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Ensayo de la obra 'Aldaia, l'emprenta del barranc'. LP

Teatro en el corazón de la dana

Afectados por la riada estrenan el próximo domingo 23 en Aldaia una obra hecha con experiencias de afectados

Rosana Ferrando

Valencia

Jueves, 20 de noviembre 2025, 22:57

Nombrar el miedo. Escuchar a quienes han pasado por lo mismo. Hacer de la palabra un refugio compartido. Con estas premisas abre la obra ... de teatro 'Aldaia, l'empremta del barranc'. Una historia que, aunque se estrena el próximo 23 de noviembre, comenzó mucho antes: el 29 de octubre de 2024, cuando la dana atravesó Aldaia y dejó tras de sí 1.900 casas afectadas y un pueblo fracturado por dentro.

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Desde entonces, los Servicios Sociales municipales, guiados por el terapeuta Bernardo Ortín, iniciaron un proceso al que llamaron 'Las tres R': «retrobar-se, reconciliar-se i reaccionar». Y dentro de ese camino surgió la idea: si la música cura y la palabra cobija, quizá el teatro podía tender un puente. La alcaldía buscó entonces a quienes mejor podían llevarlo a cabo: Juli Disla y Jaume Pérez, referentes del teatro contemporáneo. «Entrar en la comunidad para traducirla en arte y creación», propusieron. Y eso es precisamente lo que han logrado.

LAS PROVINCIAS ha tenido la oportunidad de adentrarse en uno de los últimos ensayos antes del estreno. Quince intérpretes, algunos profesionales, otros amateurs, muchos vecinos y vecinas del municipio, regresan al dolor para hacerlo comprensible. Juntos levantan un mapa emocional del 29-O, donde cada uno guarda una historia que necesita ser dicha.

La dinámica coral es atropellada de forma intencionada: las voces se interrumpen, se pisan, se sostienen. Cada intérprete suelta fragmentos de su vivencia y, entre todos, componen una única historia colectiva. Aunque sus experiencias fueron distintas, el sentimiento que las atravesó es el mismo.

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El diálogo es un recorrido por las horas del día de la catástrofe y los posteriores. Distintas calles, distintos miedos. Pero todos convergen en una hora exacta: 20:11: un golpe seco paraliza el escenario. Después, el rumor del agua corriendo. La alarma, eco de una premonición ya vivida, devuelve a los cuerpos la histeria del momento: correr, avisar, subir a un lugar seguro. El barranco ya iba lleno a primera hora de la mañana, y a las 20:15 horas el agua alcanzaba los tobillos.

Las voces se entrelazan: quien salió sin saber dónde estaban sus hijos, quien se salvó por puro azar, quien pasó toda la noche sin pegar ojo. Después, el reparto revive aquel silencio abrumador de la madrugada, cuando lo único que se escuchaba era la nada.

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Estellés también tiene su lugar en la obra. Uno de sus poemas se proyecta sobre la pantalla, como si solo él pudiera encontrar las palabras exactas para lo que revelaron los primeros rayos de sol sobre el desastre.

Y después, llegan los nombres: gritos que buscan a alguien, pronunciados con un temblor que los hace reconocibles. La escena se desborda con la imagen de la limpieza, los afectados retratan con sus palabras los coches amontonados, muebles flotando y paredes abiertas como heridas recientes.

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Una vez asimilado que lo ocurrido no se limitaba a una calle, sino que eran varios pueblos, la certeza de lo vivido se hacía dura y que pudo haber ocurrido resulta insoportable. Todos guardan una sensación de que, aunque parece imposible que hubiera sido peor, aún tuvieron suerte.

Los intérpretes encarnan escenas concretas: Ruth, que acogió a once personas; el miedo de una embarazada a resbalar; niños que buscan a sus mascotas. Son relatos crudos que no se llevan a la escena de manera literal, sino que son sus recuerdos los que le dan forma. No obstante, la puesta en escena nunca cae en el morbo. Disla y Pérez lo habían fijado desde el primer día: «Sin espectacularizar, sin recrearse en el dolor. Con respeto y con cuidado».

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La palabra que más resuena es «gracias». Primero la pronuncia una mujer que interrumpe al resto. Después surge un efecto dominó: cada intérprete aporta su propio motivo a la vez que los demás, pero entre el murmullo solo se distingue ese «gracias» multiplicado, insistente, necesario. Hasta que la luz desaparece y en la pantalla solo queda un gran 'GRÀCIES', que ilumina al público.

La obra también incorpora las reivindicaciones de muchas entidades del pueblo que proponen mejoras para recuperar la seguridad y la normalidad. Lo hacen mediante pequeñas entrevistas proyectadas en el monitor vertical. «Porque acostumbrarse a vivir con miedo es acostumbrarse a vivir peor», dice un hombre, para resumir en una frase lo que pesa sobre Aldaia desde entonces.

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El final es apoteósico. Mientras la última escena emociona al público, un coro vestido de negro se prepara discretamente al fondo del escenario. Cuando irrumpen, lo hacen con una melodía celestial sostenida por una base melancólica. El teatro respira entonces como un solo cuerpo. Y el cierre es claro: renacer.

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