El río de las babas
No creo que los niños de antes fuéramos más fuertes. Ni tampoco que tuviéramos más suerte. Quizás la conclusión es que hoy hay demasiada tontería
Esta estos días de actualidad el oculto peligro que contiene en sus profundidades el río Turia. La cruenta dana removió cauces y fondos y ha ... dejado un laberinto de pozas en lugares desconocidos, riberas más resbaladizas y una mayor concentración de lodos en el fondo que convierten el necesario baño en estos días tan calurosos de junio en una práctica que puede acabar siendo no solo peligrosa si no también mortal. Así lo demuestran trágicamente los dos fallecidos en apenas una semana. Así, que mucho ojo y a evitar en la medida de lo posible estos chapuzones de riesgo. Yo no puedo olvidar hace algunos años una jornada de baño con mis dos hijos en un recodo del Turia a su paso por Riba-roja. Habíamos ido a pasar el día con unos amigos y otros niños. El río parecía tranquilo, con una corriente mínima y sin aparentes remolinos. Confiado y listo para disfrutar, me adentré en el agua. Mis dos hijos, que ninguno de los dos debía andar muy lejos de los 10 años, y otros dos pequeños. Y de repente, cerca de una zona de cañas, la corriente se activó. Yo que sí hacía pie me las vi y me las deseé para alejarme del peligro con los cuatro niños amarrados como pude a mis brazos e incluso ayudándome de alguna rama cercana de la ribera. Intenté que la sonrisa no abandonara mi rostro para no asustar a la chavalería, pero la verdad es que pasé un rato de mucha tensión.
Por otra parte, estos tiempos de riesgos, alertas de peligros ocultos y, quizás, cierto aire de sobreprotección de los más pequeños (subrayando de nuevo que en el Turia hay que andarse con muchísimo ojo), me retrotraen a mis tiempos mozos en el río de Piqueras. A aquel río lleno de 'babas verdes', o mejor dicho 'mocos de rana', que es como llamábamos a lo que en realidad eran algas, que acompañaban a un olor no precisamente de aguas cristalinas que lo impregnaba todo. Y un cieno en el fondo que si se te ocurría la osadía de tirarte de cabeza, acababas clavado en el fondo. Y allí, cuando no existía la modernidad de las piscinas de verano de ahora, pasábamos las tardes todos los niños del pueblo. Gracias a una balsa creada en un punto del río, con troncos y sacos, para impedir que el agua transcurriera. Éxito con el chapuzón y fracaso con el tufo del agua estancada. Allí, entre 'mocos de rana', renacuajos y 'tenedores' (que es como llamábamos a lo que en realidad es un insecto de nombre zapatero) pasábamos el verano. Sin la presencia nunca ni de un solo adulto y siendo todos muy, pero muy menores de edad. No era irresponsabilidad, era libertad y confianza. Jamás se ahogó nadie. Nunca hubo un percance grave. Más allá del mítico vuelo de aquel amigo que tras circular con su Motoretta blanca acabó sumergido en el río. Se fue corriendo a casa de la vergüenza entre las risas de los presentes y olvidando la bici con el manillar a medio sumergir. Tampoco recuerdo, ahora que se prohibe tanta zona de baño por la contaminación, casos especialmente preocupantes de infecciones por la mala calidad del agua. Y les puedo asegurar que aquel río no hubiera superado ni un sólo análisis sanitario. Pero nada entre los chavales, más allá de alguna puntual conjuntivitis u otitis. Como cada verano hoy en nuestras cloradas y cuidadas piscinas. Así que no sé qué decirles. No creo que los niños de antes fuéramos más fuertes que los de ahora. Ni tampoco que tuviéramos más suerte que los actuales. Quizás la conclusión sea otra: que en muchos ámbitos, hoy en día lo que hay es demasiada tontería.
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