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La Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia y su Reino, ha estado presente con gran frecuencia en las ceremonias religiosas celebradas para pedir ... el rápido fin de una epidemia o para agradecer su feliz conclusión. Si con frecuencia se hicieron rogativas con su imagen, el Tedeum que oficialmente señalaba que la ciudad estaba ya a salvo contó con la presencia de una advocación mariana nacida con dos apellidos -'dels Innocents e dels Desamparats'- que no pueden ser más rotundos.
En la fachada de la Basílica, hay un relieve de mármol con la fecha de 1560, que representa a la Virgen, con el Niño en sus brazos, y algo que raramente está presente en las imágenes marianas: un bulto con un cadáver a los pies. Es un desamparado, alguien que ha muerto abandonado o sin familiares. Y es que en sus orígenes, en el siglo XV, la Cofradía que dio origen a la advocación tenía la misión de ocuparse, y dar un entierro digno, de la pobre gente muerta en condiciones de desamparo.
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Hasta el siglo XIX se pueden encontrar en la prensa noticias de cadáveres que eran dejados en las puertas del 'Capitulet', en el área del hospital, para que los cofrades se hicieran cargo del entierro. Sabido es que la imagen es 'Cheperudeta' porque se labró para ser llevada sobre los ataúdes, con la cabeza reclinada en una almohada.
La Virgen tenía su capilla en uno de los arcos de la logia de la Catedral. Solo una reja separaba la calle del área de devoción; la imagen estaba día y noche en contacto con la calle, se podría decir que en una actitud disponible y protectora, siempre «de guardia».
Se asegura que el rey Felipe IV estuvo de visita en la capilla primitiva y señaló que aquello era un recinto muy modesto en comparación con la enorme devoción. Y fue la enfermedad la que hizo posible el templo que tanta devoción recomendaba. En 1647, cuando la peste se extendió, el virrey, que se veía morir, pidió que le llevaran la imagen al Palacio Real y se curó del mal. En gratitud, hizo donaciones e impulsó una obra que se inició con compras y derribos de casas en 1652 y que estaba concluida en 1667.
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Después, años y leguas, penas y alegrías, los vínculos entre la devoción de la ciudad y la Virgen se estrecharon. Y la Virgen de los Desamparados extendió su protección a todos los que sufren. Los gremios, que estuvieron presentes en la procesión inaugural del templo, acudieron también en masa a la procesión de la fiesta anual, creada a instancias municipales muy pronto, en 1684.
Las fiestas del primer centenario del templo fueron solemnes, con altares efímeros. La devoción de la ciudad era inequívoca: era la Virgen de todos pero tenía ese signo especial de inclinación hacia el desamparado en la pobreza y la adversidad.
Cuando la ciudad tuvo que defenderse de la invasión francesa en la guerra de la Independencia, las tropas se pusieron bajo su amparo para luchar en los días de prueba. El general Elio, tan querido por el pueblo, fue llevado al patíbulo cerca de las ruinas del Palacio Real, pero primero obtuvo la gracia de poder rezarle a la imagen venerada.
Y así siempre, en tiempos de aflicción y penuria; cuando la sequía traía hambre, había rogativas con su imagen; cuando la reina paría un heredero, se cantaban misas de acción de gracias; cuando el gremio de «velluters» sufría los estragos del paro y cuando las riadas del Turia rompían puentes y entraban en las calles de la ciudad... La peste en el XVII y el cólera en el XIX. El tiempo y las vivencias llevaron a que la relación entre los valencianos y su advocación de María se hiciera estrecha. Hasta que en 1923 la imagen fue coronada con toda solemnidad, en una ceremonia presidida por los reyes Alfonso y Victoria Eugenia en la bajada del puente del Real.
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Escondida en la guerra y recobrada luego de sus daños; visitadora de los barrios y viajera por la región. Ensalzada junto con todas las advocaciones marianas del Reino y declarada Patrona de la región en 1961. La Virgen de los Desamparados, a lo largo de seis siglos, ha creado una cultura propia, a mitad de camino entre lo popular y lo sagrado. Y especialmente subrayada en tiempos de epidemia.
En todas las etapas del agitado siglo XIX, en el templo de la Patrona ardían las velas de los devotos. A lo largo de cien años, Valencia sufrió cinco grandes epidemias de cólera: en 1834, en 1854-55, en 1859-60, en 1865 y en 1885. En total, el Almanaque de LAS PROVINCIAS (edición de 1886) tiene contabilizados 18.950 muertos. Que son muchas víctimas en una ciudad que contaba con 134.000 habitantes cuando llegó la última.
«Por fin se celebró el deseado Tedeum en la ciudad de Valencia», escribió la prensa en agosto de 1854. El ritual establecía que cuando se producía la última víctima de una epidemia había que esperar diez días. Ese signo de «limpieza» daba paso a que la autoridad municipal ordenara el canto del Tedeum en la catedral, un oficio religioso en el que nunca faltaba la imagen de la Virgen de los Desamparados.
Los tambores de la milicia despertaron a la gente a las cinco de la mañana del 19 de agosto para invitar a la fiesta. El cólera de 1854 mató casi dos mil valencianos y se recobró al año siguiente, llevándose a otros tantos. La ciudad «de los mil pozos», la ciudad sin alcantarillado, era un foco recurrente del enfermedad.
Las autoridades reunidas en la Audiencia fueron en orgullosa comitiva hasta el templo, en cuya plaza pasaron revista a las Milicias. Pero antes había sido «conducida la Virgen de los Desamparados a la catedral». Allí estaba la Patrona. Después «la gente se derramó con gran bullicio por las calles. y a los pocos momentos se vieron inundadas las de la carrera que debía recorrer la imagen sacada en procesión». El periodista, contagiado de la emoción, dedica sus párrafos finales a la ciudad que había sufrido dos meses de tristeza y miedo. El pueblo «al verse libre de una terrible calamidad», había estallado en emotividad. «Y se entrega a toda la expansión de su espíritu religioso en un espectáculo tan difícil de explicar como imposible que se borre de la memoria del que lo ha presenciado».
Las epidemias de cólera solían llegar con el verano y el Tedeum de 1860 espantó las amarguras de tres meses de calor y 570 víctimas. El alcalde Jaime Sales firmó el 26 de agosto un bando breve y feliz: «Alcaldía constitucional de Valencia: habiendo desaparecido felizmente los pocos casos que de enfermedades sospechosas se habían presentado en esta capital, el Excmo. ayuntamiento constitucional de la misma ha dispuesto se celebre una misa y Tedeum en acción de gracias al Todopoderoso».
Allí estuvo la Virgen. Como en cada Tedeum, en cumplimiento de una alianza entre el Cielo y los afligidos. Que en los tiempos de epidemia, cuando la burguesía podía marchar a sus casas de campo, solían estar en los pueblos más humildes y menos dotados de los alrededores. Pueblos, hoy distritos, que entonces todavía no eran de la ciudad, como Ruzafa y el Marítimo.
En noviembre de 1865, al final de una epidemia de cólera que se inició en julio y causó unos 4.000 muertos, podemos leer que el foco de la fiesta se puso al lado del mar, que no tuvo un alcantarillado digno hasta hace unas décadas. La celebración la adelantaron «los vecinos del Cañamelar y el Cabañal con motivo de cantarse el Tedeum ayer por haber cesado el cólera, tenían dispuesta una gran función». Una banda de música militar recorrió las calles acompañando un carro triunfal. «Varias niñas, ricamente vestidas, distribuyeron poesías» en el inicio de una jornada en la que la religiosidad se sumó a la algarabía: las parroquias de Nuestra Señora del Rosario y Nuestra Señora de los Ángeles sumaron devoción y el histórico Cristo de los Afligidos recorrió el barrio marinero entre oraciones y vivas. Todo terminó en la plaza del mercado con unos «fuegos artificiales».
Tras la epidemia de gripe de 1918, que costó la vida a cientos de valencianos, la fiesta de la Virgen de 1919 fue excepcional en devoción. Pero fue la primera en la que el Ayuntamiento, ahora republicano, no quiso contribuir a los festejos. LAS PROVINCIAS no pasó sin censurar la «conducta sectaria» de Juan Bort Olmos: «Si el alcalde hubiera presenciado ayer la procesión , no tendría ninguna duda de que su actitud choca contra el verdadero sentir de la ciudad», escribimos.
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