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Ha pasado medio año desde la dana pero la Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat de Picanya sigue clausurada por los daños de la ... inundación. Situada a muy pocos metros del barranco del Poyo, el agua llegó a una altura de 3,80 metros y todo quedó destrozado. Entre ellas, la famosa figura del ángel que el párroco, Joaquín Civera, envió al papa Francisco en diciembre. Tras la muerte ahora del Pontífice, la figura ya se ha quedado en el Vaticano como recuerdo de la tragedia y como agradecimiento a la preocupación que el Papa mostró con Valencia.
«El envío del ángel fue una expresión del sufrimiento de esta zona, de los muertos que hubo. El ángel estaba deshecho, casi no se veía lo que era, sin alas, sin manos ni cabeza, es el recuerdo del sufrimiento de la gente quitando barro, de los sacerdotes que veíamos las iglesias destrozadas», señala a LAS PROVINCIAS Joaquín Civera. Era la pareja de otro ángel que quedó casi intacto, y eso que estaban separados por apenas un metro al lado del sagrario.
Fue él mismo quien decidió enviar la figura dañada al Vaticano, a través del vicario episcopal, como «respuesta al agradecimiento que había tenido con el Angelus que hizo con la imagen de la Virgen de los Desamparados, y por la visita del cardenal Czerny a algunas parroquias afectadas, aquí vino, y recibir esa visita alegró a los fieles», expresa el párroco. «Le entregaron el ángel al Papa en el avión. Yo sentí una emoción muy grande cuando vi la foto del Papa con el ángel», recuerda el párroco. «En el salón donde estamos haciendo la misa proyectamos la imagen ese día del Papa con el ángel», indica.
Ahora en esta iglesia de Picanya siguen trabajando los obreros para ponerla a punto, ya que lleva clausurada desde principios de noviembre. «Celebramos una eucaristía ese primer domingo de noviembre, el día 3, con todo lleno de barro, tanto dentro como en el pueblo, pero después ya salieron hongos por la humedad y la Generalitat nos aconsejó que había que clausurarla porque era peligroso que la gente respirase ese aire infectado», explica don Joaquín.
Tras reconstruir dos muros que se habían venido abajo, ahora los trabajos se centran en eliminar esos hongos. Para ello el Instituto Valenciano de Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural ha encargado a una empresa de Alemania la elaboración de un líquido específico que pueda acabar con esa infección de diversos elementos de la parroquia. La próxima semana está previsto que este Instituto, dependiente de la Conselleria de Cultura, pueda aplicar ya este tratamiento a los altares y las figuras afectadas. Consiste en realizar microabrasiones en las zonas dañadas con ese líquido, que al no estar disuelto en agua debe ser más efectivo.
Mientras tanto, la iglesia está clausurada y mantiene las puertas abiertas todo el día, con ventiladores encendidos, para ayudar a secar esos hongos que afectan a los siete altares y las imágenes. «Hasta que no la desinfecten no podemos volver. Sí pudimos estar los primeros días, pero después ya nos tuvimos que ir», indica el párroco. Porque en un primer momento Patrimonio intentó solucionar el problema con una fumigación, que al estar con un producto disuelto en agua empeoró la situación e hizo que proliferasen los hongos.
Tras haber acabado la albañilería, ahora necesitan la labor de profesionales de carpintería metálica y de madera, así como de electricistas. «Pero es muy difícil conseguir profesionales porque hay muchísima demanda en todos estos sitios, en todos los pueblos necesitan gente para arreglar cosas», dice el religioso.
En este tiempo el Ayuntamiento ha cedido un local cultural para la celebración de misas. «Está acondicionado, con sonido, imágenes, estamos muy agradecidos, aunque lo compartimos con el resto de asociaciones del pueblo, y tenemos que estar montando y desmontando el altar, porque puede haber una representación de fallas, una charla o lo que sea y lo necesitan», indica Civera.
Aquella tarde del 29 de octubre, dramática para todos, la recuerda el párroco como muy angustiosa. «Yo estaba en despachos parroquiales, la misa es a las 7, pero a menos cuarto ya vi que había gente en el barranco. Me acerqué y vi que estaba a punto de desbordarse, así que entré a la iglesia y dije a la gente que se fuera a casa», apunta. «Cuando vi que el nivel del agua iba subiendo, entré a la iglesia e hice un volteo de campanas para avisar a la gente, para alertar a la población de que algo estaba pasando. No nos avisó nadie, nos pilló por sorpresa, y las campanas hicieron que la gente viera que el nivel del agua estaba subiendo», recuerda el sacerdote de Picanya.
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