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El encarecimiento no es el único problema que provoca la vivienda. El problema, para quien la tiene, es velar para que no se la tiren ... abajo unas obras ilegales, un punible defecto de construcción o una variada panoplia de irregularidades y errores ajenos. Ese cúmulo de circunstancias que acabó con la vida de diez personas en Campanar y segó la de los dos únicos veraneantes que no estaban en la playa el día en que se derrumbó un nuevo bloque de apartamentos de Peñíscola. La preocupación, dicho de otro modo, que supone para miles de personas no saber si las tareas de remozamiento que se están llevado a cabo en el vecindario alterarán o no la estructura del inmueble, con el riesgo que ello entraña. A lo mejor no es el ejemplo más indicado para lo que me propongo explicar, pero las obras de reforma acometidas en una finca de Burjassot se saldaron la semana pasada con el hundimiento de unas terrazas y el desalojo de sus 16 moradores. Vecinos que de golpe y porrazo se encontraron con que el «domus sua cuique est tutissimum refugium» que rige para cualquier británico, no es de obligado cumplimiento en la tierra de las flores, de la luz y del amor. La inviolabilidad literal del domicilio, no digamos ya la doctrina de la casa como castillo establecida por Edward Cocke, es más teórica que real en estos pagos. Aquí ni siquiera se puede entender la literalidad de que «el hogar de cada hombre es su refugio más seguro» por una razón muy simple. Ha de ser él y no el que posee el monopolio de la fuerza en nuestro país quien lo defienda. Las ordenanzas municipales son tan desahogadas que no sólo delegan en el afectado la posibilidad de denunciar una obra, sino que le obligan a cumplimentar el formulario correspondiente e identificarse debidamente. Una inhibición que obliga a los particulares perjudicados a soportar estos molestos trabajos y, en caso de duda y motivo, a indisponerse con los promotores. Con el agravante de que las multas imponibles no son nada del otro jueves y encima las infracciones prescriben, como mucho, a los cuatro años. Plazo harto insuficiente porque se trata de daños que pueden tardar tiempo, lustros quizás en detectarse. La casuística es tan dramáticamente variada que es probable que Kempis no recomendara ahora cerrar la puerta a quien buscase un poco de paz. Las posibilidades de que te caiga la casa encima como le ocurrió a una alzireña por inexistencia de muro de contención en una cimentación contigua son apreciables. Lo suficientemente considerables como para que la bendición de una casa, igual el Señor bendijo las de Abraham, Isaac y Jacob, alivie los temores que suscitan las chapuzas.
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