La Monarquía, garantía de estabilidad
Tranquiliza una sociedad que quiere vivir sin rencores ni sobresaltos
La llegada de Donald Trump al poder es como un vendaval gigante que sacude a todo el mundo y destruye cuanto encuentra a su paso. ... Con su irrupción la convivencia internacional ha caído bajo mínimos entre la casi totalidad de etnias, pueblos y países. Ni siquiera los siempre potentes Estados Unidos se libran del error humano que se está revelando incurrieron sus votantes. Todavía no se han cumplido cinco meses de su llegada a la Casa Blanca y ya se describe como un pésimo ejemplo para la democracia y las libertades. El problema es que aún habrá que esperar tres años y medio para librarse de la pesadilla que está causando con sus amenazas y decisiones.
España no es ajena, como ya se sabe, a los males que causan las excentricidades nada menos que del autoproclamado máximo poder universal. ¡Qué le vamos a hacer! Como, según dicen, los males nunca vienen solos, aquí también estamos padeciendo, ya desde hace algún tiempo, lo que se describe como la borrasca de Pedro Sánchez que impide a los ciudadanos expresar un descontento que se resolvería en unas elecciones que el Gobierno, aferrado al poder como una lapa, se niega a convocar. La crisis institucional mantiene al país confuso y a la sociedad desalentada viendo como el presente se agita y el futuro se retrasa.
Hay una suerte que, en medio de tantas dudas, garantiza la estabilidad perdida: la monarquía parlamentaria que sostiene al Estado y lo mantiene a cubierto de las concesiones independentistas y disputas cotidianas, siempre desgastantes, por la conservación del poder. ¿Alguien se pregunta estos días lo que sería, en medio del caos que atravesamos, elegir a un presidente de la República, como algunos extremistas reivindican? Por algo será que los países democráticamente más libres y estables de Europa son monarquías parlamentarias: el Reino Unido, Suecia, Luxemburgo, Dinamarca, etcétera.
Gracias a la estabilidad que complementa la actividad política sin limitaciones, el país consolidó las libertades, recuperó la prosperidad, se abrió al resto del mundo y se sumó a la carrera por la modernización que, en menos de medio siglo, cambió su imagen diplomática por la de un país moderno y defensor de la paz. En los momentos de confusión actuales, la figura de un Rey que cumple sus funciones de manera impecable se convierte en el principal activo de tranquilidad y estabilidad democrática que conservamos. Nada puede objetarle ni se le objeta en medio de la crisis a Felipe VI. Su principal activo es saber mantenerse al margen de la división y confusión que genera la pléyade de partidos que se disputan el poder al margen de los ciudadanos.
Felipe VI, un jefe de Estado estricto en el cumplimiento de la Constitución, comparte su tiempo entre las funciones oficiales con la presencia en actividades culturales, económicas y sociales, lo mismo que se solidariza y suma al dolor que causan las adversidades de la naturaleza, volcanes, inundaciones, o cualquier otro tipo de catástrofes donde su presencia consuela y reconforta a los damnificados y familiares de las víctimas. En medio del caos es el ejemplo que tranquiliza a una sociedad que quiere vivir sin rencores ni sobresaltos.
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