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En el siglo XXI, las sociedades avanzadas, como la española, han conseguido un nivel de tecnificación, y con él de sofisticación, difícilmente imaginable incluso para ... los escritores que en siglos anteriores vaticinaron la acelerada evolución del planeta. La revolución que ha provocado internet ha transformado la vida cotidiana en todos los aspectos, desde la compra y el ocio al transporte o la defensa. Nada escapa a su dominio. Y no hay vuelta atrás. Al contrario, los avances no sólo han llegado para quedarse sino que convierten en misión imposible el funcionamiento de la actividad productiva conforme a los antiguos parámetros. Sin embargo, todos los logros alcanzados no impiden que el ser humano siga estando al albur de los caprichos de la naturaleza. O de factores tan inesperados como un ataque informático que bloquee la red y paralice todo el engranaje. Lo ocurrido ayer en España y Portugal, el apagón masivo, cuya causa a estas horas se desconoce, viene a ratificar la sensación de fragilidad que se ha instalado en muchos hogares a raíz de acontecimientos que ponen de manifiesto que a pesar de los hitos que se han conseguido no existe el riesgo cero, la seguridad absoluta. Y que conviene tomar precauciones, sin caer por ello en el alarmismo ni abonarse a las alocadas teorías de la conspiración. La pandemia fue la primera señal de alarma no sólo para España sino para todos los países. En una demostración letal del llamado efecto mariposa, los experimentos en un laboratorio de China acabaron confinando a la población mundial y matando a millones de personas. No estábamos tan a salvo como creíamos. Cuatro años después, un fenómeno atmosférico, la dana, arrasaba media provincia de Valencia, anegaba pueblos y sembraba de muerte y destrucción todo a su paso. Tampoco estábamos preparados para una gran inundación, aún siendo tierra de riadas. En un caso y en otro, salvando las distancias, los poderes públicos, las autoridades, fueron puestos a prueba por un acontecimiento excepcional. Y no salieron bien parados de la exigente prueba. Las estructuras político-administrativas, cada vez más complejas, resultan totalmente ineficientes ante estos giros de guión inesperados e inquietantes. La superposición de niveles territoriales en la administración pública, con numerosos cargos de partido a su servicio, no se ha traducido en una política de la previsión que minimice los efectos que sobre la población tienen estos cada vez más frecuentes sucesos que trascienden el ámbito de lo que podríamos considerar la normalidad.
En un mundo global en el que todo está, o parece estar, al alcance de un clic, los desafíos a los que se enfrenta la humanidad obligan a reflexionar sobre la capacidad para afrontarlos con garantías de éxito. La pandemia y la dana, de la que hoy se cumplen seis meses, llevaron al convencimiento de la necesidad de extremar las medidas de precaución. Y de invertir, en el caso valenciano, en obras de prevención de las riadas. La dependencia energética del sistema eléctrico, que ayer se vino abajo durante unas angustiosas horas, debería tener como efecto inmediato el blindaje del suministro. La tardía y decepcionante comparecencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, evidencia las dificultades de la política clásica para afrontar los nuevos retos. Esta alarmante fragilidad que ha exhibido el sistema, con un país paralizado, no puede resolverse únicamente con la recuperación del fluido eléctrico sino que debería servir para abrir un debate constructivo sobre el modelo de sociedad que queremos y cómo hay que protegerla. Cuando en Bruselas se aconsejaba proveerse del famoso «kit de supervivencia» era por algo.
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