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En primer plano, Álvaro Martínez y Sara Landeras; detrás, Carla Arnau y David Millán. Irene Marsilla

Mapa del futuro científico valenciano: «Hay talento, falta estabilidad»

Jóvenes investigadores denuncian precariedad y poca inversión pero defienden que la Comunitat se puede situar en la vanguardia europea

Sábado, 27 de septiembre 2025, 00:40

La investigación no es un gasto, es una inversión estratégica». La frase resonó con fuerza durante el encuentro organizado en su sede por LAS PROVINCIAS, durante el cual cuatro jóvenes investigadores —Álvaro Martínez, Carla Arnau, Sara Landeras y David Millán— diseccionaron sin ambages el presente y el porvenir de la ciencia en la Comunitat Valenciana y en España. El encuentro, enmarcado dentro de las actividades programadas para conmemorar el 160 aniversario del periódico, dejó dos certezas difíciles de conciliar: por un lado, la apuesta creciente de las instituciones por un ecosistema de I+D que atraiga talento; por otro, la persistencia de una precariedad estructural que erosiona la vida profesional y personal de quienes se dedican a investigar. Un dictamen apuntalado con una serie de datos estadísticos que sobrevolaron el encuentro.

Por ejemplo, que en España, el gasto en I+D ronda el 1,4% del PIB —lejos del 2,2% de la media europea y todavía más de los países que superan el 3%—, un diferencial que no es un simple porcentaje en un cuadro macroeconómico, sino que supone una debilidad estructural: tiempo, oportunidades y carreras que se quedan a medias. Con ese telón de fondo, la conversación avanzó de lo sombrío a lo esperanzador: diagnóstico, propuestas y un horizonte que, pese a todo, invita al optimismo si la estabilidad deja de ser excepcional y se convierte en regla.

Álvaro Martínez / Químico (UV)

«Nos falta un camino previsible y estable que permita transformar esfuerzo en futuro»

Profesor en la UV y doctor en Nanociencia, investiga en enzimas artificiales contra enfermedades neurodegenerativas

El contexto regional aporta matices propios. En los últimos años, la Generalitat ha reforzado la financiación con catorce líneas de ayudas y un presupuesto de 68 millones de euros —que significa el 6,25% más—, que incluyen contratos predoctorales, contratos postdoctorales, apoyos a grupos emergentes, estancias internacionales y colaboraciones con empresas. A ello se suma la puesta en marcha de la segunda fase del Plan GenT2, dotado con 17,2 millones, orientado a consolidar el ecosistema científico y atraer doctores con experiencia internacional, además de impulsar a jóvenes con proyección destacada.

Sin embargo, los datos de la Radiografía de la población joven en la Comunitat Valenciana 2024 colocan un espejo incómodo: cerca del 60% de los jóvenes investigadores encuestados ha concatenado contratos temporales y un 35% ha contemplado emigrar. Ese porcentaje revela que la movilidad, que debería ser un instrumento formativo, se convierte con frecuencia en vía de escape sin retorno cuando no hay una ruta clara para volver y estabilizarse.

El sistema que aprieta demasiado: precariedad, temporalidad

El primero en romper el hielo fue David Millán, investigador en melanoma en la Universidad Católica de Valencia, que resumió en una frase la experiencia generalizada: «He estado ocho años con contratos temporales y solo ahora, con 32, he conseguido cierta estabilidad». Millán sabe que se puede considerar un privilegiado. La mayoría de sus compañeros sigue encadenando contratos temporales y bolsas de aire sin poder planificar una vida más allá de unos meses. Esa «angustia de calendario», explicó, erosiona tanto la salud mental como la capacidad de plantear proyectos científicos a medio y largo plazo.

Por su parte, Carla Arnau, especialista en fotobiología aplicada al cáncer de mama en la Universitat Politècnica de València (UPV), insistió en que la fuga de talento no es solo es un problema a escala internacional, sino también interna: «Muchas personas abandonan la investigación pública porque una empresa privada les ofrece estabilidad». «Y cuando tienes que elegir entre tu vocación y tu futuro vital, el dilema es evidente», subrayó. La oferta de estabilidad del sector privado, sin necesariamente apostar por investigación avanzada, actúa como imán, según su parecer. «No se trata de renunciar a la vocación, sino de poder sostenerla», señaló Arnau y añadió que «si la universidad no ofrece una senda previsible tras una beca competitiva, el salto al ámbito empresarial se vuelve un refugio racional».

Sara Landeras / Bioquimíca (CEU)

«La investigación no es un gasto, es una inversión estratégica con retorno a la sociedad»

Profesora del CEU, investiga sobre ébola y coronavirus dirige un laboratorio dedicado a prevenir pandemias

Un diagnóstico similar esbozó Álvaro Martínez, profesor de Química Física en la Universitat de València (UV), quien aludió al «tapón» generado tras la crisis económica del año 2008. Durante muchos cursos, se doctoraban cientos de jóvenes, pero las universidades apenas convocaban plazas docentes o de investigación. El resultado es que la estabilización para el profesorado más joven llega tardísimo, a menudo pasados los 40, y siempre con contratos temporales de seis años como inquietante antesala. «No se puede construir una vida normal en esas condiciones», se lamentó.

Para Sara Landeras, viróloga y profesora en la CEU UCH, la raíz de los males que aquejan a la ciencia en España en la infrainversión: «Nuestro país invierte un 1,4% de su PIB en I+D, muy por debajo de Bélgica, Suecia o Estados Unidos, que superan el 3»%. «Esa diferencia son miles de millones que marcan la frontera entre poder avanzar en una terapia o quedarte bloqueado en mitad del camino», añadió. La brecha de gasto con Europa no es una abstracción contable: son equipos que no se renuevan, proyectos que se quedan sin segunda fase, terapias prometedoras que no alcanzan el estadio clínico. Los países que invierten más —insistió— no lo hacen por altruismo, sino porque obtienen retornos económicos y sociales a medio plazo. Considerar la ciencia como gasto y no como inversión estratégica explica buena parte de las disfunciones que se arrastran.

Mala ejecución presupuestaria: el espejismo de las cifras

Al debate sobre la financiación se sumó una crítica a la falta de ejecución presupuestaria. Millán recordó por ejemplo que en los últimos cinco años apenas se ha ejecutado entre un 50 y un 60 % de las partidas destinadas a ciencia en los Presupuestos Generales del Estado. «Es decir: ya partimos de una inversión escasa, y aun así no se gasta todo lo previsto. Eso es inaceptable», señaló.

El modelo de financiación fue otra pieza central durante la conversación. Martínez defendió un esquema mixto: una financiación basal —modesta pero estable— para sostener la actividad esencial de los grupos (consumibles, mantenimiento, pequeñas contrataciones), complementada con proyectos competitivos que impulsen líneas ambiciosas. «Si no logras un proyecto nacional». advirtió, «te quedas literalmente a cero. Sin dinero no hay publicaciones, sin publicaciones no hay proyectos, y la rueda se rompe», resaltó Martínez y expuso que sin esa base, «la caída es en picado»: si no hay proyecto, se detiene la investigación; sin resultados, no hay publicaciones; sin publicaciones, no hay opción de captar nuevos fondos. «La rueda se rompe, y reconstruirla cuesta años. La calidad, en esas condiciones, se resiente, y el sistema premia la supervivencia por encima de la innovación», explicó el investigador de la Universitat de València.

La presión por publicar, añadieron los cuatro, no solo responde a la necesidad de medirse en el mercado académico. También condiciona la calidad del conocimiento. En palabras de Landeras: «Muchos acaban publicando resultados fragmentados o en revistas de menor impacto porque necesitan un paper ya. La calidad cede ante la urgencia».

La burocracia, «enemigo íntimo»: sobrecarga administrativa

La burocracia apareció como otro «enemigo íntimo». Los cuatro coincidieron en que la sobrecarga administrativa resta horas de pensamiento. Formularios, justificaciones, correos y plazos que se estiran meses para resolver una convocatoria debilitan tanto como la falta de recursos. Millán defendió acotar plazos de resolución, fijar calendarios públicos y dar certidumbre: saber cuándo se abre, cuándo se cierra y, sobre todo, cuándo se decide. Esa previsibilidad permitiría planificar mejor, corregir propuestas y evitar la sensación de vivir en un limbo. Landeras añadió la urgencia de digitalizar procesos, simplificar requisitos y liberar a los investigadores de tareas que deberían asumir perfiles de gestión especializados. «Hay días en los que un investigador apenas puede pensar en ciencia porque pasa horas rellenando formularios o respondiendo correos», admitió.

Arnau sumó otra idea que lastra el progreso científico: la competitividad feroz entre grupos que bloquea colaboraciones. «En países como Alemania o Estados Unidos la cooperación es mucho más ágil», apuntó. Aquí seguimos enfrentándonos como si cada publicación fuese una guerra. Eso frena proyectos emergentes que podrían crecer si hubiera sinergias», se quejó.

Carla Arnau / Química (UPV)

«La fuga de talento también ocurre hacia empresas que sí ofrecen contratos estables»

Investigadora postdoctoral Marie Curie en la UPV, trabaja en sensores fluorescentes y terapias contra el cáncer

Los cuatro investigadores coincidieron en que la Comunitat Valenciana dispone de buenos ejemplos en transferencia —centros de referencia, colaboración universidad-hospitales, convenios entre entidades privadas y públicas—, pero reconocieron que hay mucho terreno por mejorar. Para Landeras, el quid está en las Oficinas de Transferencia (OTRIs): «Necesitamos técnicos especializados que acompañen al científico desde el inicio del proyecto, para orientar qué puede ser patentable y cómo hacerlo. Bastante difícil es ya investigar como para encima gestionar patentes». Y Millán corroboró: «El día tiene 24 horas. Si te dedicas a leer el BOE y justificar gastos, no investigas. Ese apoyo burocrático es esencial».

Arnau alertó además del círculo vicioso que supone que las universidades públicas desarrollen patentes que luego terminan explotando grandes empresas que no invierten directamente en investigación. «El beneficio debería regresar al sistema para que la rueda esté completa», defendió. La solución —planteó— pasa por favorecer' spin-offs', crear mecanismos de coinversión y cerrar el círculo para que parte de los beneficios vuelva al sistema que los generó.

Pero también hay luces: el capital humano, la fortaleza

No todo fueron quejas sin embargo durante la charla. Hubo también un reconocimiento explícito a lo que funciona. La principal fortaleza es el capital humano: estudiantes bien formados, doctorandos rigurosos, postdoctorales con iniciativa y líderes de grupo acostumbrados a hacer mucho con poco. Landeras destacó que, al salir al extranjero, la comparación deja de dar vértigo y empieza a dar orgullo. Millán lo llamó «milagro» —con ironía y una pizca de rabia—: la producción científica española, ponderada por recursos, sale bien parada en cualquier ranking. Martínez puso nombres y apellidos al músculo valenciano: química de materiales, nanotecnología, genómica, energías sostenibles; centros como el Instituto de Ciencia Molecular, el ITQ o el Príncipe Felipe, y grupos que firman en revistas de referencia con regularidad.

Pese al retrato crítico, los cuatro participantes coincidieron en reivindicar el gran valor diferencial de la ciencia española: su capital humano. «Cuando sales al extranjero te das cuenta de que nuestra formación es excelente. No nos sentimos menos preparados que nadie. Al contrario», aseguró Landeras. Millán habló de nuevo de un «milagro»: producir tanto conocimiento con tan pocos recursos. «Si Estados Unidos tuviera que trabajar con los presupuestos españoles, otro gallo cantaría», ironizó. Asimismo, los cuatro destacaron como una fortaleza adicional la diversidad institucional valenciana: universidades públicas y privadas que colaboran con hospitales y centros de investigación, creando un ecosistema diverso y flexible.

¿Y el día de mañana? Paciencia y esperanza

Mediado ya el debate, cuando se pidió a los participantes imaginar el futuro de la ciencia valenciana y española, las respuestas combinaron prudencia y esperanza. Martínez apostó por la energía y el cambio climático como motores inevitables: nuevos materiales, baterías, fotovoltaica. Arnau amplió el foco hacia la integración de la inteligencia artificial tanto en salud como en energías renovables. Landeras subrayó retos de salud global: pandemias emergentes y resistencia a antibióticos. «El envejecimiento de la población nos obligará a enfrentarnos a más cáncer, más neurodegeneración. No se trata solo de vivir más, sino de vivir mejor». Millán cerró con una visión optimista: «El ecosistema valenciano es diverso y resiliente. Con más estabilidad y financiación, el límite será la imaginación».

La Comunitat, coincidieron, tiene ingredientes singulares —diversidad institucional, centros consolidados, talento joven, una sociedad civil cada vez más exigente— que la sitúan en posición de dar un salto cualitativo si consolida lo avanzado y corrige lo esencial. Convertirse en un polo científico del sur de Europa no exige milagros, sino método: continuidad, reglas claras, evaluación justa, alianzas inteligentes y un compromiso político sostenido que sobreviva a ciclos y titulares. «El talento está», resumieron, «lo que falta es estabilidad». Y quizá en esas palabras se condensa la hoja de ruta: pasar del apoyo puntual a la mejora estructural, del anuncio a la ejecución, del mérito contable al impacto real. Si la investigación deja de percibirse como gasto y se asume como inversión estratégica, España y la Comunitat no sólo retendrán a sus mejores jóvenes científicos: los atraerán.

David Millán / Biotecnólogo (UCV)

«La ciencia en España se parece demasiado a una carrera de obstáculos: gana el más resistente»

Doctor en Biotecnología, estudia el melanoma en la UCV-IVO. Ha trabajado en Alemania, Reino Unido y Estados Unidos

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