guerra Mundial sean solo fantasmas impersonales para los votantes de las derechonas, de las derechas y de lo que no son las derechas? Las catástrofes se limpian en las mentes con Tú-Tú, aunque perduren, y Maceda narra cómo hubo fallas vestidas de luto en el 57 al igual que las hubo este marzo bajo el recuerdo de las víctimas. Fiesta. Muerte y vida. El ciclo inmortal que portamos dentro los mortales desde que 'nacimos' como bacterias nadando entre el barro. En cuanto pespunta el otoño, a los habitantes del marjal se les enciende el chip del miedo, que es cuando la Naturaleza lanza sus coletazos para advertirnos de nuestra vulnerabilidad. O sea, que a la Naturaleza hay que dominarla, defenderse de sus zarpazos, y no levantar pisos donde la Naturaleza lo prohibe. Valencia, la ciudad, también se protege, como se protegió tras el 57. «Estamos flotando sobre agua», dice la alcaldesa Catalá, que anuncia un plan para blindarse ante las climatologías adversas. La noticia es sorprendente. Sabíamos que el primer romano que trepó a lo alto de Sagunto sólo contempló humedales hasta Cullera, sabíamos que desde Castellón a Dénia todo es un descomunal marjal tras la regresión marina, sabíamos que habitábamos sobre llanuras aluviales, sabíamos que la Albufera era ocho veces más grande que ahora y que casi tocaba la ciudad, sabíamos que el punto más alto del Cap i Casal es la plaza de la Mare de Deu y que por eso no llegó allí la riada. Pero lo que no sabíamos es que bajo nuestros pies había un inmenso lago, por el momento sin monstruo. Quizás Valencia pudo ser Venecia, ya es tarde. En superficie, sequía, muerte a veces, y debajo, agua y vida. Las paradojas son infinitas y el catálogo de azares, sorprendente. En todo caso, 229 muertos son muchos muertos, y son historias cuya fatalidad renace, historias aún vivas, que es de donde cree uno que parte el libro 'Les hores del caos', de Sergi Pitarch, que verá la luz en unos días. Pitarch elabora una crónica de cercanías, muy al estilo del 'Hiroshima' de John Hersey, que cuenta la historia de seis supervivientes de la catástrofe nuclear, o muy en las tonalidades y registros de Truman Capote. Del Capote de 'A sangre fría', claro, no del Capote de 'Otras voces', más lírico y juvenil. La raíz de uno y otro es lo que vino en denominarse el «nuevo periodismo» porque hay que ponerle etiquetas a todo y hay que clasificarlo todo para que el personal se aclare. Bolaño, en uno de los apartados de la novela '2666' -son seis novelas en una- penetraba en la vida/muerte de cada una de las 'maquiladoras' asesinadas en Ciudad Juárez. El terror lo producía el anonimato, el vacío: ningún detenido. Un silencio sideral. Saldrán más libros sobre la dana, como es natural, y el de Pitarch enfoca a doce personajes durante las 24 horas primeras de la catástrofe, que le sirven como columna vertebral para encuadrar además la política, la historia y la sociología en la narración: nadie se libra de la tiranía del contexto, porque, si no, en lugar de un relato sobre las horas crueles de la dana parecería el 'nouveau 'roman' de Robbe Grillet y nadie entendería nada.
En realidad, lo que uno quería decir, con libros o sin libros, es que se cumple un año desde octubre, el octubre del apocalipsis, de la muerte y desolación, y que aquí hay mucho griterío político, muchas acusaciones mutuas, mucho maniqueismo, muchas galas, muchos cohetes, muchas peleas por el poder, mucha normalidad inaudita, cuando deberíamos estar enmudecidos y pasmados aún por el espanto. A ver si las páginas de Maceda y de Pitarch, y las que vendrán, inyectan alguna descarga elèctrica para contribuir a una jerarquización necesaria: primero, el duelo y la recuperación, y después, mucho después, los altavoces y las estridencias.