Alicante, aparte
El pasado es la palanca del futuro. Y el pasado es el que la derecha niega. Mucho antes que Fuster y que la Llei d'Ús, mi yaya hablaba valenciano como única lengua
Con la derecha de este país, reino o región, como gusten, es que no hay manera. Una y otra vez deja en manos de su adversario, el PSOE, el ancho mar de la centralidad en el espacio político y el ancho mar de la centralidad en el espacio cultural. Con lo hundido que está el PSOE en estos momentos, en plena depresión, resulta que la derecha le da oxígeno. El oxigeno de la Razón, que es un oxígeno sin matices. Ya puedes decirle a un izquierdista que existe, o puede existir, una derecha marinada en un territorio cultural y simbólico común, como la que ya existió, heredera de Reig, Monrabal, Burguera, Ignasi Villalonga, del último Maldonado, y de Muñoz Peirats y Tomás Martí, y de Pizcueta, y de Almela i Vives, y de Martínez Ferrando, y de Mateu i Llopis, y de Lluis Querol y de Llombart, que entonces aparece su alma serrana por el sur y declara a Alicante, «ciudad castellanohablante». La verdad es que rima, en eso han acertado, que también es cosa cultural, la rima. Pero no sé si hacía falta esculpir con letras de oro un manifiesto contra el vernáculo, la memoria y la historia. Venceréis, pero no convenceréis, que decía el de Bilbao. Pues es lo que sucede. Que la derecha, arrastrada por la derecha a su derecha, le cede todo el ámbito cultural a la izquierda, y encima, por si fuera poco, echa por la borda todo el pasado reciente y lejano de sus antecesores. El pasado reciente: Zaplana animó la AVL tras el pacto lingüístico del Consell de Cultura que peleó Calomarde y cia, y ahora sus socios quieren desnutrirla o apagarla. Y Camps y González Pons instauraron la declaración de Ares, tumbada poco después desde Madrid, en una vía reformista que acentuaba el pacto lingüístico y extendía su uso. El pasado lejano: para que una comunidad, un país, una región o un reino funde un futuro, primero ha de reafirmar su pasado. No hay futuro sin pasado. El pasado es la palanca del futuro. Y el pasado es el que la derecha niega. Mucho antes que Fuster, mucho antes que la Llei d'Ús, mi yaya hablaba valenciano como única lengua y sufría lo indecible cuando debía expresarse en castellano. Las yayas y yayos nacidos cuando España perdía Cuba conocían el castellano a través de alguna película, de algún diario, de alguna radio y de la escasa escuela. Por respeto a la historia popular e intelectual y en un intento de que el vernáculo hablado por generaciones y generaciones no se perdiera ante la colosal penetración del castellano por tierra, mar y aire, un fenómeno surgido desde los medios de masas y nunca visto en la calle -el castellano en los pueblos era dominio de las instituciones oficiales-, Ciscar y Lerma levantaron la Llei d'Us. Homenaje a las yayas, a Jaime I (la historia), al 'Tirant' (la literatura y la intelectualidad) y una medicina que había que tomar a diario para frenar la desaparición del valenciano y su pase al apartado de las lenguas muertas, donde se incluye el latín. Pero ya Josep Lluis Barceló (de Elx), conseller de Educación de la etapa preautonómica, del Partit Demócrata Popular y después de la UCD -la memoria cercana de la derecha, repito- elaboró un plan experimental del valenciano en la escuela llamado 'Plan Barceló'. La CV no era 'dual' cuando nació el cine mudo y los cañones de la Gran Guerra hacían subir de precio el arroz. Lo fue después y en áreas concretas. Azorín, de Monovar, escribía: «el castellano se ha corroborado y acendrado en mí, primero con el valenciano, después con el francés». En casa de Azorín aún se escuchaba hablar valenciano. En Altea, en los años 30, lo contaba Vicent Martí, apareció un señor que hablaba castellano y los niños le rodeaban como si fuera un extraterrestre. Joan Valls es de Alcoi; Enric Valor de Castalla; González Caturla ('rondalles de l'Alacantí'), de Alicante; el gran Emili Rodriguez Bernabeu, de Alicante; Antoni Seva, de Alicante, y Francesc Cuartero..Todos escriben en valenciano.
Para superar la debilidad política de esta periferia, es necesario articular un marco común en torno a los ancestros si se desea fortalecer el porvenir. Tampoco parece entender esa vía la derecha/derecha -la de la «ciudad castellanohablante»- que proviene de Blasco y de Azzati -Blasco y Azzati, en Alicante, la pera!- en lugar de descender de Ignasi Villalonga. (Si no fuera tan duro y alarmara a esas almas sensibles que tocan las castañuelas, uno evocaría aquí el pensamiento de Villalonga, si se me perdona el atrevimiento, allá por los albores del siglo XX. Villalonga diferenciaba entre Nación y Estado. La Nación era lo natural. El Estado, lo artificial. La Nación venía determinada «por el territorio, la historia, la raza, el derecho, y sobre todo la lengua, y como consecuencia, la cultura». El Estado «es producto de la voluntad de los hombres y puede abarcar varias nacionalidades: España no es una nación, es un Estado que incluye cuatro núcleos raciales». Omitiré uno de los cuatro grupos para que a nadie le dé un síncope, pero ya se entiende cuáles son: «gallego/portugués, vasco/navarro, castellano» y....). Cuando en la Renaixença, dominada por el Marqués de Campo, no nos engañemos, Puig i Torralva hablaba en valenciano, o en 'lemosín', en el Ateneo o en Lo Rat Penat, el blasquista Azzati le reprendía muy acaloradamente, que la cosa entonces estaba también algo polarizada. El término medio, por decirlo así, era el del Llorente: «un regionalismo prudente dentro del españolismo entusiasta». Yo me temo que hoy hay una derecha más contundente y mineral, que arrastra a la más moderada y está en la segunda parte de la frase de Llorente más que en la primera. De modo que no hay manera de salir del círculo vicioso del sucursalismo. Éste es un pais, reino o región, sucursalista, donde las mayorías políticas están en manos de partidos con el cuartel general en Madrid. Sucursalista, invisible y disgregado, aunque al parecer feliz, que una cosa no quita la otra. Habitamos una periferia donde la derecha y parte de la izquierda no logran asumir algo elemental, por muchas señales que reciban: que sin un marco referencial común, sin una determinada cohesión cultural, sin consensos básicos en torno a identidades y conceptos apenas eres una mota de polvo para los poderes y contrapoderes que nuclean el Estado y el Gobierno. Cataluña y el País Vasco lo tienen todo (no me digan que Andalucía también porque ése es otro asunto del que forman parte los personalismos y las complicidades, pues el poder en el PSOE ha gravitado sobre la federación andaluza) y nosotros no enterramos ni las vías del tren, y ya veremos cuando llega el AVE a la frontera por mucho que los empresarios hayan construido voluntades y hayan salido a la calle. La soldadura cultural es la que otorga la fortaleza y la solidez. Pero la derecha última, con sus alianzas y sus cosas, vuelve al blasquismo y al castellanismo, y la izquierda, cuando la derecha da un paso reformista hacia modelos culturales comunes, lo que hace es rechazar el gesto como si estuviera contaminado. Hubo algunos años de tranquilidad y las formas simbólicas se posaban en un suelo bastante firme, y hasta Camps y Pla colocaron en el Estatut el «símbolo de la grandeza del pueblo valenciano, reconocido como Nacionalidad Histórica» del Monasterio de la Valldigna a fin de elevar la adhesión etnológica (a Camps no le fue mal en votos, precisamente, pues en 2011, en pleno Gürtel, el PP sacó mayoría absoluta). Era un valencianismo gótico, si se quiere, pero valencianismo al fin y al cabo. Hoy sin embargo parecemos penetrar en la antiRenaixença, porque la derecha/derecha se ha echado al monte, y la derecha reformista la sigue, al menos por Alicante. Menos mal que la aparición estelar de Toni Pérez, de la Marina, presidente de la diputación provincial de Alicante y alcalde de Benidorm -i 'dolçainer'-, ha puesto la cosas en su sitio, enfilando al PP de la ciudad de Alicante, glorificando la Llei d'Ús y reafirmado la defensa del valenciano.
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