En un ejercicio de higiene moral, me apresuro a desmentir mi propio titular antes de que, por simpatía, me identifiquen con ellos y sus deleznables ... hábitos. No me gustan los golfos, los trincones o cualquier otra subespecie de la familia de los chorizos, tan prolija en nuestra política y sus satélites. Esos tipos y tipas genéticamente emparentados con el ancestral pícaro español, perfeccionado el modelo durante siglos de dedicación. Entonces, se preguntarán, ¿a qué impulso obedece el encabezamiento impostor de este artículo? Pues a que, detestando al sinvergüenza, cuando de gobernarme se trata lo prefiero al tonto. Aquel te saca los cuartos pero este te lleva a la ruina y encima te atribuye su tontuna.
Empecemos por los golfos, siempre a cobro revertido. Fluya mi desprecio multidireccional, de izquierda a derecha y vuelta al principio, no importa afiliación o grupo al que pertenezcan, pues en política, lo admito, el mío cada día más es el RH negativo. Todo granuja merece ser desterrado del sistema y purgar su culpa, sea cual sea el perfil: ya componga cara de mosquita muerta, estilo Montoro, ya adopte porte canalla, caso de Ábalos; ya se integre en el cogollo dirigente o tire de parentesco, tan arraigado el innoble arte del trinque entre los compañeros de alcoba y la emergente figura del hermanísimo... Presuntos todos ellos, vaya por delante la puntualización con el rigor que exige el oficio.
Ocurre sin embargo que desde Falconetti los malos me gustan malísimos, mejor que los de doble filo. Por eso en mi escala de aversiones sitúo a nuestro tropel de cuatreros un peldaño por debajo de la variante tontísima del tonto, léase el jeta del currículum, más medrador que apandador. Las patas de su futuro son cortas como las de la mentira que le da pábulo, pero sus métodos constituyen una bomba de racimo para la credibilidad institucional. Cabe sobre todo resguardarse del espécimen de acentuado perfil naif, como el fenotipo premium Noelia Núñez -no hay más tonto que el sólo ve tontos a su alrededor-, quien descubierta en su embuste todavía tiene el cuajo de atribuirse el don de la ejemplaridad. «Por eso dimito», dice. Por eso y porque te han pillado, chata, que la política por gente como tú es un burdo juego de polis y cacos, todos a desenmascarar tramposos en una sociedad derrengada.
Pero hay una amenaza mayor aún. Bajo el ridículo subterfugio de Núñez subyace el modus operandi del auténtico leviatán que lidera la cadena alimenticia. Peor que el caradura, y también que el tonto a secas, es el tonto que evoluciona a listo, en el sentido más peyorativo del término, y alelando a los demás moldea su relato según sopla el viento, haciendo de la ideología una inmensa mentira. Reina su estirpe en el discurso de la financiación autonómica, cambiante según el muro de las lamentaciones lo alce Rajoy o Sánchez. Se atreve el 'tontolisto' con los jueces, las tragedias y hasta sus propios golfos, y así de repente Aldama es creíble, qué rápido se rehabilita uno cuando dice lo que toca. Los ladrones son un forúnculo, los tontos el cáncer; los de remate y los que van de listos, cuya vis sibilina socava la credibilidad colectiva. Como dice el espía republicano en Estambul a su colega franquista en 'La isla de la mujer dormida', de Arturo Pérez-Reverte, la única forma de amar a España es mantenerse lejos de ella.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión