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Teseo pudo entrar en el laberinto de Creta, matar al minotauro y salir indemne gracias al ovillo de hilo que tejía Ariadna. Pero nosotros no ... tendremos tanta suerte con los hilos. Las fachadas y los muros de la patria nuestra continuarán repletos de cables porque la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) adoptó el año pasado una decisión tan histórica como contraria al interés general. Desreguló el mercado de acceso mayorista a la telefonía fija. Liberó a Telefónica de mantener la kilométrica y periclitada red de cobre, como en 2016 decretó el fin de las cabinas telefónicas y está asistiendo impertérrita al repliegue elástico de la banca sobre sus propias líneas más o menos fusionadas o absorbidas: sin imponer ninguna contrapartida y, por ende, sin garantizar una igualdad siquiera sea relativa del mercado. El motivo es cada vez más obvio: a la CNMC le preocupan más los mercaderes que los clientes y, ni que decir tiene, la competencia. Pese a su solemnidad, jamás impidió a los bancos sumir en la pobreza financiera a personas, pueblos y barrios enteros bancariamente cautivos de entidades que no dudaron en dejarlos tirados en cuanto les convino. Exoneró a las principales firmas de telecomunicación del deber de mantener las cabinas telefónicas -carga que apenas comportaba un desembolso de 1,5 millones a repartir entre tres-, privando a poblaciones con mala cobertura de un servicio fundamental. Y, por si esto fuera poco, dispensó a la centenaria compañía monopolística de la obligación de retirar el tendido urbano e interurbano que ya no va a utilizar. Concesión harto inadmisible porque hasta el más humilde vendedor ambulante ha de levantar el tenderete al concluir el mercadillo y porque se supone, al menos en Valencia, que «qui la torta, se l'emporta». Telefónica no puede presumir, como hizo días atrás al anunciar la clausura de las últimas 661 centrales de las 8.532 que llegó a poseer, de haber obtenido unos ingresos extraordinarios de 1.000 millones de euros con la venta del cobre y demás materiales extraídos de las instalaciones desmanteladas a costa de dejar al resto de España enredada en un interminable, asfixiante y antiestético manojo de cables. Debe continuar rentabilizando este cambio legal y tecnológico. Posibilidades de lograrlo sin aumentar la plantilla tiene de sobra. Bastaría con que llegara a algún tipo de acuerdo con los granujas que se dedican al robo de cobre para que mejoraran sus resultados, su imagen y el aspecto que presentan calles, plazas y hasta monumentos. El que contamina, desluce o molesta, paga. O debe pagar, aunque disfrute de un trato preferente en la CNMC. Y no tenga más que quejarse de que ya se ha cansado de batir el cobre para se le conceda la gracia. Pedid y se os dará.
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