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GIUSEPPE ARGENZIANO

Los círculos cerrados

Cada elemento que integra la capilla se siente afortunado, pues comparte su ideología, su existencia emocional y sus desgracias con los otros miembros de la tribu

Jueves, 11 de septiembre 2025, 00:26

Hay dos ideas que comparto con Javier Paniagua, el historiador, desde algún año y alguna legua, aunque últimamente se diría que el tiempo haya estallado. Paniagua acaba de sacar del horno un libro sobre el peronismo -'De Perón a Milei'- en el que explica el fenómeno argentino, no como lo explicaron Laclau y algunos más, con estrictas lentes marxistas, sino que Paniagua lo observa con una mirada más abierta, como más esférica y sobre todo más entretenida, que ya está bien de peñazos vestidos de academia. En todo caso, las dos ideas que comparte uno, que es de aquí del marjal, y el historiador nacido en Ceuta, que eso debe marcar, no son excedentes del peronismo -aunque eso de la «casta» aún podría ser- sino que atienden a esta geografía próxima que tanto nos ha dado y a la que tanto debemos en su relación inevitable con la mesetaria, más allá de Contreras. Una trata del agotamiento de los consensos, de su involución progresiva desde los ochenta. Y la otra apunta hacia una sociedad estructurada en compartimentos estancos, en un sinfín de capillas sólidas. Un mapa de círculos cerrados. Ambas ideas, por otra parte, han de gozar de ese misterio que surge, por ejemplo, al contemplar el Inocencio X de Velázquez: ya puedes ver la obra una y otra vez que nunca se agota, no hay fondo, siempre observas algo nuevo y quizás indescifrable. Pues igual en lo de los consensos y en lo de los círculos cerrados, pero para mal. Ya puedes darle vueltas que nunca se consume la capacidad de sorpresa ni se ve el final del túnel. Cada vez es mayor la regresión o cada vez se sublima más el estatismo. Ni que decir tiene que la reflexión se refiere al esqueleto de esta sociedad, o a los esqueletos de sus élites para ser más precisos, tanto vivas como sepultadas. Nada que ver, pues, con la actualidad. La actualidad corre como un diablo rabioso -o corre como esa pobre vaquilla a la que aún le chamuscan los cuernos en la fiesta de un pueblo en el que el alcalde después loará el respeto por los derechos, loará a Europa y loará el ecologismo- y parece puesta la actualidad en el telediario para evidenciarnos el ocaso del bienestar europeo, el ascenso del neozarismo ruso, la alianza de las potencias asiáticas autoritarias y unas guerras reales o potenciales que ya veremos por dónde nos vienen las explosiones a este templo de playas y turistas que es la CV.

El tratamiento para la infortunada desgracia no es fácil. Por un lado, habría que obrar un nuevo tiempo de reafirmación de los consensos entre las fuerzas mayoritarias a fin de fortalecer la democracia, extinguidos, ya digo, los puentes cívicos construidos durante las movilizaciones democráticas tras la dictadura. Y, por otro lado, habría que redefinir, o tal vez embalsamar, esa anomalía atávica que singulariza a esta tierra: la que procede de los círculos cerrados, sin conexión entre sí. Porque cada círculo -cada capilla- es autosuficiente, los elementos que lo integran viven estupendamente entre sus límites, mantienen sus imaginarios, tienen sus referentes, comparten sus certezas, no necesitan aventurarse hacia el exterior y discutir sus certidumbres para ser felices. Cada elemento que integra la capilla se siente afortunado, pues comparte su ideología, su existencia emocional y sus desgracias con los otros miembros de la tribu, que piensan como él. Se retroalimentan unos a otros. Y batallan contra la capilla de enfrente que, según ellos, anda desviada. Círculos valencianos endogámicos, ya digo. Dios y los historiadores sabrán por qué hemos llegado hasta aquí. Algunos quizás se remonten a los tiempos de Jaime I o a Almansa, o a los Borbones, o a la burguesía del Marqués de Campo o simplemente al azar (aunque las explicaciones del azar se acaban enseguida y no dan para mucha letra). Nadie sabe el origen de la rareza. Porque aquí no hablamos de los partidos políticos: eso son juegos infantiles. Lo que diga el mío va a misa y lo que diga el de enfrente está en la incorrección. Hablamos de los niveles culturales e intelectuales en un sentido amplio y del empastre definitivo que supone la imposición de los criterios políticos en las instituciones culturales. Por si faltaba algo más para el 'big bang' de la anomalía histórica y actual. La sociedad de los círculos cerrados tiende a erigir iglesias, religiones, como es natural, y entonces, como sucede aquí, ya no hay nada que hacer. Pero repito, la CV vive feliz, vertebrada o invertebrada, en sus compartimentos estancos. Las editoriales, los clubs de encuentro, las asociaciones cívicas, los del «pais perplex» o los del «pais sense política», o los de la nación pura o los de la nación impura, o los de la primera, segunda o tercera vía, o los huertanos (Todolí esculpe un huerto y le crece el arte sin sulfatar ni nada) y los amigos de la ópera, y la alta sociedad en sus fiestas de verano. Cada cual a lo suyo. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. La política -la gran política, no la diminuta- no ha logrado en tantos años de democracia, en cincuenta o así, soldar unas mínimas certezas o convicciones en esos grupos dispersos que nutren el mapa valenciano para que avizoraran alguna perspectiva común o ideologizaran alguna consciencia colectiva conjunta. Es el gran fracaso de la democracia valenciana.

Y si nos separamos un poco del radio de acción de la CV, tampoco sin distanciarnos mucho, contemplaremos con estupor la frustración actual en las lealtades y los consensos del estado autonómico, esa vasta quiebra de diálogo entre las autonomías y el Gobierno central. Se ha visto en la Dana de octubre y se ha visto en los fuegos de agosto. Y se advierte en los gestos, que suelen ser mas refractantes que los juicios. Sánchez vino a Valencia y no se reunió con el representante de la soberanía valenciana, por muy tocado que estuviera. Y sucede igual con los presidentes autonómicos entre autonomías. Esos naufragios del alma democrática son atribuibles en parte al ecosistema que dibujan los líderes de los partidos en Madrid, totalmente vertical -aquí hasta salió Vox del Consell con el telemando a distancia-, que aniquila la independencia de decisión de los líderes autonómicos. Alguna opinión al respecto expresó el otro día Ximo Puig. Y supone una piedra más en la liquidación de los grandes acuerdos. Y sin grandes acuerdos no hay proyectos de largo alcance que velen por el interés de la gente más allá de los intereses electorales. Las dos ideas: la regresión imparable de los consensos y la solidificación aquí de los círculos incomunicados y ambas no hacen sino visibilizar el desfallecimiento de la naturaleza democrática.

Hablamos del empastre que supone la imposición de los criterios políticos en las instituciones culturalesHabría que obrar un nuevo tiempo de reafirmación de los consensos entre las fuerzas mayoritarias

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