Dacosta y Rafa Zafra abren Llisa Negra en canal
El cocinero valenciano y el andaluz, protagonistas de una cena-diálogo entre gambas y olas
MR. COOKING
Viernes, 13 de mayo 2022
A veces uno tiene las emociones encorsetadas. Se sienta ante el teclado y no sabe cómo desatar ese corsé que le oprime los sentimientos. No sabe cómo dejar fluir lo que le ronda en la cabeza. Y en el corazón. Porque las emociones parten de él. Allí se bombea todo. A Juan Gelman sí que le fluían bien. Bombeaba versos teñidos de emoción: «Estoy de novio con la primavera, / con mi mujer y con mis manos. / Si me toco la frente con un silbo / echo a volar mis pájaros».
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Pero aunque cueste, y tarde, al final fluyen. Al final los sentimientos vuelan como los pájaros de Gelman. Porque el teclado cede, los dedos se aceleran, las palabras revientan y, de golpe, las letras dan paso a las ideas. Y escribes: «entusiasmo, espectáculo, exuberancia, experiencia… felicidad». Respiras, borras y empiezas a articular todo ello. «Lo que sucedió ayer en Llisa Negra me tiene atrapado», alcanzas a escribir. «Atrapado», te repites. Y las yemas de tus dedos comienzan a deslizarse rápidas entre las letras que siempre te acompañan cuando necesitas contar, compartir, revivir lo vivido. Cuando necesitas abrir en canal tus sensaciones, develar el secreto del gozo más auténtico. «Fue un espectáculo entusiasta, exuberante, seductor….», enumeras.
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Rememoras, entonces, cuando Quique Dacosta abrió Llisa Negra. Recuerdas que el nombre se lo puso por su hijo Ugo. «Es el primer pescado que ha capturado mi hijo en Dénia, y cuando me lo contó…». Cuando se lo contó nació una llisa en el corazón de Valencia que la noche del jueves chapoteó entre un mar de felicidad que inundó su restaurante. Porque lo que allí se vivió fue un mar de emociones repartidas en cada mesa, en cada plato y en cada conversación. Una cita que nació con vocación de quedar almacenada en el almanaque de los grandes hitos culinarios de la ciudad y lo logró.
Así lo viví yo. Un espía de vocación, amante de la mesa por devoción y cuenta historias convencido. Os abro el telón. Hay teatro del bueno en esta función. Apaga el móvil y toma asiento.
Cita: ocho y media. Unos minutos antes ya estaba allí, paseando por la acera opuesta a la entrada principal del restaurante. Por hacer tiempo. No quería parecer impaciente por entrar. Aunque en el fondo lo estaba. La cena era un diálogo entre gambas y olas protagonizado por los equipos que capitanean Rafa Zafra en Estimar y Quique Dacosta en Llisa Negra.
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A Rafa no lo conocía -sigo igual, te diría-, aunque sí que he visitado su restaurante en Barcelona y he bailado algún fandango imaginario sobre la mesa con la emoción de comer sus contundentes propuestas. Cocina muy de Alberti -«¡y ruede por el mar tu caracola!»- y hasta lorquiana. Versos como platos. O viceversa.
A Quique le conozco con perspectiva. Eso sí, cada vez que me reencuentro con él descubro le descubro más. Descubro a alguien con más halo y con un nivel madurez profesional y personal tan asentado que va creciendo la admiración por quien hizo, de nuestro Mediterráneo, un templo alrededor de una mesa; y de esa mesa, un edén para los que disfrutamos chapoteando entre fogones. Un personaje con luz cada vez más intensa; la luz de la generosidad. Juntos, Rafa, Quique y los suyos, llenaron esa noche de destellos. Abrieron Llisa Negra en canal para un público entregado.
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Entré al restaurante con el compañero de la Guía Hedonista Jesús Terrés, conversando sobre lo nuestro: que es la vida intensa –cada cual a su manera-. Dentro nos esperaba una copa con burbujas, un nutrido grupo de comensales con el nervio reluciente y una enorme pecera tras la cual esperaba un exuberante festival de gambas y salazones, de aromas a salitres y mar fresco, de granas y naranjas. Sí, de nuevo repito a Alberti: «¡y ruede por el mar tu caracola!».
Compartíamos mesa con gente buena. En el sentido más amplio de la persona. De los que valen la pena conocer, porque te hacen crecer. Dos jóvenes con mucho arte. Uno de ellos, actor. Un entusiasta Ricardo Gómez, que rueda la serie sobre la Ruta del Bakalao para AtresMedia en Valencia. El otro –mejor dicho, otra-, directora de Arte. Una talentosa Teresa Montanuy. Ambos insultantemente jóvenes y ambos dos almas vibrantes que acabaron fusionando la cocina de la excelencia de Llisa negra y Estimar con sus historias vitales, haciendo que, en aquel mar de emociones, naufragara el tedio y la rutina; que la maquinaria del reloj se oxidara por el salitre y el tiempo durmiera; que la maravillosa burbuja de la conversación y el compartir vivencias y esperanza nos aislara de todo. Como si Llisa negra fuera una isla. Como la isla, otra vez, de Juan Gelman: «A ver: / un hombre y una mujer / muerden las envolturas marinas/ de lo que amaron». En nuestra isla, que era una mesa, hablamos de lo que amamos. Y nos sentimos bien.
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No les doblo la edad, pero casi. 28 y 29 años. Escuchar a Teresa y a Ricardo me sedujo. Me atrapó esa demostración al natural del talento, sin envoltorios; de la vida sin barrera generacional. Juntos –ellos y todos los participantes en la cena- saltamos las olas que iban llegando a la mesa en forma de platos. Anchoas y ventresca, mejillones y huevas, cigala en tres tiempos. Compartimos la emoción del estallido de una gamba hervida o la brasa, del juego de texturas de unas angulas con guisantes, de un arroz con sus puntillas, del bikini de caviar… Un menú que enlazaba historias, sabiduría a la hora de cocinar, producto desgarrador, impacto, emoción… Como si su poderío se engarzara con uno de esos video-clics de C Tangana en los que Teresa hace estallar su creatividad: «Tú me dejaste de querer». Como si su autenticidad te recordara a la de esa mirada desgarradora de Ricardo interpretando a Moi, en Mia y Moi, que te cruza el alma.
La mesa estuvo repleta de luces. Esos destellos que iluminan la senda de la felicidad. Quique, Rafa, Teresa, Ricardo, mi tocayo, una tarta de queso, otra copa de champán, hablar de García Montero, rememorar restaurantes tops que conquistaron corazones y derrotaron paladares. Recordar Nerua y DiverXo, Etxabarri y Cañabota. Y recorrer entre recuerdos la Ruta del Bakalao, que es el proyecto que trajo a Ricardo y a Teresa a Valencia y que les unió aún más a Dacosta. Y que hizo rodar la casualidad hasta esa mesa que vivió una función trepidante, en la que todo se llenó de mar y nosotros deambulamos por ella como quien pasea por la playa de madrugada. Sin corsés, dejando fluir las emociones. Como esta función que aquí acaba, con aplausos y gracias.
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