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Urgente Detienen a una abuela y a su nieto menor de edad por traficar con drogas en la Ribera Baixa

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En la típica cacicada denunciada por este periódico acerca de la concesión de una plaza de catedrático de dolçaina a un aspirante que previamente no había conseguido superar la prueba de alumno hay un elemento identitario muy evidente y que es el que justifica que el conseller de Educación, Vicent Marzà, se lave las manos a pesar de tratarse de un caso flagrante. El tabalet y la dolçaina son los instrumentos de la música popular valenciana, por lo que su promoción y defensa requiere no sólo del respaldo de la Administración sino, al parecer, también del consentimiento implícito de que se cometan todo tipo de trapacerías. Todo sea con tal de hacer país, que es lo que busca el nacionalismo, su agenda oculta, su objetivo último. La hoja de ruta de Compromís está más o menos copiada de la experiencia catalana de las últimas décadas, de la inmersión nacional impulsada por Jordi Pujol y mantenida por el PSC cuando pactó con los independentistas y con la extrema izquierda y formó el esperpéntico tripartito presidido primero por Maragall y luego por Montilla. Lo primero y principal es la lengua, el valenciano claro está, un valenciano normalizado, catalanizado hasta el extremo, implantado en colegios, universidades, Administración, en la vía pública (cartelería y placas callejeras) y en los medios de comunicación. Primacía del valenciano y arrinconamiento progresivo del castellano, una táctica que podría llegar a contar con el irresponsable beneplácito del Gobierno de Pedro Sánchez si la reforma educativa anunciada por la ministra Celaá se aplicara. Con la educación pública controlada y la concertada en retroceso, por el hostigamiento a la que se le somete desde la conselleria, y con una televisión autonómica al servicio de la causa 'nacional', el siguiente paso es ir colando proyectos e iniciativas con un marcado acento identitario para seguir construyendo país. Premios y reconocimientos a intelectuales y personajes históricos de la causa, subvenciones a entidades que trabajan en la línea nacionalista (Escola, el Micalet, Acció Cultural...), ninguneo hasta provocar su muerte por asfixia de todas las que no se suman al pensamiento único (Lo Rat Penat, Real Acadèmia de Cultura Valenciana), descarada colaboración con organismos catalanes y con la mismísima Generalitat de Torra-Puigdemont porque al fin y al cabo tenemos la misma lengua, la misma cultura, la misma historia... La dolçaina, la extensión de su aprendizaje, es sólo un paso más, una pequeña contribución dentro de la elaboración de un relato nacional valenciano-catalán, otro ladrillo que se pone en esa casa común que desde mayo de 2015 viene levantando Compromís con el permiso del PSPV (que mira para otro lado) y la insólita colaboración de Podemos.

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