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Fotografía de la familia Holleeder. R. C.
La Judas de una familia criminal

La Judas de una familia criminal

La abogada holandesa Astrid Holleeder vive escondida de su hermano, el mafioso Willem, al que delató y que ahora quiere matarla

Álvaro Soto

Madrid

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Domingo, 24 de febrero 2019, 19:31

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¿Qué hacer cuando tú eres una prestigiosa abogada penalista y tu hermano es uno de los mafiosos más peligrosos del país? A Astrid Holleeder (Ámsterdam, 1965) le pesó más su sentido de la justicia que su sangre y en 2015 delató a Willem Holleeder, juzgado ahora por cinco asesinatos (incluido el de su cuñado), un homicidio y dos asesinatos frustrados, y secuestrador, en 1983, del magnate de la cerveza Freddy Heineken, un caso que tuvo en vilo a Holanda. Astrid ha escrito la historia de estos Soprano neerlandeses en el libro 'Judas', que tras vender medio millón de ejemplares en su país llega ahora a España de la mano de Reservoir Books.

La familia Holleeder estaba hundida en un pozo de violencia. El padre fue un borracho machista que atemorizaba a su esposa y a sus hijos y estos acabaron heredando su comportamiento. Pero Astrid, la pequeña, escapó a ese destino escrito. Desde niña fue una buena estudiante, tanto que sus hermanos se reían de ella y decían que era adoptada. Willem, el mayor de todos, pronto destacó en el campo del hampa, hasta convertirse en el mafioso más temido de Holanda. Astrid, en el otro extremo, iba consolidando su fama de abogada, aunque nunca pudo aspirar a su sueño de convertirse en juez: el apellido Holleeder pesaba demasiado.

Dos policías encapuchados abandonan en un coche blindando el tribunal, en Ámsterdam (Holanda), donde el fiscal general ha fallado la sentencia contra el holandés Willem Holleeder, conocido en su país por haber sido uno de los secuestradores en 1983 del magnate cervecero Freddy Heineken, entre otros casos.
Dos policías encapuchados abandonan en un coche blindando el tribunal, en Ámsterdam (Holanda), donde el fiscal general ha fallado la sentencia contra el holandés Willem Holleeder, conocido en su país por haber sido uno de los secuestradores en 1983 del magnate cervecero Freddy Heineken, entre otros casos. Koen Van Weel (Efe)

Durante años, Astrid ayudó a Willem con sus problemas judiciales. En los años 90 fue condenado a 11 años de cárcel y en 2007, a otros nueve, de los que cumplió cinco. Pero la relación entre ellos cambió definitivamente en 2011. Astrid, harta de las mentiras de su hermano, cosió micrófonos en la ropa interior de él, consiguió las grabaciones en las que confesaba sus delitos, las entregó a la policía y testificó contra Willem en el juicio. Ahora, el criminal está en una cárcel de alta seguridad en Holanda, pero antes dejó sentenciada a su hermana, a la que consideraba una Judas, una traidora: ella debía morir.

No es una metáfora sino la dura realidad con la que convive Astrid. Willem ya había demostrado en el pasado que no tenía escrúpulos para acabar con alguien de su propia familia. En 2003, ordenó el asesinato de su cuñado, el también mafioso Cor van Hout, marido de Sonja (su hermana y hermana de Astrid), por no pagar una supuesta deuda. Van Hout era un compañero habitual de las andanzas criminales de Willem y también participó en el secuestro de Heineken, por cuyo rescate la familia pagó una suma que ahora equivaldría a 16 millones de euros.

Con este precedente, Astrid sabía que, después de la delación contra su hermano, nunca más podría ser una persona normal. «Vivo escondida. Y trato de que mi vida sea bonita. Pero, claro, ha cambiado mucho. Tengo varios coches en la ciudad para que nadie sepa exactamente dónde estoy. Dejé mi trabajo como abogada criminalista, algo que me gustaba y que he hecho durante 20 años. Y de repente, sufro todo tipo de dolencias, inflamaciones intestinales y demás, porque no me muevo», dijo Astrid en 2017 a la revista holandesa 'Libelle', en una de las pocas entrevistas que ha concedido desde su escondite.

Separada de su marido Jaap, un intelectual que acabó en el oscuro mundo de los Holleeder regentando locales de alterne, Astrid asume con resignación el lugar en el que le ha tocado estar. «Tampoco puedo salir a cenar a un restaurante ni puedo recoger a mis nietos del colegio. Pero estoy viviendo más de lo que creía que iba a vivir».

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