Si llueve no hay toros
En esta España partida en dos, cuando un miura hería en serio a un torero, el público reñía enfrentado en dos bandos: unos querían que ... el espectáculo siguiera; otros, sin embargo, peleaban para lograr que se suspendiera el festejo y mandar el montante de los toros ahorrados a la viuda. España cañí. Maestro Benlloch: ¿Cuándo el barrillo remonta la suela de la zapatilla del diestro se debe suspender una corrida? ¿Y si la manoletina se hunde en el lodo de un charco y se queda pegada? Parece muy fácil decirlo: si llueve no hay toros. Pero en el país donde todo se discute, la suspensión por lluvia de un festejo de pago, sea el que sea, es siempre objeto de encendido debate... Porque hay normas ancestrales que señalan cuándo hay que devolver el dinero de las entradas. Y maneras de ver el barro.
Por ejemplo: la ópera Fausto se representaba en Les Arts el miércoles por la noche. Pero mucho público llegó retrasado porque no sabía que un castillo de fuegos artificiales, adelantado de hora por el temor a la lluvia, había cortado puentes y esquilmado estacionamientos. Se quedaron sin el primer acto y además sufrieron un parón extra, entre los actos cuarto y quinto, para que los zambombazos no alteraran la partitura de Gounod.
Urgente: al director de Les Arts hay que meterlo en el Cecopi. Eso de suspender o cambiar programas tiene mucho riesgo. Como en el siete y medio, te puedes quedar corto; pero si te pasas es peor. No vale el silogismo de «si llueve no hay toros». Ni siquiera vale que los diestros, el mayoral, el delegado gubernativo y el empresario salgan a pisar la arena; siempre habrá público descontento. Siempre habrá alguien que dirá que al torero-sí, sí, a ese-- lo que le pasaba es que no quería enfrentarse a los cornúpetas que le esperaban.
Fiesta, fiesta de todos y para todos, fiesta para compartir. En Valencia tenemos una maravilla olvidada, les corregudes de joies. Y en la plaza, regalamos la rara belleza de una bandera medieval que, de tanta nobleza que atesora, no se inclina y baja a la calle por el balcón. Pero teniendo todo eso, vamos, como abducidos, a la fiesta del Palio de Siena, la de los caballos y las banderas, pagando una enormidad. Somos así: para pasarlo bien juntos y disfrutar, nos vamos a otro país. Y aquí, en vez de gozar de la vida, nos la amargamos: nos empeñamos en politizar y dividir el sentido de la fiesta y en llenar un día más de nuestro hosco calendario con broncas, reproches, amenazas y tensión.
La fiesta del 9 de Octubre consiste en dar gracias a un rey barbudo porque nos hizo cristianos. No hay más. Pero la hemos cargado de tanta y tan estúpida tensión política, la hemos llenado de tantos rencores y manías, que tenía que haberse suspendido de inmediato, de oficio, sin temporales ni alertas, en cuanto la ministra Morant la inflamó...
(Y hoy, la olvidada fiesta de España)
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