Lectura diagonal
Marcador dardo ·
MIQUEL NADAL
Viernes, 20 de diciembre 2019, 09:41
En un par de semanas he asistido como espectador a un par de presentaciones de libros, y he visto en televisión alguna entrevista sobre libros de memorias, en las que, por diferentes razones, justificadas o no, alguno de los protagonistas de los actos confiesan que la lectura del libro ha sido «en diagonal», o que no se han leído el libro. Ni se lo leerán. Aunque hay honrosas excepciones, me parece que el asunto no es menor y va más allá de la anécdota concreta. Confesar la falta de lectura solo es otro de los síntomas, los índices de lectura, el informe PISA, y tantos otros, que acreditan nuestra falta de respeto por la palabra. En cierto tiempo pasado, la palabra y la escritura fueron un mecanismo para huir de la pobreza, intentar ser mejores, comprender la realidad, o describir la belleza o la fealdad del mundo. Pero hoy la realidad nos castiga con su venganza, frente a una sociedad indiferente a que el paso por la Universidad sea impermeable al conocimiento, el currículum sea creativo, la tesis doctoral irrelevante, los libros y los discursos redactados por terceros, las afirmaciones de los políticos en las redes sociales disculpadas apelando a que existe un responsable del negociado, y al hecho de que las Universidades tengan que instalar programas de detección de las fuentes de los trabajos para cazar piratas de la Wikipedia y del Rincón del Vago. El legítimo orgullo por la publicación de cualquier obra intelectual murió, o se ha transformado en una educada práctica antigua, de un tiempo pasado en el que lo esencial para la cultura y la inteligencia no era exhibirse, sino tener algo relevante que decir. Momentos bellísimos e irrecuperables de conversaciones con grandes figuras de la cultura o de la política quedarán inéditos, y sin embargo la historia futura de nuestro tiempo se escribirá sobre tuits combinando palabras vacías, el fruto de lecturas apresuradas, en diagonal, y con fotos robadas exhibiendo una amistad y una verdad inexistente. Lejos queda ese mundo que leemos en cualquier biografía de Winston Churchill, cuando pronunciar un discurso espontáneo en la Cámara de los Comunes era la consecuencia de esfuerzo, trabajo y una actividad intelectual que solo se declinaba en primera persona. Proclamamos que tenemos las generaciones mejor formadas de la historia, pero probablemente seamos la primera generación que no accede al mundo con imaginación y novelas de Julio Verne, y en que la lectura de la Ilíada o la Odisea proceden, en el mejor de los casos, de sinopsis y resúmenes escolares. Que nadie se extrañe de las consecuencias. Queremos atajos para los problemas, y por eso no solo leemos o escribimos en diagonal, sino que encaramos la vida y los problemas aprobando políticas y tomando decisiones en diagonal. Porque ahora la palabra y la lectura ni son un instrumento para mejorar, ni sirven para comprender o describir la belleza el mundo y sus defectos. La verdad no tiene atajos ni diagonales.