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El regalo del año

Tienda de campaña ·

El patinete, y la bicicleta eléctrica, preocupan en todas las grandes ciudades, que intentan regular la novedad a toda prisa

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Domingo, 6 de enero 2019, 08:46

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Amamos nuestra ciudad, pero seamos claros: cruzar la calle no debería ser una experiencia angustiosa». Cuando uno lee que esas palabras son de un alcalde, considera que la vida se está haciendo complicada de verdad. Pero cuando uno sabe que eso lo ha dicho hace poco Bill de Blasio, el alcalde de Nueva York, el problema adquiere una dimensión muy grave. E internacional.

Estamos en plena revolución del patinete. Hoy mismo, los Reyes Magos deben haber desembarcado en Valencia miles de vehículos eléctricos de dos ruedas, como podremos comprobar de inmediato en parques, aceras y calzadas. Son el regalo del año, un modelo de transporte personal nuevo.

Pero no son solo los patinetes los que están cambiando el tablero. El alcalde de Nueva York dijo esas palabras cuando su ciudad se quedó paralizada este otoño ante el desembarco sin reglas de las bicicletas eléctricas, un sistema de transporte que, con un simple botón, activa un motor que anula el trabajo de los pedales; miles de repartidores han empezado a usar esas máquinas, que se han unido a miles de patinetes, allí llamados 'scooters'. Con todo, el problema no se ha adueñado de Manhattan aisladamente; en San Francisco, desde el verano, están igualmente en crisis, fascinados, pero sin saber qué hacer... mientras los accidentes llevan a los hospitales docenas de heridos.

La polémica, en la prensa, crece y crece. En Estados Unidos aparece adornada de ribetes propios, porque los que más usan el transporte personal son los hispanos, o los emigrantes en general, y la presión policial sobre ellos ha sido recibida con uñas afiladas. Pero si apartamos ese 'detalle', da igual leer un diario de Buenos Aires, Berlín, Londres o Lisboa: el patinete, que durante 2018 se ha implantado de golpe, como propiedad privada o vehículo de alquiler, mediante potentísimas inversiones de empresas poco o nada conocidas, ha pillado desprevenidas a todas las grandes ciudades del mundo. ¿Casco, seguro, asientos, registro...? ¿Les dejamos subir al autobús? ¿Y a los trenes?

Los responsables de la circulación andan con la boca abierta, sin saber por dónde meterle mano a un fenómeno masivo. Todos están haciendo, en estos momentos, un reglamento, el suyo. Todos intentan ordenar la invasión y ensayan cobrar un dólar diario por máquina en el caso de los alquileres. Pero en todas parte se sospecha que lo que está ocurriendo trastoca los planes urbanos de un 'pasado' reciente. Con la perversión de que, además, el patinete no puede ser tratado como contrincante o enemigo, porque cumple con las benéficas proposiciones de sostenibilidad que todos los ayuntamientos del mundo exhibían al compás de la moda.

Mal de muchos, epidemia, decía el sarcástico refrán. Por ahí fuera, mientras intentan regular algo coherente, se preguntan ya si se puede entrar en patinete en un restaurante (yo lo he visto en el Ensanche), si pueden viajar dos personas o si se puede circular con él por las grandes superficies comerciales.

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