Homérico fue Elcano
La leyenda municipal de Pérez Casado se sustenta sobre un malentendido periodístico
No le falta razón al amigo Jesús Civera cuando afirma que aún vivimos en la ciudad que Ricard Pérez Casado imaginó, ni cuando agrega que « ... sus sucesores no han hecho sino ensanchar, ajustar, matizar, gestionar o negar» su herencia. El problema es que en su reflexión no alude a «negociar» y este es el verbo que no tuvieron más remedio que conjugar durante lustros dos de sus sucesoras, Clementina Ródenas y Rita Barberá, para resolver el mantecado que les legó en el solar de los Jesuitas. Enredo que sólo una tercera, MªJ Catalá, ha estado en condiciones de resolver 38 años de que este supuesto visionario y hacedor de València la Nova dimitiera enrabietado por la negativa del Consell a autorizar que se levantase un hotel de once alturas en el entorno del Jardín Botánico, como él había dispuesto. Y diez, desde que Barberá se vio obligada a derribar el nuevo Ayuntamiento para compensar al hotelero perjudicado y poder así cerrar, cómo lo expresa Xuso, «el psicodrama de los Jesuitas». Una permuta cargada de justicia poética, si bien se mira, porque el edificio demolido lo inauguró él y sentó allí sus reales para no tener que desplazarse hasta la Casa Gran. ¿Homérico? Homérico fue el viaje de Elcano, no las incursiones de Ricard en el Cap i Casal. Un antifaz muy tupido es lo que hay que ponerse para hacer la vista gorda con el debe de Ricard. El Jardín del Turia es un kilométrico 'continuum' de ocurrencias y pegotes a duras penas engarzados por su culpa, su grandísima culpa y su proverbial pusilanimidad. Sacrificó el ambicioso proyecto de Ricard Bofill para salvar el pellejo. La leyenda municipal de Pérez Casado se sustenta sobre un malentendido periodístico, una verdad a medias y una apropiación indebida. El inspirador del proyecto del PGOU que el PSPV-PSOE plasmó sobre el papel en la escribanía de Alejandro Escribano no fue Ricard sino Josep Sorribes, entre otras cosas porque él fue alcalde de rebote. No fue víctima de una conjura partidista aunque lo diera a entender sino de un compromiso urbanístico incumplido. Y si su gran aportación fue el ajardinamiento del viejo cauce habrá que reconocer que se limitó a copiar -o a atender, si se prefiere- una vieja reivindicación ciudadana apoyada y promovida, al igual que la salvación del Saler, por LAS PROVINCIAS. Qué más hubiera querido Francisca Ahumada, la conocida entre los opositores a la dictadura como Pepita Macetas por crear jardines que apenas superaban el tamaño de un tiesto, ajardinar el cauce del Turia, pero no fue propiedad municipal hasta 1976, como recordaba Puche días atrás. No. El secreto de Ricard estuvo en que la poquedad del franquismo se lo puso muy fácil. Ventaja que no tuvieron ya sus sucesores.
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