La confusión de Sinar

Desde muy temprano el hombre ha anhelado una lengua franca universal

En el libro Génesis, el primero del Pentateuco de la Biblia, en su capítulo 11, versículos 1 al 9, justo después del relato del diluvio ... de Noé, nos encontramos uno de los más famosos pasajes bíblicos, el de la Torre de Babel. En él se narra cómo los supervivientes del cataclismo viven unidos y hablan un mismo idioma. Tras desplazarse hacia Oriente se establecen en una región mesopotámica de nombre Sinar -más tarde conocida como Babilonia-, donde fundan la ciudad de Babel. Movidos por el orgullo y desobedeciendo el mandato de Dios, según el cual debían dispersarse y poblar toda la tierra, deciden construir una torre con la que alcanzar el Cielo. Al darse cuenta de esta afrenta, Dios decide evitar que puedan culminar la construcción confundiendo su lenguaje. A partir de ese momento el proyecto se hace inviable y lo abandonan, esparciéndose, ahora sí, a lo largo y ancho del mundo.

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El texto, cuyo origen es la tradición de transmisión oral, fue recopilado y redactado inicialmente entre los siglos X y VI a.C. Dejando de lado todo aquello relacionado con las enseñanzas de carácter estrictamente religioso o moral, es evidente que los hombres antiguos consideraban un inconveniente las barreras comunicativas que impone la pluralidad de idiomas. Lo que quiere decir que desde muy temprano el hombre ha anhelado una lengua franca universal, pero no desde un punto de vista identitario, sino desde una perspectiva pragmática. En el mundo occidental es indudable que la lengua que más se aproximó a este concepto fue el latín, que incluso después de muerta como lengua popular siguió utilizándose en su variante culta en los ámbitos científico, teológico o filosófico durante muchos siglos. El último intento de construir una lengua universal fue el del médico polaco Zamenhof con su fallido esperanto. Hoy, es el inglés el que ha logrado imponerse en el concurso internacional. Siguiendo esta misma lógica, los estados-nación modernos hicieron pivotar su estructura comunicativa en un idioma único en su proceso histórico de creación; España no es una excepción, aunque también es cierto que no siguió los modelos francés e italiano que arrasaron con los idiomas y dialectos regionales. En el caso español se respetó la diversidad lingüística de sus antiguos reinos, pero siempre declarando la primacía del castellano como koiné o idioma vehicular, en coherencia con el sentido común. La pregunta es si puede convivir en razonable equilibrio una lengua nacional con el fomento de otras periféricas. La respuesta es sí, siempre que los responsables de las políticas de desarrollo de las vernáculas se mantengan leales a la unidad política y no las utilicen como herramienta de desvertebración o como una excusa para la creación de imperiecillos estrafalarios.

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