Por qué el chiringuito se llama chiringuito: un invento que cumple más de 110 años
La palabra tiene origen cubano, alude a los quioscos donde servían café en la isla y la trajo a España un militar para bautizar con ese nombre un local a pie de playa en la localidad barcelonesa de Sitges: González Ruano hizo el resto
El chiringuito no es solo esa horrible canción veraniega que perpetraba Georgi Dann allá por 1998. También es la voz popularizada entre nosotros para nombrar a esos locales radicados al pie de la playa, frecuentes en todo el litoral y a punto de sucumbir en el caso de los valencianos, piqueta mediante, para desazón del público local y también del foráneo, que tanto los frecuenta: el placer de solazarse con un trago o un bocado poniendo al sol y el mar por testigos es fuente de gran placer para los naturales del norte de Europa, que disfrutan de esa clase de encantos a orillas del Mediterráneo... hasta nueva orden en los que empiezan a caer derribados en la Malvarrosa. Los queridos chiringuitos, que mueren sin tal vez haber conocido el origen de su misterios nombre. Una palabra de origen cubano que dispone de su propia e interesante historia.
España hacia 1943. Hasta Sigtes, plácido rincón del litoral barcelonés, llega el escritor César González Ruano. Tiene contado Sergi Doria en las páginas de ABC que su aterrizaje coincide con el auge de su localidad de destino como emergente núcleo cultural, hasta el punto de que luego de residir durante un tiempo en el Hotel Subur, con vistas al paseo marítimo y al Mediterráneo vecino, acaba por comprarse un piso en la cercana calle de Sant Pau. Es el Sitges cosmopolita de los Utrillo, Agustí, Planas... El escritor, profeta del ultraísmo en España, se siente atraído por el ambiente que discurre en su población de acogida y empieza a frecuentar un cómodo local, de privilegiado emplazamiento: a pie de playa, González Ruano tropieza con El Chiringuito, «un café extraño sobre la misma arena, como un pabellón de cristales donde me pareció que podía escribir cada mañana». ¿De dónde venía un establecimiento de tan divertido nombre? Es la pregunta que se hizo el literato y que encontró respuesta: de Cuba. Nada menos.
Ocurre que el bar así llamado lo había fundado en 1913 el capitán Calafell, un suburense que dejó como legado esta piedra angular de la España del estío, el bikini y otras conquistas. Es el primer chiringuito de España, regentado ahora por Juan Rubio Grau, que entonces competía con otro local bautizado de manera más grandilocuente: el Pabellón del Mar, frecuentado según Doria por los indianos más enriquecidos que volvían, en efecto de Cuba. La isla caribeña fue un imán para los naturales de Sitges como para los habitantes de otros territorios mediterráneos, de donde volvían algunos enriquecidos, otros cantando habaneras y otros, como el capitán Calafell, con un chiringuito bajo el brazo: un término derivado de la palabra «chiringo», que es como se llamaba en Cuba a los quiosquitos donde expedían un chorrito de café: por extensión, a todos esos puestos se les empezó a denominar así y la palabra hizo fortuna. Según Fernando Lázaro Carreter, director que fue de la RAE, el líquido filtrado por un calcetín era ese «chiringo» que acabó alumbrando esta maravillosa creación, exprimida ahora en nuestro país con el mismo ahínco que nuestros antepasados exprimieron el café.
Hoy, este chiringuito de Sitges se mantiene en un estupendo estado de revista. Blanco y azul como el mar paredaño, sin grandes lujos, pero dotado de un encanto superlativo y coronado en uno de sus laterales por una cerámica que recuerda a González Ruano, que tanto hizo por divulgar su fama. En sus escritos rememora aquellos días de escritura feliz y relajada, apoltronado en su bar favorito: su libro 'Huésped del mar' encierra incluso un elogio a Sitges tan encendido («Es una villa clara y pequeña. Pero limita al Este con las Indias de los virreyes, al Oeste con las costas romanas y las islas griegas, al Sur con Andalucía y Marruecos, al Norte con la Mairie de Montmartre»), que en justa correspondencia los dueños de bar mantienen esa placa estupendamente lustrada. Sus antepasados inventaron el nombre, ellos le prestan fidelidad y la Historia de España ha hecho el resto: gracias a que nuestro héroe propagó esa voz en sus artículos de prensa y publicaciones varias, acabó desembocando en la Malvarrosa. La playa que hoy entona el adiós a una época. A una manera de estar en el mundo.