Ruido y realidad
Ir a un centro de menores aporta verdades: están al límite, los 'menas' no son monstruos y quienes allí viven y trabajan quieren soluciones y no tanto barro político
Corremos tiempos de continuo ruido político. De barro sobre el barro en la dana. De reproches sobre los fallos de cada administración en la detección ... de la emergencia en lugar de ejercer cada una de ellas la autocrítica. De broncas hacia los casos de corrupción del partido ajeno en lugar de asumir responsabilidades en el corral propio. Y de tirarse los trastos a la cabeza entre instituciones y partidos incluso con un tema tan delicado y sensible como el de los menores y las mafias de la inmigración irregular de las que son víctimas en muchos de los casos. Y con mucha falsedad, manipulación y demagogia por medio. Ruido en vez de verdades. Y como lo mejor para conocer un tema es sumergirse en él y bajar al terreno, eso hemos hecho esta semana en LAS PROVINCIAS. En mitad de la guerra entre Gobierno y autonomías por el envío de menores inmigrantes no acompañados (los llamados 'menas') desde Canarias a otras comunidades (todas menos Cataluña, ojo, no se vayan a enfadar los socios de Sánchez, que una cosa es la solidaridad y otra cosa ser gilipollas), hemos ido a ver cómo es un día a día en un centro de menores, el Lucentum de Alicante, uno de los de más capacidad de la región. Allí manda Yasmina Benchiheub. En mi vida he visto a una profesional que trabaje con adolescentes vulnerables más implicada ni que lo viva con más intensidad. «Ella no tiene ninguna necesidad de ir cuando llegan las pateras. Y va a todas. Habría que clonarla», subrayó con ironía pero con admiración la directora general de Familia, Infancia y Adolescencia, presente en la visita. Y es cierto. Una mañana allí sirve para darse cuenta, primero, que los centros de menores valencianos están efectivamente al límite. Que las 1.767 plazas que el Ejecutivo dice que tiene la Comunitat no están por ningún lado. Que si por super profesionales como Yasmina fuera, acogerían a todos los menores inmigrantes que pudieran. Pero hasta ella misma lo dice. «Mi centro debería ser el doble de grande». El Gobierno acusa de insolidaridad a la Generalitat. Lo más insolidario y cruel es es enviar a estos chavales a su suerte a la Península sin presupuesto para su cuidado ni lugar en el que alojarlos. Y eso quiere hacer el Gobierno.
En los dominios de Yasmina queda claro también la falsedad de otro mito, este extendido sobre todo por la extrema derecha. Los 'menas' no son monstruos. Claro que habrá chavales malos. De fuera y de aquí. Como hay en todas las edades, franjas sociales, profesionales y mundos. Pero los chavales que vimos allí son adolescentes. Chavales muchos de ojos asustados que miran recelosos la llegada de un extraño al centro. Niñas con cara inocente que buscan superar el susto de haber estado a punto de caer en manos de un red de explotación sexual. Entre los muros del centro Lucentum uno se olvida de la frialdad de las cifras y del ruido de sables entre Madrid y Valencia sobre qué hacer con los adolescentes llegados en pateras o los que se juegan la vida ocultos en motores de camiones, como se ha vivido algún caso. En el centro no hay datos. Hay seres humanos y técnicos que se vuelcan con ellos. Dispuestos a saltar de la cama de noche para ir a recibirlos a las pateras. A coger el teléfono a la familia de un chico recién ingresado en la cárcel. A subrayar con orgullo que el centro ha reducido la delincuencia en el barrio y ha aumentado la seguridad. Frente a mentiras, las verdades de la calle. Frente al ruido político, las palabras de los chavales y sus ángeles guardianes.
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