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El antilíder o el triunfo de saber leer el país

El antilíder o el triunfo de saber leer el país

Iñigo Urkullu - Lehendakari ·

Su inquebrantable apuesta por la estabilidad le ha otorgado la confianza de los votantes pese a la ausencia de conquistas de calado

olatz barriuso

Bilbao

Domingo, 12 de julio 2020, 23:22

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No hay semblanza posible de Iñigo Urkullu (Alonsotegi, 1961) que no destaque un puñado de tópicos sobre su persona que, sin embargo, son rigurosamente ciertos y ayudan a explicar al político, una «marca electoral» en sí misma, en definición del catedrático y analista Juanjo Álvarez, como demuestran los escaños cosechados ayer. Se levanta a las seis de la mañana, lee minuciosamente los periódicos -lo sigue haciendo en papel, 'rara avis'- y a las ocho ya tiene reunido a todo su equipo. Come poco, no cata el alcohol, tiene memoria de elefante aunque anota todo con letra prieta por si acaso. Son legendarios su nivel de exigencia con su gente y la longitud de las «sábanas» de texto que envía a sus interlocutores. Admira, por encima de todo, al lehendakari Agirre y sus lecturas suelen entroncar con el nacionalismo histórico de raíz institucional que él representa. Le gusta el monte, toca el txistu.

Hasta aquí, el esbozo del líder «espartano» y «predecible», la antítesis del postureo imperante, al que sus correligionarios suelen simplificar en exceso al definirle como el tipo al que compraría un coche usado o dejaría las llaves de su casa. El filósofo Daniel Innerarity, amigo personal desde hace cuatro décadas y una de las personas que mejor le conoce, prefiere explicarle con un verso de la cantautora de Mallabia Izaro Andrés: «Más me gusta tu escala de grises que cualquier otro jardín». Y con una frase de Max Weber que remite a la percepción «nada épica ni sensacionalista» que Urkullu tiene de sí mismo y de su labor institucional: «La política es un lento golpear en un duro madero».

«Sufrió muchísimo»

A punto de enfilar su tercera legislatura como lehendakari, Urkullu lleva golpeando el madero desde que se afilió al PNV en 1977, recién salida la sigla de la clandestinidad y a apenas unos meses de la mayoría de edad. La historia es conocida: su amistad con los 'jóvenes burukides vizcaínos' que hoy siguen dominando el partido y han logrado no solo pacificarlo sino asimilarlo al país; su irresistible ascenso sin hacer demasiado ruido; su sorda batalla con Ibarretxe mientras estuvo al frente del EBB -«sufrió muchísimo», dicen sus cercanos-, los desvelos en las conversaciones de Loiola; la designación como candidato a lehendakari en 2012 y el inicio de la leyenda. ¿Cuántas veces han oído eso de 'yo no voto al PNV, voto a Urkullu'? Ésa es, desde luego, la principal razón de su solidez en las urnas y su inmunidad al desgaste, según la decena de dirigentes y exdirigentes políticos, sindicales, empresariales, politólogos y analistas consultados para este reportaje. «Ha generado una transversalidad que supera las siglas del PNV, aunque diga lo que piensa. Transversalidad no es ambigüedad», apunta Álvarez. Urkullu habría logrado esa permeabilidad a derecha e izquierda del electorado vasco al detectar las corrientes de fondo en una sociedad «agotada» tras medio siglo de terror de ETA y deseosa de algo tan sencillo como vivir tranquila y, a ser posible, bien.

«Ha sabido leer muy bien la sociedad vasca, que ha dejado de estar tensionada y polarizada tras años de conflicto. Y entender que pedía un discurso moderado, en clave de autogobierno y negociación, de conquista de competencias más que de autodeterminación, algo que hace tiempo que dejó de preocupar a los vascos», analiza la politóloga Eva Silván. Eso no quiere decir, ni mucho menos, que no sea un «abertzale convencido». Pero, las tensiones que vivió con Ibarretxe y, sobre todo, la desintegración del nacionalismo institucional en Cataluña, arrasado por el 'procés', han hecho mella en él.

Lo paradójico es que sus rivales políticos opinan lo mismo y destacan que es «un tipo con el que se puede hablar». El exsecretario general de Sortu Hasier Arraiz recuerda cómo intentó en su interlocución con él desactivar la «enorme desconfianza» que había entre el PNV y la izquierda abertzale y, aunque a la vista está que no lo logró, destaca el «respeto y la lealtad mutua» que encontró en el lehendakari. «Realmente es como la imagen que transmite: un hombre serio, riguroso, metódico y trabajador. Ése es el perfil que una amplia mayoría social vasca elige para gestionar sus principales instituciones por encima de otros más comunicativos, reivindicativos o incluso más épicos». Borja Sémper, que dejó la política hace meses y le confrontó no pocas veces en el Parlamento desde la bancada del PP, le define como «un buen tipo con buenas intenciones». «Y se nos olvida -señala- lo importante que es en política tener buena relación con los demás».

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