El peso de decidir
ARSÉNICO POR DIVERSIÓN ·
El debate no es fácil. Por eso preocupa la inmersión en el populismo y la demagogia, por un lado, y el dogmatismo y la intransigencia, por otro. Hablo de eutanasia. Y hablo de dolor y peso sobre los hombros para miles de familias. Cuando se ha vivido la experiencia de decidir sobre el bienestar o sobre el adiós de alguien querido, las cosas ya no son tan blancas ni tan negras. Y el debate, o mejor dicho, el uso interesado y político de un debate necesario y necesariamente sereno asquea.
Como siempre, en este país hablaremos de la eutanasia, ubicando al interlocutor entre la izquierda y la derecha, el progresismo o el conservadurismo sin detenernos a analizar qué argumentos aplica y por qué. La pregunta será sí o no, sin más, sin matices. Pero la vida -y mucho menos ese momento- no es sí o no. Es ¿y si? o ¿pero por qué no? Las familias se enfrentan a eso, no a la elección entre el bien y el mal. Si así fuera, las soluciones serían fáciles y no requeriría debate. Pero no. Las situaciones que hay que vivir pasan por la insoportable gravedad del decidir. Lo peor de cuidar a alguien hasta el final y verle sufrir es el peso insufrible de decidir: desde el detalle de darle de comer, sacarle a la calle, llevarlo a urgencias, buscar otro médico, probar esa nueva medicina o simplemente esperar y cogerle de la mano. Los cuidadores en ocasiones caen en la espiral de actividad no tanto porque crean que es mejor para el enfermo sino porque les resulta imposible vivir el resto de su vida sospechando que no hicieron todo lo humanamente posible. Y, a veces, lo urgente es empezar a asumir que esa persona ha de irse. Tan fácil y tan difícil.
Cada vez que escucho a un político reclamar la muerte digna, me pregunto si son conscientes de lo mucho que se esfuerzan médicos y enfermeros en hacer digna, ya hoy, la muerte. Cómo explican, cómo parecen no tener prisa, cómo se llevan a la persona y su familia a una sala aparte, cómo dejan tiempo para asimilar lo que acaba de pasar en esa habitación y cómo procuran que no te sientas mal por la rabia, la impotencia o la infinita tristeza que les trasmites. Los profesionales ya hacen lo indecible por que sea digna la muerte. Otra cosa es buscar dignidad para terminar con una vida que no se considera digna. De eso va la ley y por eso algunos, que entendemos el drama que hay detrás, nos rebelamos al enfoque político. La prioridad es hacer digna la vida, cualquier vida, toda vida. Lo otro tiene, en el fondo, mucho de fracaso, de no haber sido capaz de lograr lo primero. Regularlo tiene algo de riesgo, el de pasar la responsabilidad a lo indeterminado con tal de no asumir la propia en las condiciones que 'invitan' a la muerte.