Yakutia
Cuando nuestra naturaleza analítica se obstina en buscarle explicaciones a todo, también por supuesto a cómo somos, solemos hallar amparo en el entorno. El carácter ... abierto que nos fue dado, proclive a socializar, lo cargamos a la cuenta del sol, mientras cada vez que la vida aboca a la reinvención tiramos de acervo cultural y mentamos el espíritu fallero; que tal vez fuimos barro y seremos polvo, oiga, pero entretanto otros elementos, el 'foc y el 'fum', nos definen mejor. También se ha escrito mucho sobre la mediterránea tendencia a la improvisación, confundida en un arranque de autocomplacencia con la genialidad. Falta concretar sin embargo a quién endilgamos ese mochuelo, pues lo del astro rey y el arte efímero ya no cuela.
Porque convendremos en que para lo de improvisar, estrujar el guion y dar tumbos somos unos figuras. El miedo nos poseyó con la tasa turística, de uso común en todas las ciudades del perfil de Valencia, con mucho que ofrecer al visitante y en consecuencia un rico patrimonio y estilo de vida por proteger. La aprobamos, luego la congelamos, más tarde la derogamos, y hemos acabado regalando aquello por lo que a nosotros nos cobran al salir de casa, no sea que el beatífico visitante se enfade y deje de venir. En esto nos quedamos cortos, mientras que el precipitado cierre de la ciudad al tráfico privado nos vio pasarnos de frenada. No por el hecho en sí, al futuro se llega andando, o en bicicleta, pero una peatonalización seria, duradera, respetuosa con el vecino y el comercio, requiere un transporte público de calidad. Lo contrario es estrangular, dogmatizar. Difícilmente cambiará un paisano del área metropolitana coche por metro si no se amplía el horario nocturno intersemanal, mejoran las conexiones o minimizan las averías por obsolescencia. Complicado lo tendrá el bus para subyugar al automóvil hasta que afine en frecuencia de paso y hacinamiento. Por eso aquel modelo de ciudad hacia el que pedalearon Ribó y su secuaz hubo de reconducirse ante el riesgo de asfixia.
Ahora llega el enésimo volantazo, con la Zona de Bajas Emisiones, aunque el origen de este desvarío reside menos en cuestiones exógenas que en nuestras miserias más íntimas. Cuando los políticos lean los sondeos y de tanto mirarse el ombligo no hallen fundamento al descrédito de su negocio, que piensen en todo lo acontecido en torno al plan predestinado a proteger Valencia y su aire del impacto nocivo de los cuatro latas contaminantes. Topa el PP con la traición de Vox, es lo que tiene ir con malas compañías, y a la que busca refugio en el bando ecológico sobreviene otra zancadilla; con sus argumentos, tan válidos en la letra pequeña como indefendibles en la gruesa, pues tratándose de un bien superior mejor poco que nada. Así, entre el negacionismo fanático de Vox, la política de mínimos del PP y la de máximos de PSPV y Compromís dejan al borde de la ruptura -y digo al borde porque en mi candidez aún espero que alguien redirija el chorrito hacia el tiesto- un acuerdo que reportaría 115 millones a la ciudad, amén de la ocasión de enviar al mañana un mensaje edificante: que Valencia no es un semáforo, verde tan sólo a ratos. Pero hace tiempo que nuestro tablero político recuerda al del Risk, un campo de batalla, y bien sabe el estratega que Yakutia no negocia con Kamchatka.
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