Uh
La victoria es la suma de pequeños esfuerzos repetidos día tras día, dijo quienquiera que lo dijera. Unos atribuyen la cita al general Patton, otros ... al escritor Robert Collier, pero me resbala su origen, como si se le ocurrió a José Luis Fradejas en el plató de 'Aplauso'. El auténtico filón está en la verdad palmaria que encierran esas doce palabras, el valor de la perseverancia para hacer del progreso una carrera de fondo. Sabemos cuándo cayó el Muro de Berlín, pero no cuándo comenzó a caer. El símil puede aplicarse a todo avance social, y algún día servirá también para el racismo. Terminaremos incorporándolo a la selecta lista de enfermedades erradicadas, como la viruela o la peste bovina, sumaremos ufanos otro día internacional al calendario, y si somos justos evocaremos al mirar atrás los esfuerzos repetidos que esculpieron nuestra victoria. Incluidos los imperceptibles, como esa sentencia judicial que nos lleva a ser hoy mejores que hace una semana.
Cornellà, la grada caliente y un cerebro se achicharra. Onomatopéyico de más, toma el hincha el camino corto, «uh, uh, uh», para llamar mono a la estrella. Sólo porque es negra, sin entender nuestro iletrado energúmeno que con su ruin conducta se ha desnudado: es él, burdo gregario, quien alzando una barrera natural entre iguales evidencia su estancamiento en el primer peldaño de la evolución. Un año de cárcel y mil eurillos de multa. La próxima vez morderá la lengua hasta sangrar.Aquí va un mensaje para los jóvenes instruidos en la cultura de la tolerancia, esos a quienes el rancio mundo llama 'generación woke' sin saber que su desprecio trae implícito el mayor de los reconocimientos. Como el papel viajero en una botella, sirva esta reminiscencia de portador de canas para animarles a no bajar la guardia. Vengo de un tiempo oscuro en el que, tomo prestado del replicante Roy Batty, «he visto cosas que vosotros no creeríais». Un túnel donde hordas de majaras, a quienes los usos de la época etiquetaban como 'respetable' bajo el axioma de que el público siempre tiene la razón, instaban cada tarde al jugador negro del equipo rival a aceptar su destino, que según le cantaban a coro y a voz en cuello era recoger algodón. Con el apelativo 'cabrón', por cierto, para encontrar la rima. La metástasis alcanzaba hasta al periodismo deportivo. Unos imitaban a otros y siempre que el equipo de turno entraba mal al partido repetían cual loros que los gitanos no quieren a sus hijos con buenos principios, el equivalente al actual, y también despreciable, hasta el rabo todo es toro. Otro día si queréis hablamos de homofobia, y del «Míchel maricón» -aquellos tocamientos a Valderrama a la salida de un córner-, que saltó de la grada a la discoteca, erigido en cántico anunciador del final de las noches de farra, algo así como la versión ponzoñosa del «vete a dormir» de los primeros Trancas y Barrancas.
Vendo esperanza. No compro el libreto a Vinícius, prestidigitador que camufla sus malas artes bajo el trampantojo de una noble cruzada. El fútbol, como la sociedad, no es hoy racista. Pero mantened alta la guardia porque en el fútbol, y en la sociedad, aún hay racistas. Y a los que por edad o estupidez crónica ya no es posible reconducir desde la vía pedagógica habrá que aplicarles la del castigo. Al bolsillo, donde a falta de conciencia más les duele.
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