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Héctor Cabrera: «Nunca di importancia a la discapacidad»

El plusmarquista del mundo paralímpico de jabalina cuenta cómo se ha convertido en un atleta de élite y ha terminado una carrera universitaria pese a ver las cosas difuminadas

CAYETANO ROS

Jueves, 11 de junio 2020, 22:20

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- ¿Ve difuminado?

- Sí. Como si tú miraras a través de una botella de coca-cola y solo vieras el bulto, pero no lo distingues. No puedo distinguir personas por la calle. Muchos piensan que no los saludo porque soy antipático, es que no los veo. Esta enfermedad va degenerando, voy perdiendo poco a poco la mácula del ojo.

- ¿Cómo ha podido estudiar?

- La persona con una discapacidad visual desarrolla la habilidad de recordar mucho más. No he faltado casi a clase y me dedicaba a escuchar. Era el pesado que preguntaba en clase. Me sentaba en primera fila, no veía la pizarra y estaba más cerca del profesor. Escuchar y recordar. Intento que las cosas que escucho me creen curiosidad y así, automáticamente, las retengo. Así he acabado una carrera (Actividad Física y el Deporte en la Universitat de València).

- ¿Los exámenes son orales?

- No, los profesores me ponían una letra de un 18 o un 20, o 'Dina 3', y parecía que no se acabara nunca el papel. No escribo recto, pero lo más recto posible: siempre me he ido un poquito de lado.

- ¿Cómo descubrió la enfermedad?

- A los nueve años mi madre vio que me acercaba mucho a la televisión. No le cuadraba. Hasta entonces era un niño normal que iba en bicicleta. Me llevó al oftalmólogo, fuimos a Valencia, había algo raro pero no sabían qué. Viajamos por toda España: Barcelona, Alicante, Madrid. Algunos médicos me dijeron que me lo provocaba yo, que era psicológico; pero siete de 10 dijeron que era síndrome de Stargardt, que es lo que es, una enfermedad genética. Mi madre vio que en EE UU estaban haciendo pruebas con células madre, pensaron en llevarme allí a una posible cura, pero yo, a los 11 años, me negué: quería una vida normal con mis amigos. Mi padre lo superó fácil porque vio que yo me movía muy bien. A mi madre le costó años. Estuvo muy fastidiada. Y al ser genético piensas que es culpa tuya. No es así. La naturaleza es así. Me di cuenta de que lo había superado el día que bromeó conmigo sobre mi discapacidad.

- ¿Qué siente al lanzar la jabalina?

- Que soy yo y ella, nadie más, no es como el fútbol, que hay 11 para marcar. Cuando lanzas, guau, sacas todo lo que tienes y es como que lo has cumplido todo el día 'd' a la hora 'h'.

- ¿Cómo empezó?

- A los 11 años al entrar en la ONCE. Julio Santodomingo, responsable de deportes en Valencia, montó un campus de verano y vieron que tenía cualidades físicas. Me llevaron a un campamento en Lituania y había una prueba que era lanzamiento de pelota. Yo de pequeño lanzaba naranjas y vi que esto me gustaba. Lancé por encima de los jueces y no encontraban la pelota. Al volver a España, lo más parecido que había era la jabalina. Y me enamoré de ella.

- ¿Por qué no le homologaron un récord del mundo?

- Hice 64,36 metros hace dos años. Para que homologuen un récord del mundo tienes que avisar con 15 días de antelación de que vas a competir, y nosotros lo hicimos con 14 días. Fue aquí en Gandia. Pero en Dubái lancé 64,89, récord del mundo de mi categoría (la 12), con menos visión que la categoría 13, con quien competimos. Soy récord del mundo de la 12 y subcampeón del mundo total desde noviembre de 2019. El ganador es un iraní de la 13.

- ¿Es muy técnica la jabalina?

- Yo cuento 9 pasos frontales y tres cruzados, es una manera de saber dónde estoy. Está muy mecanizado. No tengo una técnica pulida, soy más de fuerza, y, por lo tanto, tengo una rango de mejora bastante alto.

- ¿Podría competir con los olímpicos?

- Sí, tirar 64 metros es mucho si me comparas con los discapacitados, pero no tanto comparado con los olímpicos (el récord del mundo está en 98,48m, del checo Jan Zelezny). En 2011, hacía peso y gané el campeonato de España juvenil con personas sin discapacidad. Hace poco, fui al campeonato de España absoluto e hice el 11º en jabalina. Me da igual contra quién compita, al atletismo es para superarte a ti mismo.

- ¿Aboga por un comité olímpico único?

- Sí, los valores del deporte son unificados. Estoy de acuerdo en que haya un Juegos Olímpicos y unos Paralímpicos, pero podrían estar dirigidos por una misma persona. En España tenemos tres órganos deportivos: el comité olímpico, el paralímpico y el Consejo Superior de Deportes. En Gran Bretaña, Italia y Finlandia, el mismo comité dirige a todos los deportistas. Se ahorraría mucha burocracia y se normalizaría todo mucho más. La discapacidad, cuando más normal, mejor.

- ¿Y la brecha de los premios?

- Es grande. Ellos compiten con 7.000 millones de personas y yo contra menos gente. Tampoco sería justo cobrar lo mismo. En Río, un oro paralímpico lo premiaron con 30.000 euros frente a 94.000 del olímpico. Pero, ¿en qué nos basamos para equipararnos?

- ¿Cómo fue la frustración de los Juegos de Río 2016?

- Muy duro. Llegaba como favorito, récord de Europa, solo había dos superiores a mí, con un estadio casi lleno, 30 o 40.000 personas. En los dos tiros de calentamiento tenía medalla asegurada, en el segundo lanzamiento incluso estaba por encima del récord del mundo. Voló la jabalina y el estadio se puso a chillar, me vine arriba, me creí invencible y la hostia fue mucho más grande. Luego lancé 58 metros y no supe gestionar. Quise lanzar mucho más de lo que estaba capacitado. Y acabé quinto, que no está mal, pero me había visto en el podio, que repercute en unos premios, en unas becas y en una repercusión social.

- ¿Pagó la euforia?

- Sí, lo peor no es haber quedado quinto, no es haber perdido, sino que no recuerdo nada. Cuando fallas en el primero, te olvidas de todo, de la técnica, y ya tiras con rabia: cuando entra la rabia y dejas de disfrutar de una competición, todo irá a peor. Salí llorando del estadio.

- ¿Y de cara a Japón 2021?

- Mucha ilusión. Lo que me subió el humor en Río fue encontrarme a cuatro chinos que querían hacerse una foto conmigo, por haber competido. Gracias a Río supe que debo disfrutar de todas las competiciones, de los compañeros, de los rivales, de la jabalina, entonces compites de lujo. Eso me ha pasado en estos cuatro años.

- ¿Llegará a los 70 metros?

- Pienso que sí, era mi objetivo para Tokio. Si llego a los 70 me pondré entre los 20 primeros de la historia de España de personas sin discapacidad.

- ¿Le gusta la docencia?

- Sí, he dado charlas en colegios y me gusta que me pregunten sobre algo que los profesores no se atreven a estudiar: la discapacidad. Estoy haciendo un máster para dar clase. El deporte paralímpico te aporta muchos valores y eso lo podría trasladar a los alumnos. Son experiencias que el resto de profesores no pueden aportar. He hecho todo tipo de deporte, pudiendo o no pudiendo, y he ido a una Juegos Paralímpicos.

- ¿Quiénes son sus referentes?

- Rafa Nadal en lo deportivo y en lo personal. Y mi abuelo por parte de mi madre, José. 'Faltó' en 2016. Era bondadoso, humilde, tenía presencia, comenzó de la nada, de la miseria, y montó una empresa de transporte internacional (Llácer y Navarro), daba trabajo a todo el mundo... Era sabiduría e intento seguir sus pautas.

- ¿Los niños fueron crueles con usted?

- He sido extrovertido. Si las cosas no le das importancia, no están. Cuando más le dices a una persona que tiene una discapacidad, más se infravalora. Mis amigos sabían que tenía una discapacidad, pero yo nunca le he dado tanta importancia como para que la gente pueda atacarme por ella.

- ¿Ha querido hacer todo lo que le dijeron que no podría?

- Siempre bromeo con que lo único que me perjudica es no poder conducir un coche o una moto, pero me he buscado una novia con coche. También voy en bici: si me tengo que caer, me caeré. Me gusta disfrutar de las cosas. Cuanto más te dicen que no puedes, más ganas tienes. Lo llevamos en la genética.

- ¿Qué le molesta más del día a día?

- El no poder leer, paso muchas horas en el tren (para ir a Valencia a estudiar): el poder acabar un libro en el tren. Es lo que más rabia me da. De niño no me gustaba y ahora que no lo tengo, lo echo de menos. O coger un periódico y leer una noticia.

- ¿Qué le gusta de los animales?

- Me encantan los perros: es el fiel compañero. Tengo dos y manda el pequeño. Si lo cuidas, siempre te será fiel; si lo maltratas, no lo será. Estés donde estés, siempre estará. El amor por los animales también me viene de mi abuelo.

- ¿Siempre quiso ser deportista?

- Yo quería ser astronauta, el querer ver más allá de lo que había. Ningún niño dice: 'quiero ser deportista de alto nivel'. Ni olímpico. Poco a poco vas consiguiendo marcas y surge porque has entrenado mucho.

- ¿Se considera profesional?

- Ahora sí. El proyecto FER, el comité paralímpico, marcas privadas como Divina Pastora o de suplementación (proteínas) como GMA Sports... por ser valencianos tenemos más que suerte. La Generalitat también está aportando ayudas por el rendimiento. Claro que ayuda. Pero eso no te sirve de nada si dentro de tres meses te lesionas. ¿Qué te queda? Te dicen: 'estudia', claro que sí, pero si al que no le gusta estudiar, cuando acaba su carrera deportiva, no es nadie. Ahí está el problema.

- ¿Qué inventó en el confinamiento para entrenar?

- Estuve en una casa de pueblo en Oliva, con mis padres, cogimos la lona para podar las oliveras y la pusimos como una red de lanzamiento. Me compré las pelotas por Internet y me hice en el jardín un pequeño pasillo para lanzar. Hacía la técnica, la grababa y se la enviaba a mi entrenador, Juan Vicente Escolano, que me la devolvía con las correcciones. También estaba mi novia, Ainhoa Martínez, que es lanzadora de peso sin discapacidad, y nos corregíamos mutuamente.

- ¿Siente la amenaza de quedarse ciego?

- Sí, hay una posibilidad bastante grande de que pierda el 100% de la vista, pero no hay nada escrito: puedo perderla en dos días o llegar a los 64 años como estoy. Lo que sí está demostrado que si llevas una vida saludable, tranquila, ordenada, sin estrés, tardas más en quedarte ciego. Solo me importa disfrutar. Intento viajar a sitios que no haya visto, por la simple razón de que, si me quedo ciego, podré decir que lo he visto. Me encantan los parques de atracciones. Soy fanático y mi novia también. Roma es la ciudad preferida. Estuve seis meses con una beca Erasmus. Pompeya también, me encantan las civilizaciones: las bombas de compensaciones del agua, el agua que bajaba de las montañas y la convertían en fuentes para que bebiera la gente. O cómo carreteras por donde solo podían pasar sus carros para poder comerciar con ellas. Hace 2.000 años que hacían estas cosas y me alucinan. También me gusta mucho comer en los viajes, soy un loco de saborear las cosas. El pan de Qatar, por ejemplo, por cómo lo preparan con cazuelas grandísimas de barro y por la variedad de sabores.

- ¿Es aficionado de algún equipo de fútbol?

- Del Valencia CF. He sido muy fan de Albelda.

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