¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?» decía Chico Marx, haciéndose pasar por el personaje de su hermano ... Groucho en la película 'Sopa de ganso', parodiando el absurdo de negar la evidencia.
Recuerdo este episodio de los geniales hermanos Marx cuando leo casos como el de la joven canadiense que terminó con su coche sumergido en el lago Huron al seguir fielmente las indicaciones del GPS de su coche, a pesar de lo que estaba viendo con sus propios ojos. Por suerte, pudo salir ilesa, pero su vehículo necesitó ser rescatado por una grúa al día siguiente
O el de camioneros lituanos que se adentran por caminos de cabras intransitables en plena montaña española. A pesar de que sus ojos ven que por ahí no puede circular el camión, ellos hacen más caso al Google Maps o al Waze que a lo que tienen delante y se quedan atrapados
El problema, claro, no se limita al volante. Ese mismo desprecio por la evidencia, esa obediencia ciega a la voz que algunos se empeñan en hacer caso -aunque contradiga lo que tenemos delante de las narices-, lo vemos cada día ¡y de qué manera! también en la política española.
Lo vemos en Pedro Sánchez, que se presenta como adalid de la regeneración democrática mientras convive con casos de corrupción que salpican a su entorno más próximo. Habla de honestidad... y actúa con una abierta tolerancia hacia la corrupción, cuando le conviene. Es como si afirmara que sus mensajes de guasap con Ábalos, las 'declaraciones jésicas', la apertura de juicio oral a su hermano por prevaricación y tráfico de influencias, la imputación de su esposa, todo esto... no fuera la realidad.
Y por si quedaban dudas, ahí está el apagón informativo del gobierno, ¡un mes después!, sobre el apagón que sufrió este país. O el caso del PSOE de Extremadura que, innovando en ingeniería política, ha forzado el «aforamiento exprés» de su líder Gallardo. Un blindaje de alta gama para evitar al juez, maniobra que haría palidecer de envidia al mismísimo Verres, aquel corruptazo romano que pensó que podía escaquearse cambiando de tribunal... sin contar con que delante tenía a Cicerón.
Bloqueado en el Congreso, acorralado en los juzgados, atrincherado en el búnker de la Moncloa, el discurso de Sánchez es un GPS mal calibrado: da indicaciones, firme la voz, pero nos lleva por caminos imposibles, rodeos interminables... y nos lleva directos al lago de oscuras aguas. Su GPS nos dice con voz engolada: «Ha llegado a su destino. Democracia regenerada. No haga caso a lo que ven sus ojos, eso es un bulo, es una conspiración de su mirada. Puede abrir la ventanilla».
Lo estamos viendo. Día tras día. Lo grave no es ya que el coche esté sumergiéndose, sino que aún haya quien, con el agua al cuello, siga preguntándose: «¿A quién vamos a creer, a él... o a nuestros propios ojos?».
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