Arte después de la dana: la pintura como sanación
El artista valenciano exhibe en Tarragona una serie de piezas que traerá en otoño a los municipios de la zona cero donde reflexiona sobre el impacto de la tragedia en el proceso creativo
¿Cómo escribir poesía después de Auschwitz se preguntaba Adorno? La célebre reflexión del pensador alemán se activaba como meditación de fondo: traducida, viene a ... preguntarse cómo es posible crear, facturar cualquier manifestación artística, después del horror. Y es una pregunta pertinente para otras tragedias contemporáneas, que aunque jamás alcancen ese nivel de depravación, detonan en la comunidad artística pensamientos de parecida índole. Interrogantes a las que contesta el pintor valenciano Hugo Martínez-Tormo mediante una doble vía: explorando cómo traducir en su producción reciente el espanto del 29 de octubre y contestando en estos términos a esa duda que planteó Adorno: «Más que un acto de barbarie, tal y como yo lo entiendo y siento, tal vez sea un acto de sanación, de terapia».
El pintor se refiere con estas palabras a su propia reacción como creador, al mecanismo de introspección que siguió a la catástrofe de hace casi un año y al resultado de esa inquietud, materializado en una exposición recién inaugurada en las salas del Banco de España de Tarragona, que explica en estos términos: «A través del proceso creativo, uno se ayuda a si mismo a curar las heridas, sobre todo emocionales, a enfocarse y centrarse en algo que no es la tragedia ni la barbarie, para poder seguir adelante y reconstruirse mentalmente poco a poco». «Es un proceso que lleva tiempo», advierte no obstante. «No ocurre en unos pocos días, sino semanas y meses», añade, antes de echar la vista atrás y refrescar su memoria: de dónde nace la inspiración que explica estas piezas. Qué variables entran en juego: el horror, la piedad, la compasión... «Yo creo que la inspiración nace de la necesidad, como decía antes, de seguir adelante», responde. «Cuando uno se cae», prosigue, «se levanta y sigue hacia adelante, aún si cabe con más fuerza, ímpetu y constancia». Y añade: «Todo está relacionado, al fin y al cabo. Después de tantos años dedicados al mundo del arte, hay veces que lo más sencillo es lo que funciona y ahí es donde encuentras las respuestas».
Nacido en Valencia en 1979, Martínez-Tormo explica que en esta exposición ha procurado ser fiel a una serie de protocolos creativos que le han dado buen resultado en otras ocasiones: un ritual que pasa por «refugiarte en tus conocimientos y pensamientos para buscar la mejor manera de expresar tus emociones». «El arte no es más que otro medio de expresión, que también sirve por supuesto para soltar lastre», acepta. Y a continuación apunta al detalle concreto de las piezas que expone en Tarragona, que confía en exhibir por los pueblos de la zona cero a partir de noviembre. Por ejemplo, el detalle de cómo nació la instalación principal, que llama 'Resonancias de un instante', formada por una serie de 12 lienzos de gran formato, que muestran otros tantos pigmentos que figuran entre los más empleados a lo largo de la historia. «Antes de la dana», observa, «eran 12 cuadros monocromos de pigmento puro, pero la dana los intervino. Los arrastró, volteó, desgarró, manchó, rompió... Pero a la vez generó unas composiciones que muestran la huella de un momento, una memoria imprescindible para poder dar visibilidad a una catástrofe que casi un año después sigue presente en la vida de la gran mayoría de vecinos de L'Horta Sud».
Martínez-Tormo recuerda que parte de esta exposición ya se exhibió en abril en la Fundación Chirivella Soriano, con ocasión de una muestra colectiva. En ella ya se plasmaba alguna de las obsesiones que luego le han ido acompañando y se exponen ahora en Tarragona; es el caso de una pieza audiovisual que profundiza en su interés por las nuevas tecnologías y se materializa en una instalación audiovisual generada mediante animación 3D. La criatura, bautizada como 'Materia líquida', se compone de siete pantallas dispuestas directamente en el suelo, «complementaria a la instalación de los doce lienzos, pero también autónoma: podría funcionar perfectamente de manera independiente» Se trata de una obra que muestra un paisaje digitalizado: recrea un manto de arcilla, dispuesto sobre una superficie de polvo rojizo, «donde gotas de agua caen lentamente en un movimiento que puede ser leído tanto como una lluvia constante, o como un llanto continuo». Las lágrimas que trajo la dana: un simbolismo que juzga «fundamental» para entender cómo esas gotas «representan no solo el proceso natural de erosión sino también el sufrimiento colectivo ante desastres ambientales».
El artista valenciano alude a esa disposición horizontal de las pantallas, «que refuerza la idea del suelo como lugar de origen y destino final, donde lo material se encuentra con lo simbólico en un espacio liminal» para subrayar su intención de fondo: conducir al espectador hacia un escenario donde la arcilla, «materia prima del arte y símbolo primigenio de creación, se convierte en un espejo del estado precario del mundo contemporáneo». Una de las enseñanzas que dejó en el alma colectiva el impacto de la dana; una lección que Valencia ni olvida ni debería olvidar, a su juicio, canalizada a través de la reflexión artística, que apuntala su intención primordial: «Seguir apoyando al tejido cultural de Valencia, que aún sigue gravemente dañado y herido». El propósito que tal vez responde a las preguntas que se hacía Adorno.
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