Esperanza verde
El 27 de septiembre de 1975 fue un día amargo, un día aciago para una generación joven que desde el trabajo o las aulas universitarias ... esperaba -cuanto antes mejor- que llegara la necesaria libertad. Los cinco fusilamientos que el régimen de Franco consumó esa noche sumieron a todos en una onda nueva de pesimismo: cuando se ansiaba un signo de piedad, una mínima señal de concordia, no la hubo. El búnker estaba cerrado y no había más remedio que seguir esperando el desmoronamiento.
El repaso de la actualidad valenciana de hace medio siglo tiene, sin embargo, no pocos puntos interesantes. Si la Universidad, los embriones políticos y la opinión más comprometida mostraba una creciente inquietud por el futuro, no pocos signos indicaban que había más interés en construir un futuro en libertad que en derribar con estrépito y daños un sistema que se estaba cayendo solo. Y, junto a ello, curiosamente, la sociedad, al secundar las campañas que nuestro periódico dedicaba a la urbanización del Saler y a la conversión del viejo cauce del Turia en parque, mostraba una clara predilección por los jardines y las zonas verdes que acabarían caracterizando ese tiempo nuevo de la ciudad.
Cincuenta años atrás, en septiembre de 1975, el subsecretario de Obras Públicas dio posesión del cargo del departamento a un ingeniero de Caminos, Salvador Aznar Calabuig, que desde hacía al menos una década había venido trabajando intensamente en una obra colosal: el desvío del rio Turia por un nuevo cauce. Desde 1969 la obra estuvo formalmente concluida; pero solo en septiembre de 1975 se dio por cerrado el proyecto, una vez concluidos los puentes y las marginales del cauce que se habían convertido ya en un eje vertebrador de todos los accesos, incluido el del puerto. Ya se podía decir que la Solución Sur había terminado.
Luego... era la hora de soñar, abiertamente, con el jardín del viejo cauce, en lograr la propiedad del Turia y cambiar el plan general de ordenación urbana de la ciudad, de modo que se evitara, a toda costa, la previsión de carreteras en el lecho que el Turia había tenido. Los retos que el periódico lanzaba, curiosamente, prendían con gran facilidad: la mayoría social valenciana quería una ciudad verde de urbanismo equilibrado.
Así las cosas, el Ayuntamiento puso en marcha un proyecto del que dependían no pocas decisiones inmobiliarias: una nueva fase del paseo al Mar, con el fin de hacerlo llegar, desde la avenida de Aragón -donde ya se podían levantar las vías-hasta el cruce con Doctor Manuel Candela. Con todo, la esperanza mayor estaba en los Viveros, donde el alcalde anterior, Vicente López Rosat, junto con el empresario Francisco Domingo, había sembrado, en 1972, la semilla de la primera feria Iberflora. Desde ese año, el certamen se venía celebrando en un jardín llamado a culminar una ampliación soñada y esperada desde los años veinte.
En octubre de 1975, Iberflora dio otro salto de ampliación en lo que fueron jardines del Palacio Real. El mismo año, el alcalde Ramón Izquierdo vio culminado el largo papeleo que le permitió expropiar suelo de huerta hasta llegar hasta la calle de Jaca. Desde que en 1915 se empezó a dejar entrar a los valencianos a un parque que era de la Diputación Provincial, a Valencia le había costado sesenta largos años culminar una ilusión, una esperanza de zona verde. Y al final pudo disfrutar de esa ciudad soñada en el marco de la democracia y la libertad.
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