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Diane Keaton y Woody Allen en 'Annie Hall'. LP

La emotiva despedida de Woody Allen a Diane Keaton: «Era tan encantadora, tan hermosa, tan mágica, que llegué a cuestionar mi cordura»

El director ha querido recordar a su amiga fallecida el pasado sábado

Martes, 14 de octubre 2025, 19:32

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Diane Keaton falleció el pasado sábado a los 79 años. Esta noticia cayó como un jarro de agua fría entre los amantes del cine. La actriz fue todo un icono y uno de los máximos referentes de la revolución cinematográfica de la segunda mitad del siglo XX. Diferentes personalidades de la industria, compañeros y amigos se han despedido de la queridísima Annie Hall. Woody Allen, quien escribió ese personaje para ella y le valió para ganar el Oscar en 1977, ha sido el último en dedicar unas palabras hacia una mujer con la que compartió algo más que un plató. Pese a que siempre presumieron de su amistad fueron pareja entre 1970 y 1971.

El director y actor neoyorkino ha publicado en 'The Free Press' una carta en la que ha querido recordar como Diane Keaton se cruzó en su vida y también reflejar la profunda admiración y aprecio que sentía por ella. «A diferencia de cualquier otra persona que haya existido en el planeta o que probablemente vuelva a existir, su rostro y su risa iluminaban cualquier espacio en el que entraba», cuenta Allen tratando de expresar el flechazo que sintió al verla.

Se conocieron en las audiciones de su obra teatral 'Play it again, Sam'. Allen dirigía y tenía el papel principal. Como anécdota rememora que al principio temía que ella fuera más alto que él y eso interfiriera con los chistes y situaciones preparados para la obra. «Como dos colegiales, nos pusimos espalda con espalda y nos medimos. Afortunadamente, teníamos la misma altura, y Merrick la contrató», añade.

Al principio no había mucha química entre ellos: «Durante la primera semana de ensayos no nos dirigimos ni una sola palabra. Ella era tímida, yo era tímido, y cuando dos personas tímidas se juntan, las cosas pueden ponerse bastante aburridas». Allen cuenta que tras un encuentro casual en un restaurante de Manhattan comenzaron a conocerse mejor y a intimar.

«El resultado fue que ella era tan encantadora, tan hermosa, tan mágica, que llegué a cuestionar mi cordura. Pensé: ¿Podría estar enamorado tan rápido?», relata Allen con cariño. Los dos se enamoraron antes incluso del estreno de la obra. «Le mostré todas las películas que hice y llegó el momento en que solo me preocupaban sus valoraciones. Con el paso del tiempo, hice películas para una sola espectadora, Diane Keaton. Nunca leí una sola crítica de mi trabajo y solo me importaba lo que Keaton tuviera que decir al respecto. Si a ella le gustaba, consideraba que la película era un éxito artístico», cuenta.

El director se enamoró profundamente de ella: «Para entonces ya vivíamos juntos y yo veía el mundo a través de sus ojos. Me enseñó mucho. Por ejemplo: antes de conocerla, nunca había oído hablar de la bulimia. Íbamos a los partidos de los Knicks y después a Frankie and Johnnie's a comer un filete. Ella se comía un solomillo, patatas, tarta de queso y café. Luego volvíamos a casa y, al cabo de unos minutos, ella estaba tostando gofres o preparando un enorme taco con carne de cerdo. Yo me quedaba allí, atónito. Esa actriz delgada comía como Paul Bunyan. Solo años más tarde, cuando escribió sus memorias, describió su trastorno alimentario, pero cuando lo viví, solo podía pensar que nunca había visto a nadie comer así fuera de un documental sobre ballenas».

Llegó el momento de la ruptura: «Pasamos unos años maravillosos juntos y finalmente ambos seguimos adelante, y solo Dios y Freud podrían saber por qué nos separamos». Aún así la relación entre ambos siempre fue buena: «Ella siguió saliendo con varios hombres interesantes, todos ellos más fascinantes que yo. Yo seguí intentando crear esa gran obra maestra con la que todavía sigo luchando, por lo que sé. Le decía en broma a Keaton que acabaríamos como Norma Desmond y Erich von Stroheim, ella como la actriz y yo como su chófer, que antes era su director».

Para terminar, Woody Allen reflexiona sobre el vacío de la pérdida con unas emotivas palabras: «Ahora es un mundo en el que ya no está. Por lo tanto, es un mundo más triste. Aun así, quedan sus películas. Y su gran risa sigue resonando en mi cabeza».

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