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Las caras de Helga Schmidt

Como un aviador ·

Mikel Labastida

Valencia

Jueves, 3 de octubre 2019, 07:53

Cuando en junio de 2014 Helga Schmidt afirmaba en una entrevista para este periódico que sentía que había terminado un ciclo en el Palau de les Arts no imaginaba la dimensión que iban a tomar sus palabras. Se mostraba cansada y pensaba que había cumplido de sobra con la labor que le encargaron en el año 2000. No sospechaba que siete meses después la Policía montaría un aparatoso dispositivo para registrar el coliseo valenciano que terminaría con su detención y su posterior imputación por malversación de caudales públicos, prevaricación y falsedad documental. En mayo de 2015 volvía a coincidir con ella, esta vez en el hotel en el que residía en sus estancias en Valencia, y completamente apartada de la gestión del auditorio. El ciclo, efectivamente, había finalizado, pero de un modo abrupto y absolutamente distinto del que jamás vaticinó. «Me iban a dar una medalla y a hacer un concierto para el cierre de una etapa y al final me echaron con un registro policial», reconocía con desolación.

El primer encuentro al que me refiero en este artículo resultó bastante atropellado, algo que no nos extrañó porque conocíamos la personalidad poliédrica de Helga. La entonces intendente no tenía un buen día y enseguida pudimos comprobarlo. Nos había citado en su despacho para realizar una entrevista (se supone que sosegada) en la que valoraríamos los últimos acontecimientos en el Palau, como la salida de Zubin Mehta por los continuos recortes que afectaban al teatro de la ópera. Sin embargo, cuando nos atendió, empezó a lamentar la cantidad de trabajo que acumulaba, a responder con desdén algunas preguntas y finalmente se negó a dejarse fotografiar. Nuestras protestas terminaron por descontrolarla. Tras la catarsis llegó la calma y finalmente pudimos reconducir la situación y mantuvimos una conversación interesante sobre su trabajo, anécdotas jugosas de su carrera, sus aspiraciones, la política e incluso su salud, algo en lo que no le gustaba detenerse habitualmente.

En una misma tarde fuimos testigos de aquellas dos caras bien diferentes de doña Helga (así la llamaba todo el mundo en el coliseo). Pero no eran las únicas, uno nunca sabía con cuál iba a concurrir el día en que la encontrabas. No disimulaba su genio, derrochaba afán por su oficio, exhibía algunos excesos sin pudor y se mostraba pletórica cuando sus proyectos triunfaban (como cuando consiguió levantar la tetralogía del Anillo del Nibelungo de Wagner y recibió un aplauso unánime por ello). Schmidt no se ocultaba y eso no gustaba en todos los ámbitos, lo que la hizo bastante incómoda cuando la situación política y económica se complicó. Todas esas facetas fueron las que en su día la trajeron a València y las que la expulsaron. Más allá de su implicación o no (que quedará por sentenciar) el juicio a la intendente era un juicio a una forma de actuar, de gobernar y de gestionar, de la que fue símbolo. Para bien en una época y para mal en otra.

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