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Siempre he tenido la impresión, seguramente equivocada, de que las autoridades hacen el canelo esforzándose en mantener imperecedera la memoria de figuras y eminencias cuyos ... deudos sólo parecen interesados en monetizar su herencia. Y con polémicas como las surgidas de Elca, la finca que alberga a la Fundación Francisco Brines, difícilmente podré alejar de mí estos malos pensamientos. Pero es que donde no compran casas natalicias a precios superiores a los del mercado, casas que luego no están en condiciones de restaurar o explotar y se desentienden de ellas, pagan dinerales por lo único que no quiere ningún legatario: los quilos y quilos de papel en forma de libros, documentos y papelotes que el testador fue acumulando... O se embarcan un fundaciones privadas, como es el caso de la que promovió Ximo Puig a instancias del propio Brines, donde la financiación corre por cuenta de la Administración -no se libra ni la más corporación pequeña- y el día a día está a cargo de una beneficiaria que la gestiona como Dios le dio a entender. Con el resultado de sobras conocido, entre otras cosas, porque el grueso de los patronos tiene obligaciones más apremiantes que atender que vigilar el cumplimiento o no de los estatutos de las decisiones que se adoptan en tal o cual patronato. Como se comprenderá, no se trata de renunciar a preservar el legado de nuestros grandes hombres, ni de olvidar los lugares donde vieron la luz -el vacío dejado por la vivienda donde nació Luis Vives debería ser de visita obligada- sino de no dejarse avasallar por sus herederos y proceder con cautela en cada ocasión. Rita Barberá no llegó a enterarse de cómo se comportaron las descendientes de Concha Piquer con el museo que ella le montó, y esa es la suerte que tuvo. Porque la hija, Concha Márquez Piquer, no le dejó ni una vulgar diadema al morir. Y una de las nietas vendió el año pasado once joyas de su abuela y se dispone a organizar «exposiciones itinerantes de los numerosos objetos, desde vestidos a los famosos baúles» que conserva de la célebre intérprete. Lo que le faltaba al «templo de culto» que la alcaldesa le erigió en la calle Ruaya pensando que se convertiría en lugar de peregrinación como la Graceland de Elvis Presley: que las nietas le hagan la competencia cuando ya ni siquiera está abierto al público. Menos suerte está teniendo la casa natalicia de San Luis Bertrán, un bien de relevancia local cuya apremiante restauración se encuentra paralizada desde 1993, y ni sus dueños la reanudan ni ha habido administración competente que les obligue a ello. En la del taquígrafo Martí, verbigracia, no intervino el Ayuntamiento de Xàtiva hasta que le salió más a cuenta demolerla.
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