Otro porqué del Ventorro
Lo único que consiguió es que se precipitaran los acontecimientos
Hubo un momento en que si la Consejería de Hacienda no hubiera continuado pagando las facturas que le llegaban de À Punt habríamos pensado que ... Carlos Mazón iba a dejarla languidecer. Tal era el desinterés aparente que mostraba por tomar posesión de lo que para los demás presidentes constituía su dominio más preciado. ¿Por qué entonces no sintió la apremiante necesidad de sustituir a Alfred Costa por Maribel Vilaplana hasta la azarosa tarde del 29-O? Es otro de los secretos del Ventorro. Uno más de los que envuelven la agenda presidencial entre la hora en que acude al restaurante y el minuto preciso en que se le ve acceder al Centro de Coordinación de Emergencias de la Generalidad. Porque lo único que consiguió al admitir varios días después que la comida no tuvo otro objeto que ofrecerle la dirección general de À Punt es que se precipitaran los acontecimientos. Que Costa, que había aceptado continuar hasta la disolución de dos de las tres sociedades que componen el tinglado, dimitiera airado y el supuestamente nuevo consejo de administración de la novísima Corporación Audiovisual de la CV (CACVSA) tuviera que proponer precipitadamente su sustitución por Francisco Aura, un exejecutivo de Canal 9 famoso por montar una productora para adjudicarse la privatización del 'A la babalà' y la contratación de corridas de toros. Un zaplanista con tantas ganas de meterse en harinas audiovisuales que no ha emitido uno de los espectáculos de lidia de la pasada feria de Fallas porque aún se lo impide el libro de estilo del ente, pero que ya ha anunciado qué subcontratas y programas va a cancelar en cuanto pueda. La contribución del nuevo presidente de la sociedad, el por lo demás solvente Vicente Ordaz, al traspaso ordenado del bien tampoco ha sido la más adecuada, porque aunque se cuidó mucho de invadir el territorio de Aura en sus pronunciamientos metió entre col y col lechugas que no venían al caso, ni al sector al que se acaba de incorporar. À Punt no tiene más razón de existir que el cuidado, el fomento y la difusión de la principal seña de identidad valenciana. Prestar el servicio que no prestan las otras treinta y pico emisoras que completan la oferta televisiva. Por lo demás, la irrupción vicaria de Mazón en el Pirulí nos ha permitido confirmar una vieja sospecha: por qué los consejos de las empresas públicas no impiden, ni denuncian la impericia, la abulia y la elefantiasis que las atenazan. El consejo rector saliente se despidió con un canto a la camaradería entre iguales (en dietas por reunión). Una exaltación de la amistad más propia de una peña -«Visca el pa, visca el vi, visca la mare que ens va parir!«- que de un consejo de administración.
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