Cien años sin Sorolla, el mago de la luz

Nueve años después de su muerte, la generosidad de su esposa Clotilde García del Castillo, permitía abrir al público el encantador Museo Sorolla, que acoge este jueves uno del los homenajes de la efeméride: una ofrenda floral en sus jardines ante el busto de Sorolla realizado por Mariano Benlliure. La entrada al será gratuita un una jornada en la que se sucederán micro conciertos a cargo del chelista Javier Morillas. Habrá visitas guiadas a las exposiciones temporales que acoge el museo: '¡Sorolla ha muerto!¡Viva Sorolla!', y 'En el mar de Sorolla con Manuel Vicent'.

El camposanto de Valencia acogerá también este jueves otra ofrenda floral ante la tumba del pintor, enterrado con honores de capitán general. Su familia y amigos le lloraron desconsolados y toda Valencia acudió a despedirle. La ONCE pondrá a la venta un cupón conmemorativo ilustrado con 'La llegada de las barcas, Valencia', obra de 1905. Loterías y Apuestas del Estado hará lo propio con un billete de lotería que reproduce la icónica tela 'La bata rosa', de 1915.

En 1878, con 15 años, Sorolla ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, ciudad en la que nació el 27 de febrero de 1863. Había perdido a sus padres con dos años a causa del cólera. Su tío materno le acogió y le ofreció un futuro como cerrajero. Pero el adolescente dio pruebas del genio que le confirmaría pronto como un gran pintor, un mago de la luz y un maestro del retrato. En 1883 triunfó en la Exposición Regional de Valencia con 'La esclava y la paloma. Desnudo' y 'El oferente', obras de inspiración pompeyana que mostraban el dominio de los conocimientos clásicos de Sorolla y anticipan la enorme soltura con el blanco. Un año después con 'El grito del Palleter' gana una beca en Roma.

Profeta en su tierra, saboreó el éxito en vida. Triunfó también en el Madrid de las tertulias y las zarzuelas, en Londres y Berlín, en el París de la 'belle époque' y en la Nueva York de los primeros puentes y rascacielos. La Exposición Universal de París de 1900 supuso su consagración internacional y su fortuna se amplió con su éxito en Alemania y en Estados Unidos. El magnate Archer Milton Huntington –«Dios hombre», le llamó Sorolla– le encargó en 1911 'Visión de España', 14 monumentales pinturas históricas de España y Portugal que hoy brillan restauradas en la Hispanic Society de Nueva York y que se inauguraron en 1926, tres años después del fallecimiento del artista. Cobró 160.000 dólares, cinco millones de euros hoy, y pudo comprar los terrenos donde construyó el palacete del Paseo del Obelisco de Madrid, donde se encuentra la casa-museo que su viuda legó al Estado.

Retrató a escritores, intelectuales, científicos y artistas como Galdós, Juan Ramón Jiménez, Emilia Pardo Bazán, María Guerrero, Gregorio Marañón o Santiago Ramón y Cajal, además de políticos como Emilio Castelar o el presidente de Estados Unidos William Howard. Pintó a Machado, Unamuno y a Baroja, pero los de la Generación del 98 criticaron su «facilidad para la pintura», según destaca César Suárez, autor de 'Cómo cambiar tu vida con Sorolla' (Lumen), biografía novelada del genio valenciano.

Amaba pintar al aire libre, atrapar el movimiento, los reflejos del agua y la reverberación de la luz en el mar, pero le disgustaba que le afiliaran al impresionismo. «No le agradaban la bohemia y el desorden» dice su biógrafo, de un artista «laborioso y madrugador, reacio a banquetes, pompas y honores que solo quería pintar y pintar» y «reflejara la verdad sin adornos».

Ser un trabajador incansable «le pasó factura», apunta Suráez. «En 1915 comenta en una carta que sufre un fuerte dolor en la nuca y una cierta parálisis, síntomas que auguraban el ictus que acabaría con su vida». Sufrió el ataque cerebrovascular pintando en el jardín de su estudio de Madrid el 17 de junio de 1920. Incapacitado, falleció en 1923, con sesenta años.

Cien años después, es el inmortal pintor de la luz y el Mediterráneo y sigue cautivando quienes contemplan sus obras. Fue un gigante de la pintura, un hombre apasionado y un original creador que supo rentabilizar su genio.

«La pintura y su familia fueron sus pasiones», dice Consuelo Luca de Tena, ex directora del Museo Sorolla y toda una autoridad en la obra del pintor, que nos dejó más de 4.000 pinturas, una cuarta parte dedicadas al mar». Un Sorolla vitalista «que apuesta por una visión positiva y optimista de la vida que contrasta con el pesimismo y el tenebrismo de la generación del 98», dice Blanca Pons-Sorolla, bisnieta del artista y gran conocedora de su legado.

Clotilde García del Castillo fue mucho más que la esposa de Sorolla. Su historia es la de un amor inquebrantable y una adoración mutua. Fue su musa, modelo, albacea, gestora. Hija del pintor y fotógrafo Antonio García Peris, intercambió con Sorolla miles de cartas y guardó celosamente los testimonios de su vida en común. Sin Clotilde, a la que su marido llamaba «mi ministro de Hacienda», no habría Sorolla. «Además de su sostén emocional, Clotilde fue su cabeza, su corazón y su carne. Ella le llevaba los asuntos económicos y le organizaba las exposiciones y catálogos» dice el biógrafo del pintor.