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Edith Piaf, en abril de 1950 en Nueva York, la otra ciudad en la que cosechó grandes ovaciones.

Siempre 'la Môme'

Marlene Dietrich la apodó 'el alma de París' y a Louise Armstrong le «arrancó el corazón» en su último recital. Edith Piaf, la gran diva de la 'chanson' francesa, cumpliría mañana cien años

JULIA FERNÁNDEZ

Lunes, 21 de diciembre 2015, 20:21

En la división 97 del cementerio parisino de Pere Lachaise hay una tumba en la que nunca faltan flores. A veces son manojos de sencillas margaritas blancas y otras, de rosas rojas. Pero no hay jornada en la que no se acerque alguien a dejar un ramillete sobre la lápida de mármol negro. En un lateral, unas sencillas letras doradas atestiguan que allí reposan los restos de Madame Lamboukas. Con este nombre es difícil adivinar el porqué de tanta expectación. Hay que leer la letra pequeña: allí descansa la gran diva de la 'chanson française', Edith Piaf.

El 'alma de París', como la bautizó su amiga Marlene Dietrich, cumpliría mañana los cien años si no hubiera fallecido hace 52 años a causa de un cáncer hepático, un aniversario redondo que ya festejan en la ciudad de la luz, la misma que la vio nacer y donde le hubiera gustado morir. Lástima de destino caprichoso que la llevó a exhalar su último aliento en Plascassier, una localidad de la región de los Alpes Marítimos, aunque sus allegados trataran de ocultarlo trasladando su cadáver de manera ilegal. A su lado también reposan los huesos de su peluquero y segundo marido, un joven de origen griego llamado Théophanis Lamboukas, al que ella bautizó como Theo Sarapo, y que tenía veinte años menos.

Edith Piaf en realidad se llamaba Edith Giovanna Gassion y nació en el seno de una familia muy humilde, aunque no en la calle, como contaba ella para adornar su ya de por sí poética biografía. Su padre, Louise Alphonse, era un saltimbanqui al que le gustaba demasiado la bebida, y su madre, Lina, se ganaba la vida como cantante ambulante. Se crió con sus abuelas: primero la atendió la materna, Aicha, de origen marroquí, y luego, la paterna, dueña de un prostíbulo de Normandía. Cuando su padre regresó del frente tras la Primera Guerra Mundial se la llevó.

Creció entre las caravana de los circos hasta que cumplió 14 años. A esa edad decidió largarse con su hermanastra Momome. Para ganarse unos francos, cantaba en las calles de París. Por esta época conoció a su primer amor, Louis Dupont, un chico de los recados que la dejó embarazada con tan solo 17 años. En 1933 nació su hija Marcelle, aunque no llegaría a cumplir los dos años a causa de una meningitis. Justo al mismo tiempo que con la tragedia, la artista se topó con su primer mentor, Louis Leplée, un empresario de la noche parisina que se quedó prendado de su voz. Él la bautizó como 'la Môme Piaf' (algo así como 'el pequeño gorrión', que luego derivaría simplemente en Edith Piaf) y la sacó de los cuchitriles de Pigalle para convertirla en la estrella de su cabaré, el Gerny's de los Campos Elíseos. La suerte duraría poco. El 6 de abril de 1936, Leplée, al que la cantante llamaba papá, apareció muerto de un disparo en su apartamento y a Piaf la acusaron de matarlo. La presión fue tan fuerte que se refugió en el alcohol, algo que la acompañaría ya el resto de su vida.

Una amante liberada

Este suceso también le cambió el modo de enfrentarse a la vida y, sobre todo, al amor. Al tiempo que su carrera crecía, también lo hacía su lista de conquistas. Según Joël Huthwohl, director del departamento de Artes del Espectáculo de la Biblioteca Nacional de Francia y comisario de una exposición que dio el pistoletazo de salida en mayo a la celebración del centenario de Piaf, pasó de «estar sometida a hombres viriles, soldados, marinos y canallas a ser una mujer liberada». Su azarosa vida sentimental rozó el escándalo: «No le avergonzaba exponerla, nunca escondió a sus amantes». En su libro 'Piaf, un mito francés', el periodista Robert Belleret la define como una «seductora insaciable» y un «donjuán femenino».

Sin embargo, a la musa del París existencialista de los años cincuenta le costó encontrar a ese gran amor romántico. El que más cerca estuvo de serlo fue Marcel Cerdan, un boxeador de origen marroquí que estaba casado y tenía tres hijos. Su relación acabó de forma inesperada en 1949, a los dos años de conocerse. El avión en el que Cerdan viajaba de París a Nueva York para encontrarse con la cantante se estrelló en las Azores. No hubo supervivientes. Ella, devastada, aún tuvo fuerzas para dedicarle su 'Hymne a l'amour' ('Himno al amor').

'La vie en rose' que tan magistralmente cantaba la diva no fue la suya. Quizá por ello también buscó adormecer la pena en la morfina, un medicamento al que se enganchó después de uno de los cuatro accidentes de tráfico que sufrió a lo largo de su vida. El último lo tuvo en 1958, acompañada de su reciente conquista, Georges Moustaki. Todo ello minó la salud de la artista y le pasó una importante factura en sus años finales. En 1959 le diagnosticaron cáncer y artrosis reumatoide. Tenía 44 años. Pese a ello, nunca quiso retirarse. En alguna ocasión incluso se desmayó en los escenarios. Su último gran concierto, lo dio vestida de luto, como era habitual en ella, el 29 de diciembre de 1960, tras haber superado cuatro operaciones. Fue en el Olympia de París, el templo francés del 'music-hall'. Entre el público, George Brassens, Duke Ellington, Alain Delon, Paul Newman, Jean Paul Belmondo... Su interpretación del 'Non, je ne regrette rien' ('No, no me arrepiento de nada', en clara alusión a su vida) «arrancó el corazón» de los presentes. Así lo describió Louis Armstrong. Todavía hoy lo consigue.

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