Aunque la llegada del calor y el descenso de los contagios nos permitan disfrutar de un esbozo de normalidad a todos nos va a costar ... olvidar lo que hemos pasado. Si es que se ha pasado ya, que está por ver. La tentación inmediata será soltar lastre, olvidarnos en la medida de lo posible de lo que ha sucedido, de una etapa aciaga que nos ha sacudido por fuera y por dentro. Pero todos somos conscientes de que eso será complicado. Este año y medio va a marcar lo que nos queda de vida. Somos una generación tocada por la pandemia y de ella heredaremos desgraciadamente pesadillas, miedos, prevenciones, recuerdos infaustos. Y temor y aversión hacia los murciélagos, si es que no lo teníamos ya.
Cuando logremos distancia suficiente cada uno de nosotros podremos valorar y husmear nuestras heridas de la batalla. Conviene no ser duro con ellas. El coronavirus llegó de repente, sin previo aviso, sin posibilidad de que pudiéramos ahuyentarlo. Ha discurrido a lo largo de los meses, ha zarandeado al mundo entero y apenas se ha conseguido establecer un patrón claro sobre su incidencia. Lógicamente ha afectado más a la gente de mayor edad -los años, claro está, pasan factura a nuestra salud- pero desconocemos los factores por lo que ha sido más agresivo en unas personas que en otras, la razón por la que ha alcanzado a determinados sujetos y en otros ni se ha detenido.
Por qué a mí sí y a ti no.
El azar juega un papel importantísimo. Sentirnos culpales no nos prevendrá ni paliará nada
Coleccionamos preguntas incómodas para hacernóslas en los peores momentos, aún a sabiendas de que no encontraremos respuesta a la mayoría. Están ahí reservadas para los peores instantes. La tendencia a flagelarnos no hay pandemia que la erradique. ¿Qué he hecho yo? ¿Por qué me ha tocado a mí? ¿Cómo podía haberlo evitado?
Esto no es nuevo, lo pusimos en práctica antes de que la covid se colase en nuestras vidas. Mucho antes. Esa manía horrible de culpabilizarnos si la enfermedad se cierne sobre nosotros. Como si no fuese suficiente con los síntomas, con las secuelas, que hemos de añadir el pecado al combinado.
Nos mortificamos con lo que podríamos haber hecho, nos asaltan las dudas sobre lo que nos predispuso a eso, nos fustigamos por no haber sido capaces de detectar lo que iba a llegar y haber usado algún atajo para impedirlo. Da igual que nos recuerden el caso de aquel joven deportista con hábitos sanísimos que falleció de forma repentina e inesperada por causas desconocidas. O el del que no se cuidaba casi nada y se mantuvo imbatible hasta cumplidos los 90 años.
Esta pandemia nos ha enseñado que es imposible controlar algunas situaciones por más que lo intentemos, nosotros solos o en colectividad. Y que el azar juega un papel importantísimo en nuestro día a día. Y que no, que sentirnos culpables no nos prevendrá ni paliará nada.
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