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Después de preguntar a los padres y a las madres de los escolares por el uso del valenciano, el conseller Rovira, en coherencia con la línea abierta por su departamento, debería inquirirles por si desean ampliar los estudios de matemáticas y de qué modalidad, dadas las variedades existentes, y consultarles si desean estudiar inglés, o más inglés o menos inglés, o si ven oportuno aprender religión, o no religión, o todas y cada una de las religiones existentes, vudú incluido, o sólo acercarse a los avatares del cristianismo, o interrogarles sobre si están a gusto con el castellano que se les ofrece o quieren pasarse al antiguo, al de los tiempos del Quixote, así con 'x', o averiguar mediante el sufragio por las condiciones del recreo, si se aumenta o disminuye, o si se juega a fútbol o no. ¿Y a qué autores leer y qué libros han de ingresar en las bibliotecas? Abierta la veda, todo es cuestionable, los criterios de autoridad se desmoronan. ¿Son del agrado de los padres y las madres los profesores habituales o no se adaptan a los nuevos tiempos y hay que cambiarlos? Fuera de las aulas también podríamos extender la consulta, sobre todo en cuestiones más o menos fundamentales. ¿Preguntamos a la ciudadanía por la pena de muerte? ¿Por el aborto? ¿Por el matrimonio gay? ¿Preguntamos al vecindario de Valencia por las Fallas, si las quieres o las dejas, o cuántos días hay que celebrar? Igual sale un desastre de consulta y nos quedamos sin. He aquí la auténtica libertad, la de voto, aseguran los gobernantes. Bueno, pues votemos. Aunque me temo que 'esa' libertad es oficiosa, puesto que la democracia no consiste solo en ejercer el voto. La consulta por la consulta, sin más, forma parte de eso que se denomina la democracia directa, es decir, un... (Iba a escribir «un fer la ma», como dicen en mi pueblo y por adherirme a la popularización del valenciano, otra obsesión que atraviesa las mentes de los dirigentes políticos de vez en cuando como si en castellano se pudiera escribir «me han matao», que una cosa es como se escribe y otra como se habla. Iba a escribirlo, pero no lo escribo). La democracia directa no solo es una gansada sino que constituye un peligro inquietante. (En el 'ranking' de los modelos de democracia se asemejaría a la asamblearia, con la que comenzó Podemos, y mira enseguida a cuántos metros bajo tierra quedó la democracia asamblearia, nadie sabe donde se halla, ni cómo se esfumó tan rápidamente). Elegimos la democracia representativa para que los expertos, los estudiosos, los especialistas y, desde luego, los criterios de autoridad no hubieran de tambalearse al albur de las arbitrariedades del momento, de los gustos y las modas y las alienaciones engorrosas. Para que la autoridad científica y moral pesara en la toma de decisiones. Para establecer filtros. Con esto sucede como con los medios de comunicación, 'cuestionados' ahora por las redes sociales, tan analfabetas e imprudentes. Los medios de comunicación 'filtran' las mentiras, los rumores, los bulos (o lo intentan), y establecen unos cánones racionales y contrastados para informar a la opinión pública. Las redes, no. La democracia directa aquí son las redes; la representativa, la prensa, a ver si nos vamos aclarando. Si se adopta la democracia participativa hay que exigir coherencia y extenderla, por tanto, a todos los niveles. O guardar la bomba en el cajón y solo sacarla en determinados asuntos de Estado. Y ni siquiera. ¿O es que se les pregunta a los ciudadanos si el pais entra en guerra o no? ¿O si se aumenta el gasto en defensa, o si se tiene que hacer la mili? El procedimiento sólo posee legitimidad en determinados casos, de ámbito muy colectivo o muy singular (¿Bielsa o Raga?).
La verdad es que no sabe uno que cavilaciones flamígeras debieron atravesar el interior del conseller Rovira para resucitar, de nuevo y de golpe, el lío del valenciano. Si un valenciano se hubiera marchado a México en los 90 del siglo pasado y hubiera regresado la semana pasada, treinta años después, ya en el 2025, seguro que de repente le entraría un 'shock' y pediría las sales. El impacto de eterno retorno sería excesivo. Un puñetazo en plan agujero negro, ni pasado ni presente sino todo lo contrario. Una cosa rara. El mismo lío del valenciano redivivo. Hace algún tiempo ya se empezó a remover el suelo de la AVL, y en esta ocasión, si no recuerdo mal, la política quería meter baza en el asunto de los usos gramaticales, bajo el guión de la popularización terminológica. Así llevamos décadas y décadas, dependiendo de los gobiernos, unos estirando de aquí y otros de allá. La política, sobre el pescuezo de los especialistas. No sucede en la RAE. No se le ocurre a Sánchez o a Feijóo aconsejar a los académicos sobre el castellano. Aquí, sí. Una anomalía más -o una de las mayores- dentro de las muchas anomalías a las que nos entregamos los valencianos, aunque ésta nos defina como un pueblo en eternos pañales. El señor que se fue al extranjero hace treinta años y acaba de regresar, alucina. Que le paguen las sales.
En cualquier caso, provocar marejadas en el asunto del vérnaculo si no es para engrandecerlo, resulta muy delicado, y a menudo retardatario. Si el conseller Rovira, que lleva muchos años en esto, no le apetece ser un «fill de la morta viva», o lo quiere ser a su manera, como Sinatra, pues bien, de acuerdo, está en su derecho, pero hay que saber que Constantí Llombart ya publicó en 1879 la obra -'Los fills de la morta viva: apunts bio-bibliografics per la historia del renaiximent lliterari llemosí en Valencia'- para catalogar a más de cien autores en 'llemosí', es decir, en valenciano, y hay que saber también, y por eso mismo, que una de las naturalezas de las élites políticas de esta tierra es, o debería ser, la de conservar de alguna manera aquel legado y no contradecir, consciente o inconscientemente, cualquier leve soplo de alguna Renaixença pasada, presente, futura o cósmica.
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