Nadie está obligado a lo imposible
La riada de las chabolas, la muy olvidada inundación de septiembre de 1949, de la que se cumplían 75 años, nos reunió ante los micrófonos ... de Radio Valencia. José Ángel Núñez, jefe de Climatología de la Aemet en Valencia, tiene una doble vertiente: por un lado, es el responsable de un servicio estratégico para la seguridad de millones de personas; pero, además, como intelectual despierto y curioso, disfruta con el estudio, la clasificación y análisis de los episodios de inundación que acompañan la historia de esta tierra.
«Evidentemente, yo no sabía que iban a caer 770 litros en Turís y, evidentemente, ni en mis peores sueños me imaginé que iba a haber 220 muertos a causa de esa riada», ha dicho Núñez en esa entrevista, la de À Punt Radio, que está siendo el penúltimo objeto de controversia en el palenque político. Claro, ni él ni yo, ni Jessica Crespo ni Arturo Blay, que nos invitaron a la SER el 27 de septiembre de 2024, podíamos intuir que estábamos a un mes de un nuevo cataclismo: el peor, en cuanto a número de víctimas.
Nadie, en Pompeya, sabía aquella mañana del año 79 lo que se les venía encima. De modo que el respeto y el afecto hacia el señor Núñez me lleva a querer comprender mejor a un profesional, con una formación excepcional, que atesora, junto con los conocimientos técnicos de su oficio, la rara y sana inquietud intelectual de querer abarcar, de asimilar el hecho entero de las catástrofes; con la pretensión, tan utópica como admirable, de ayudar a conjurarlas. Aunque, claro está, bajo un principio que se cae su propio peso y que él transmite con la mirada, esperando que este mundo sin piedad lo aplique a quienes vivieron la jornada del 29 de octubre: «Ad impossibilia nemo tenetur».
Nadie está obligado a lo imposible. Qué fácil hubiera sido saber lo que iba a ocurrir. Basta ver las predicciones que dimos los días 27 y 28. Por eso, y porque su reflexión denota una calidad moral que está por encima de los aprovechamientos de la política, he escuchado sus palabras en la radio autonómica y me quedo, sobre todo, con las que avisan del riesgo de deshuesar, de deshumanizar la previsión meteorológica dando prioridad a los modelos matemáticos, los algoritmos y los sensores. No, los pilotos profesionales se han rebelado hace tiempo contra el exceso de tecnología en los aviones. Núñez, que al salir de los juzgados dijo que «soy un ciudadano sin protección, vivo en un barrio popular y no llevo escolta», quiere que el factor humano siga siendo sagazmente útil en una profesión donde el grado de exigencia popular, informativa y política lo exaspera todo hasta borrar el muy legítimo derecho a equivocarse.
Quizá estamos ante un hombre que sueña con que los políticos escuchen a los técnicos y, con respeto, se pongan de acuerdo en la toma de decisiones que lleven hasta la gente una alerta prudente, informada y responsable. «A la vora del riu, no faces niu». Quizá Núñez quiere lo que hoy por hoy no es posible en España. Un territorio en el que, lo que queda del Estado, el Rey, es lo único que no vitupera la gente.
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