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Una pareja baja a lomos de una Vespa por la Via del Corso hacia el Altar de la Patria. Roma burbujea a su alrededor entre tiendas de moda y flores. Él va señalándole los monumentos y ejerciendo de guía improvisado, mientras su amigo, montado en un diminuto Fiat, dispara disimuladamente su cámara de fotos para retratar la escena.

Al llegar a la Piazza Venezia, un urbano impecablemente vestido de blanco, les da el alto por saltarse un semáforo y tienen que parar en la acera mientras el chico recibe la multa correspondiente, rompiendo parte del embrujo del momento.

Ella, sola en la moto, no puede evitar darle al contacto por curiosidad, meter un poco de gas y... la Vespa sale disparada con ella encima. El chico se da cuenta y sale corriendo para intentar pararla, pero lo más que consigue es subirse de paquete y orientar el manillar para no irse los dos al suelo.

El compinche, divertido, dispara la cámara sin parar, mientras ella grita entre risas y casi atropella a dos transeúntes, invade el carril contrario, esquiva un taxi, sortea una tranvía, se lleva por delante los cuadros de un artista callejero, las sillas de una terraza, el mostrador de un pescatero... hasta que varios coches de la policía y un par de motos consiguen alcanzarlos.

Ya en la comisaría, todos los afectados declaran contra ellos: el urbano, dos camareros, peatones, un pintor, el pescatero... pero el chico de la moto, tipo de recursos, asegura que iban con destino a los juzgados para casarse y entre los sones de la marcha nupcial todos los abrazan y les besan, y pelillos a la mar.

La escena de la Vespa de 'Vacaciones en Roma' (Roman Holiday, 1953), con Gregory Peck y Audrey Hepburn, es posiblemente una de las más originales escenas románticas de la historia del cine y, como siempre ocurre en los mundos a medida que genera una ficción, acaba con la trascendencia que mejor le viene a la trama. Resulta que la chica es una princesa heredera que huye de incógnito y él, un periodista con su fotógrafo que confía en hacer la exclusiva del siglo.

Sin ánimo de hacer spoilers, basta decir que al final triunfa más el cariño que el amor y cualquier periodista que se precie descubre que el chico no pierde un reportaje, sino que abre la puerta para ganar una muy buena fuente.

Lo malo de la vida es que todo tiene consecuencias y, en tiempos políticos como los actuales, de los polvos que están generando las negociaciones por el Ayuntamiento de Valencia, el reparto del poder en los distintos escalones del Consell o las bases sobre las que sustentar el Gobierno central pueden venir considerables lodos. Y a diferencia de lo que pasa en Roma, la ruina que queda no tiene ni pizca de belleza.

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