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Columnas de humo se levantan hacia el cielo de Barcelona, los contenedores arden en las calles y cada mañana los servicios municipales de limpieza cargan los restos de las barricadas en las que grupos de encapuchados se hicieron fuertes la noche anterior para enfrentarse a las fuerzas antidisturbios. Se acabó la broma.

Quim Torra, el conseller de Interior... se suceden detrás de sus respectivos atriles como marionetas de cachiporra, desbordados, sudorosos, autoindulgentes y delirantes después de que la realidad haya hecho jirones la gruesa estelada que servía como telón de fondo al espectáculo de circo parlamentario que comenzó en otoño de 2017. Ese momento triunfal de borrachera colectiva se había ido fraguando desde hacía años y el 1 de octubre sirvió para anunciar la inminente llegada de los Reyes Magos, cargados de urnas, independencia, 'pa amb tomaca' y copas de cava.

Como si las leyes pudieran bailar al son de Els Segadors (arpegiando un acorde en mayor para que suene más bélico); unos cuantos eslóganes pegadizos y mucho ruido en Twitter. El problema es que las decisiones tienen consecuencias y, por mucho que quieras ir a 200 kilómetros por hora en la autopista, te llegará una multa a casa por poner en riesgo tu vida y la del resto de gente que circula a tu alrededor.

¿Que la multa es cara? Pues ya lo sabías antes de ponerte al volante y apretar el acelerador. El problema es que las decisiones tienen consecuencias para quien las toma y ejecuta, pero también para los que están a su alrededor. La gente que llegó a creer en la fantasía que se les prometía, se encuentra después ante la evidencia de que lo suyo no puede consumarse, convirtiendo la ensoñación en el caldo de cultivo para la frustración, el odio y, si hay fuerzas, la violencia. Abrir la jaula de la fieras es fácil, pero pretender que vuelvan por su propio pie al otro lado de la verja entre charangas y esteladas sólo puede ser tan inocente como idiota.

No es la primera vez ni será la última, pero esta es la más cercana a nosotros. Así, la «joventut alegre i combativa» que recorría las calles «amb un somriure» termina desvelándose como una horda dispuesta a llevarse todo por delante. Los que les jalearon desde el poder se encuentran ahora que los disturbios les empiezan a quemar las patas de la poltrona y llegan los miedos, las excusas y lo que es peor, las justificaciones infames y las mentiras, como las del secretario autonómico de Empleo valenciano, Enric Nomdedéu, acusando de la violencia a policías infiltrados. Ignorancia, inconsciencia, irresponsabilidad y más madera para hacer del futuro un presente peor.

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