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BEA CRESPO
HITLER, UN POLÍTICO NORMAL

HITLER, UN POLÍTICO NORMAL

EL FOCO ·

En política, no todos los interlocutores son válidos, sobre todo quienes usando las instituciones democráticas pretenden atentar contra los derechos fundamentales que estas defienden

EDURNE PORTELA

Domingo, 5 de julio 2020, 09:08

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En el ensayo 'El chivo expiatorio de Hitler: La historia de Herschel Grynszpan y el inicio del Holocausto' (Galaxia Gutenberg) Stephen Koch revisa la historia del joven judío que el 7 de noviembre de 1938 asesinó de cinco tiros a Ernst vom Rath, miembro de la Embajada alemana en Francia. Este asesinato, perpetrado por un chico que no llegaba entonces a los veinte años, fue la excusa de Adolf Hitler y Joseph Goebbels para desencadenar, dos días después, el pogromo antisemita más sangriento de la historia, la llamada 'Noche de los cristales rotos'. Grynzpan fue detenido en el instante después del asesinato en la Embajada y entregado a las autoridades francesas. Quedó a su disposición hasta la ocupación nazi de Francia, cuando pasó a manos de la Gestapo. Estamos en los prolegómenos de la guerra y, con su estallido, la propaganda nazi da un paso más y Grynzpan se convierte en pieza fundamental para la justificación de la siniestra 'Solución Final', es decir, la máquina industrial para el genocidio de millones de judíos que culminó en Auschwitz-Birkenau. Como señala Stephen Koch, Hitler y Goebbels «pretendían utilizar a Herschel como el primer acusado en un gran juicio propagandístico para demostrar que el 'judaísmo internacional' era el culpable de que se hubiera desatado la segunda Guerra Mundial. Koch analiza la figura del joven Grynzpan en este contexto, desmonta las teorías conspirativas, recopila toda la información disponible sobre sus últimos días y cómo evolucionan sus ideas y su carácter ante su propio peso en la historia, del cual es muy consciente. Pasa de ser un joven depresivo y desesperado ante la deportación de su familia germano-judía a Polonia, que dispara contra el primer funcionario que ve para llamar la atención internacional sobre la persecución de los judíos, a ser un prisionero en manos de la Gestapo que, con inteligencia y audacia, logra desmantelar, aunque demasiado tarde, el plan de Hitler y sus propagandistas para hacer de él la encarnación del mal. Esta es la historia que cuenta el ensayo de Stephen Koch, riguroso con la verdad histórica y al mismo tiempo ameno, que se lee casi como un thriller político. Pero hay más: al mismo tiempo que nos internamos en este tiempo histórico que parece inagotable en tragedias, el libro nos da herramientas de reflexión para nuestro presente, en el que desgraciadamente los fantasmas del nazismo y el fascismo recorren Europa vestidos con nuevos trajes.

Una de las reflexiones más interesantes del ensayo está al principio mismo de esta historia. Es el 1 de octubre de 1938 y el primer ministro francés, Èdouard Daladier, vuelve a Francia después de firmar el Pacto de Múnich con Adolf Hitler, Benito Mussolini y Neville Chamberlain. Stephen Koch señala que mientras Chamberlain, el primer ministro británico, «creía que sería posible tratar a Hitler como a un político normal», Daladier estaba completamente seguro de que el nazi era un peligro para su país y el resto de la Humanidad. Esto nos parece, a la luz de la historia, una obviedad. Sobre todo porque para esas fechas ya se habían promulgado las leyes antijudías (las Leyes de Núremberg son de 1935) y los flujos de refugiados judíos y exiliados antinazis en Europa eran la evidencia innegable de que la violencia iba en serio. Pero, como señala el autor, «Chamberlain creía sinceramente que si aceptaban las exigencias más ... 'razonables' del dictador, el nazi aflojaría la agresión y comenzaría a actuar como un político normal». Buena parte de la izquierda internacional, las víctimas, la intelectualidad antifascista y antinazi criticaron este pacto, pero la ansiada paz estaba por encima de las primeras víctimas del nazismo. Por supuesto, en pocos meses Hitler demostró con contundencia innegable que de «político normal» no tenía nada. La moraleja está clara: quien no defiende valores democráticos, quien ataca frontalmente los derechos humanos de una parte de la población ya sea por creencias religiosas, orientación sexual, origen o raza, no puede ser tratado como «político normal» porque, en cuanto tenga la fuerza suficiente, llevará a la práctica su programa de odio por todos los medios necesarios. Koch recoge estas palabras de 1938 de la periodista antinazi Dorothy Thompson, defensora de Grynszpan durante el proceso: «Los hombres de Munich firmaron un pacto sin una sola palabra de protección para las minorías indefensas».

Otra cuestión que plantea el ensayo es la perversa conversión de la víctima en verdugo, para lo cual es indispensable la colaboración de la opinión pública y la prensa. Invita a reflexionar sobre la construcción de mentiras basadas en el victimismo (de una agresión inventada o una agresión por venir) para justificar el uso de la violencia hasta niveles insospechados. Durante los dos días entre el asesinato de Vom Rath en la Embajada y la 'Noche de los cristales rotos', Heinrich Himmler, pieza clave en el eslabón de propaganda nazi, en una arenga a las SS «advirtió a sus hombres del complot judío para exterminar al pueblo alemán, el genocidio de los gentiles». Es decir, las SS tendrían que perseguir a los judíos «de forma implacable y despiadada» como forma de parar una supuesta violencia contra los no-judíos. Himmler les avisa: igual tienen que hacer cosas terribles, pero no serán tan terribles como las que «los judíos planeaban cometer contra el pueblo alemán». No hay pruebas, no hay datos, no hay violencias cometidas salvo el asesinato de Vom Rath. La clave está en lo que los judíos «planeaban». Las teorías de la conspiración judía, exacerbadas tras el atentado cometido por Grynszpan, alimentadas por noticias falsas y por la imaginación perversa del nazismo, invertían el papel de víctima y el del verdugo. Y esa inversión funcionó con las consecuencias que todos conocemos.

En cuanto tengan fuerza suficiente, implantarán su programa de odio por todos los mediosNo se merecen respeto quienes se proclaman víctimas cuando aspiran a ser verdugos

En política, no todos los interlocutores son válidos, sobre todo quienes usando las instituciones democráticas pretenden atentar contra los derechos fundamentales que estas defienden, como la no discriminación por motivos religiosos, sexuales, de origen o raza. Tampoco están al mismo nivel en la interlocución y no se merecen ningún respeto aquellos que usan la mentira, que se proclaman víctimas cuando en realidad son verdugos o aspiran a serlo, cuando de forma encubierta atacan al adversario manipulando la realidad y el lenguaje con el que ésta se nombra, cuando muestran sus falsas heridas buscando azuzar el odio.

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