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Recorría grandes distancias con increíble rapidez, haciendo cien millas al día en un carruaje alquilado y con poco equipaje, nadando los ríos que se interponían ... en su camino o cruzándolos sobre pieles infladas, y muy a menudo llegaba antes que los mensajeros enviados para anunciar su llegada». El historiador latino Suetonio destacaba la rapidez de César en sus desplazamientos. Después de su victoria en el año 45 a.C. sobre los hijos de Pompeyo llegó a caballo en tiempo récord de Montilla (en Hispania) a Roma. Cruzó medio imperio por calzadas que aún hoy sustentan parte de las grandes autopistas en Europa. Urgencia, determinación, eficacia.
Lo sabían bien los romanos: una civilización se construye a base de vías de comunicación Las calzadas romanas no solo conectaban ciudades; conectaban territorios, personas, mercancías, ideas y poder. Eran símbolo de orden, eficacia y visión a largo plazo.
Hoy, en cambio, en España, la gestión de las comunicaciones va por otro lado. Tenemos trenes, pero no llegan. En los años ochenta, Felipe González sintetizó su visión política en una frase: «El cambio es que España funcione». Una idea sencilla pero poderosa: modernizar el país, acercarlo a Europa y hacer que las cosas funcionen. Hoy, esa aspiración parece más vigente que nunca, especialmente cuando comprobamos el mantenimiento de nuestro sistema ferroviario por el gobierno de España.
No hace falta un apagón (apagón debido, por supuesto, a una conjura de la derecha con las eléctricas) para quedarse atrapado en una estación: basta con confiar en el gobierno de Sanchez. En Suiza, un retraso de tres minutos en los trenes provoca titulares en la prensa nacional y disculpas públicas de la compañía ferroviaria. En España, llegar a tiempo es una lotería. Ir a la estación se ha convertido en un juego de azar: no sabes si tu tren saldrá, si llegará o si simplemente desaparecerá del panel de información. La puntualidad ha dejado de ser norma.
Viajar en tren por España se ha convertido en una auténtica yincana nacional. El objetivo ya no es llegar a tiempo, sino simplemente llegar. Entre cancelaciones de última hora, retrasos imprevisibles, cambios de andén dignos de una novela de misterio y trenes que desaparecen del panel, moverse por el país en ferrocarril es hoy un deporte de riesgo, patrocinado por el Ministerio de Transportes.
Los retrasos, cancelaciones y excusas de miles de españoles hacen que Óscar Puente sea el ministro más incomprendido. ¡Pobre! Nadie aprecia su prodigioso genio logístico, su legendaria humildad (en esto se parece a Trump), su inquebrantable vocación de servicio, su trasparencia cristalina, su ecuanimidad, su capacidad de trabajo, su eficacia contrastada.
Como dice el Ministro «el tren vive en España su mejor momento», pero los pasajeros se empeñan en vivir el suyo... en el suelo de la estación. Pensábamos que estar incomunicados era no tener tren, pero nos hemos dado cuenta, gracias a Oscar Puente y a Pedro Sánchez que teniendo tren es cuando podemos estar incomunicados.
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