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Las Cámaras de Comercio valencianas no parecen tener término medio. O están con el agua el agua al cuello porque la supresión de la afiliación ... obligatoria les priva de contribuyentes. O nadan en la abundancia y se comportan como cigarras, período en el que se encuentran en la actualidad. La de Valencia, verbigracia, que tuvo la suerte de encontrar a quien endingarle el costosísimo e impracticable cartabón de la calle Jesús, la AEAT, y poder así volver a Pintor Sorolla, acaba de adquirir una escuela de hostelería y turismo, bien del que estaba, al parecer, muy necesitada. Y a la de Alicante la ha pillado la prensa reformando ilegalmente un edificio del puerto alicantino con fondos concedidos, para más inri, por su director gerente en excedencia, un tal Carlos Mazón, por si no lo sabían. El porqué es lo más incomprensible de ambas operaciones. La Consejería de Turismo no es que posea un centro de formación de las características del adquirido por la Cámara en una incomprensible maniobra expansiva. Es que se la da excluyente circunstancia de que posee diez, 10 escuelas oficiales de hostelería y turismo repartidas por toda la CV. Y lo último que necesita es que la CCV le haga la competencia. Una indelicadeza que me recuerda que muy considerados no estuvieron, o al menos así me lo pareció a mi, el titular de la CCV, JV Morata, y el jefe supremo cameral al acudir al Palacio de la Generalidad a relatarle a un todavía transido titular del Consell cómo pensaban contribuir a la recuperación económica valenciana a base de cursillos. Cursillo va, cursillo viene. Un detalle que Mazón les agradecería por cortesía, aunque lo más probable es que en aquel entonces habría preferido ahorrárselo. Nada grave, en cualquier caso. Pero que JV Morata se lance a disputarle el mercado a la Red de Centros de Turismo sin haber tenido a bien explicar el motivo y el coste real de la operación es de nit del foc. El embrollo en el que el responsable de la Cámara de Alicante, Carlos Baño, ha involucrado a su mentor, tampoco le va a la zaga. Levantó la bandera inmobiliaria contra su predecesor. Declaró que endeudar a la institución para dotarla de una nueva sede, como planteaba Juan Riera, era un disparate. Sostuvo después que no podían continuar pagándole «el alquiler a un ruso por un local incómodo»; el edificio de su propiedad le interesa más continuar alquilándoselo al Ayuntamiento. Y acabó gastándose las ayudas que recibió del Consell en la reforma ilegal del aludido inmueble portuario. Donde, para variar, continuará en régimen de alquiler. Lo no está nada claro es que el hecho de que el casero no sea ruso compense la denominación del local: Life & Bisness.
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