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Mediodía en la Albufera. Un radiante día de invierno invita a solazarse en la amena contemplación de este deslumbrante tesoro, a montarse en una de ... las embarcaciones que surcan el lago o a curiosear entre la fauna que tiene su hogar en el valioso humedal. Una tentación a abandonarse a la pereza en que descartan incurrir los miembros del equipo que se ocupa de vigilar el buen estado del parque natural. Una veintena de efectivos que a esta hora recogen sus bártulos para ir a la orilla a medir la calidad de las aguas, saludar a la avifauna, investigar en el laboratorio en las particularidades de la enorme riqueza ambiental del parque y (también) atender a los periodistas que se interesan por su tarea. Su privilegiada tarea. Son los vigilantes del lago, a quienes da voz Juanjo Monzó, técnico de gestión del parque, quien detalla con una sonrisa las particularidades de su desempeño que esta mañana comparten en sus instalaciones de El Palmar con el resto de sus compañeros: Juan Vicente Muñoz, Marta García, Beatriz López y Lucía Moreno.
Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad de Valencia, Monzó, de 27 años de edad, acepta que la Albufera «es un parque complicado de gestionar», mientras desgrana las competencias de quienes se encargan del cuidado del parque. Explica que ahora mismo sólo hay trabajando un único guarda ambiental, porque el otro integrante de esa dotación ha elegido otro destino laboral y aún no se ha repuesto su plaza. Cuentan también con la ayuda de los agentes del Seprona, perteneciente a la Guardia Civil, y del destacamento a cargo del Ayuntamiento de Valencia. También dispone del concurso un grupo de agentes medioambientales, radicados en la cercana sede del Centro de Recuperación de Fauna y también en la de Polinyàr de Xúquer: calcula que son entre seis y siete personas, quienes ayudan al resto de trabajadores de la Conselleria en la coordinación de todos los recursos. ¿Es una cifra suficiente?. «Puede ser mejorable, sí», responde.
Monzó subraya que la prioridad en su trabajo consiste en asegurar la calidad de las aguas y el seguimiento de la fauna amenazada, pero hace un especial hincapié en la primera tarea: controlar el buen estado de las dieciséis acequias que cruzan el parque, así como del agua del lago y de los ullalls. «Vigilar la flora y fauna es competencia del servicio de vida silvestre de la Conselleria, que gestionan la granja y la piscifactoría», prosigue, «y tenemos además una asistencia técnica externa para el seguimiento de los censos de aves nidificantes en primavera y para las invernantes».
Por cierto que e los informes que giran los responsables de esa asesoría no se observan, según Monzó, graves daños para el parque a consecuencia de la dana, más allá del desplazamiento hacia el sur de algunas de las aves que habitan de continuo en el parque, que reclama de sus responsables una clase de vigilancia «estable», sin grandes picos ni acusados valles, pero que merece una atención distinta en cada momento de año. «El foco es cambiante», señala. Y añade: «Por ejemplo, en primavera hay que estar pendientes de la nidificación, en verano tenemos más la presión de la costa y nos ocupamos de los plaguicidas, en noviembre llega la época de la perelloná... Y también hay que estar atentos a la gestión de la paja del arroz, aunque ahora se delega más en Agricultura, y contratar una asistencia técnica para el control de la anoxia y prevenir una posible mortandad de peces».
Un completo catálogo de prestaciones que a simple vista parece casi homérico para una plantilla tan menguada. Monzó sigue relatando el contenido de sus tareas mientras sus compañeros salen al borde del lago para atacar sus ocupaciones. Miden en efecto la calidad del agua, espían con sus prismáticos el buen estado de fauna y flora y acaban posando para el fotógrafo al pie de dos de las tres embarcaciones con que cuentan para dar servicio a la Albufera, justo cuando un grupito de estudiantes desembarca en el embarcadero aledaño y disfruta como nosotros del benigno sol de invierno. ¿Nos portamos bien los visitantes? Monzó contesta afirmativamente. «Hay de todo, pero la gente no es un problema para el parque. Tal vez en la costa se respeta a veces menos el hábitat dunar, pero en el lago está todo muy bien regulado». «Es un parque muy singular: es muy abierto pero a la vez de difícil acceso. Y eso nos ayuda»
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