La curva del cariño
De cómo retransmitir un partido de futbito de unas amigas del CEU me hizo periodista. Y mis abuelos en el monte buscando la señal de radio. Lección de vida
Mi vuelta al cole particular ha coincidido con empezar a compaginar mi trabajo en estas páginas con colaboraciones en las mesas de actualidad de À ... Punt. Un honor representar al diario decano en ellas y una satisfacción comprobar los muchos temas exclusivos publicados por grandes periodistas de esta casa que acaban en la palestra de los comentarios de los tertulianos: la macrored de droga y corrupción del puerto de Valencia (se queda 'The wire' a la altura del betún con los tentáculos de la mafia valenciana), el procesamiento de los presuntos responsables del accidente mortal del festival Medusa y otros 'scoops' y más que llegarán. No es la tele un medio en el que me mueva como pez en el agua. Pero la práctica al final acaba dando resultados. Pero en estas semanas en las que he abandonado en algunos instantes el delicioso papel y el vibrar de las letras en las pantallas de la web de esta casa, me he acordado de cuando yo no escribía. De cuando empecé. Y no sólo de mis inicios, sobre todo de lo importante que es siempre estar con los pies en la tierra, sentir y amar las raíces. Allá en segundo curso de Periodismo en el CEU San Pablo, entonces aún en el gigantesco y muy 'harrypotteriano' seminario de Moncada, hice mis primeros pinitos como periodista. Con mi amigo, compañero y hermano Marrahí, con el que aún comparto redacción, retransmitiendo los partidos del Utiel U. D. para Radio Encuentro, la emisora local de la SER. Es curioso cómo entramos en las ondas. 'Marrah' y yo locutábamos de cachondeo un partido de futbito de unas amigas de Derecho en el CEU. Entre guasas y risas mientras se grababa en vídeo el encuentro. Al final en la vida todo funciona mejor con humor y buen rollo. Allí estaba el director de la radio. Fue testigo de nuestra 'retransmisión', por llamarlo de alguna manera, y nos dijo si nos animábamos a seguir la temporada con el Utiel. De cabeza que fuimos. Y allá que íbamos Marrahí y yo cada semana recorriendo los campos de Tercera División de la Comunitat. En nuestro coche o en el autobús del club. Un recuerdo emocionado a Nacho, fallecido con 17 años en un accidente del autocar un día que no viajábamos nosotros en él. Aquellos años no sólo cambiaron nuestras vidas. No he dejado de trabajar desde entonces. También varió la de mis abuelos. A 180 kilómetros de distancia, en su pueblo de Cuenca, no llegaba Radio Encuentro. Aunque en realidad sí. En la sierra que rodea a Piqueras del Castillo, a varios cientos de metros de altura, se escuchaba la Ser de Utiel. Y allá que se iban cada domingo mis abuelos, Demetrio y Felicitas. «Nos vamos a la curva a escuchar a mi nieto», decían ambos cuando se encontraban en la plaza del pueblo a algún lugareño que les preguntaba a dónde iban con el 'Cuatro Latas', el mítico Renault 4L que hoy conduzco yo. Y allí echaban la tarde. Entre zumbidos de interferencias cuando el aire soplaba de un lado u otro. Disfrutando de mi locución mientras mi abuelo echaba un ojo a las colmenas que entonces tenía. Tocaba luego la llamada telefónica de rigor para que Demetrio emitiera el juicio de la sesión. «Pero mira que es bueno Escudero», decía sobre el flamante mediocentro del Utiel. Mi abuelo que ni puñetera idea de fútbol tenía... Aquellos años no aprendí solo a ser periodista. Aprendí a ser persona. A entender que la cercanía a los tuyos y la entrega por los que te rodean te hace crecer. Te mantiene vivo. Fija la calma en tu alma y la sonrisa en tu rostro. Hoy lo recuerdo cada vez que voy al pueblo y paso por esa curva del cariño.
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