Juro por lo más sagrado que hubiera preferido no volverla a ver un año después. Sin necesidad de cruzármela de nuevo, la recordaba aún húmeda. ... La lluvia, todavía entonces inocente, escrutaba cada rincón de la cara, fintaba entre las arrugas, chorreaba por los brazos, chapoteaba al paso, agarrada al pelo, conchabada con el aire para transformarse en frío. Madrugón desapacible, aquel domingo virginal, el de mi primer medio maratón, nació con cara de lunes, y en la línea de salida todo era esperar a Noe. Llegaré justa, había advertido, venía desde Sedaví, y comoquiera que cumplió milimétrica su palabra hubo que salir sin ella. En la meta supe que le había ido bien, lo merecía tras mucho sacrificio; y dos días después, que buscaba su coche desesperada entre el barro de la gran tragedia. Lo hacía más o menos a la misma hora en que otra runner de Paiporta, la conocería en mayo en la salida de la carrera de Ojos Negros en Caudiel, lavaba una a una sus medallas, lágrimas sobre la lluvia, rescatadas del cenagal en arrebato compulsivo como quien indulta un ninot según avanza la lengua de fuego. El futuro no tiene sentimientos. Debió el calendario retirar para siempre la cuarta semana de octubre, sacarla de nuestro itinerario al igual que esos dorsales de leyenda colgantes de lo alto de los pabellones. Pero aquí la tenemos, con ínfulas de sombrío aniversario, y así será ya año a año hasta el silencio final. Llegó una nueva salida, otro medio maratón, inclemente y ventoso al principio, cruel después, cuando regresó el agua para administrarnos la vacuna del recuerdo. No sé si estaba Noe, le perdí la pista hace tiempo como ella la de su coche, pero en el pensamiento corrió a la grupa conmigo. Porque aquel domingo, el virginal, ignorábamos hallarnos ante una semana histórica pero este, el pasional, era imposible silenciar las emociones que se avecinan. El tiempo olvida, la memoria no.
Nuestra melancolía otra estrofa en la balada de otoño de Serrat, toca ahora masticar el dolor que deja el dolor. Honrar a los que se fueron, resistir con los que resisten. Y maldecir. La dana desnudó la erótica del poder, obsesivo como el anillo de Tolkien. El tránsito político de la negligencia a la supervivencia, surfeando por las heridas aún frescas, fue la última bocanada de fango que dejó el drama. Doce meses de autodefensa contra natura de los unos, negligentes; de instrumentalización de la amargura de los otros, atentos a su 'oportunidad de mercado'; la miseria humana crispación para mutar el agua pluvial en fecal y desgarrarnos con la crudeza con que Goya imaginó a Saturno devorar a su hijo, o a las dos Españas ajustar cuentas a garrotazos. Todos han fallado pero lo primero es lo primero. Aunque volvió el sol llueve, detrás de los cristales llueve y llueve, cantó el poeta, y así será mientras el gran responsable político de la hecatombe contemporánea apriete su clavo ardiendo. La presencia comparte códigos con la ausencia. Si la sociedad no completará el duelo hasta que aparezcan los dos caídos que le faltan a la lista de 229, la reconstrucción será mentira mientras Mazón insista en desoír el grito de la calle y permanezca justo donde la izquierda lo necesita. Sólo saciado el reproche atronará el silencio para escuchar el latido de la pena. Solitaria. A perpetuidad. Húmeda como la lluvia que empapa los recuerdos.
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